La misión de Dios como paradigma de la misión de la iglesia – Parte I

 In Liberación e Historia, Teología y Cultura

Estoy dando un curso de Teología de la Misión para estudiantes de licenciatura en teología y el intercambiar con ellos sobre la misión de la iglesia me lleva a compartir con ustedes esta serie de ensayos sobre la Misión de Dios o Missio Dei en términos de teología académica.  Como sabemos la Misión de Dios encargada a la Iglesia implica tanto la predicación del evangelio, con un llamado al seguimiento de Jesús en una comunidad de fe (evangelización y discipulado), como también una participación por parte de la iglesia en el servicio y la búsqueda de justicia (acción social y profética). Es paz al alma y pan al cuerpo. Es dar testimonio del amor de Dios que transforma personas y también transforma relaciones, comunidades y pueblos. Es palabra y hechos. Es personal y social.

Un concepto actual de la Misión de Dios encargada a la Iglesia dice: “Es las buenas nuevas del amor de Dios, encarnado en el testimonio de una comunidad, para beneficio del mundo[1].

Otro similar afirma que la misión es “El llamado de la iglesia a la participación en la obra redentora y completa de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en el mundo”.

Y otra dice que la misión de la iglesia implica la participación de los cristianos en el “Trabajo, gobierno y sociedad humana, en el testimonio y servicio del Evangelio, en la construcción de la historia, y son igualmente participación en la totalidad de esa misión del Dios trino que es “el mismo”, Padre, Hijo y Espíritu Santo en todo cuanto hace.”[2]

Y como nos recordaba Fernanda Casar citando (en otro ensayo de este blog, ver Misión de Dios y organizaciones paraeclesiásticas en abril pasado) al teólogo y misionólogo Carlos Cardoza-Orlandi, al hablar de la misión nos explica que, “Dios es el protagonista de toda actividad misionera; la misión es una actividad comunitaria; el pueblo de Dios es objeto y sujeto de la misión de Dios; y la actividad misionera de Dios se realiza en el mundo.”[3]

En los dos mil años de historia del cristianismo existieron distintos modelos de misión y sus diferentes maneras de entender el papel de la iglesia en su contexto. Nos detendremos en la segunda parte de estos ensayos en la experiencia de la Misión que tuvieron los primeros cristianos en el libro de los Hechos de los apóstoles –que debería llamarse Hechos del Espíritu-. Igualmente es bueno aclarar que la visión de la mayoría de los biblistas y teólogos hoy es que no hay un solo modelo de misión ni en el N.T. ni en la historia de la Iglesia. Es decir, hay una sola Misión que Dios le encarga a la Iglesia pero hay pluralidad de modelos de misión, según el contexto histórico-social de cada comunidad.

Mi visión –y de gran parte de la teología del protestantismo histórico- acerca de la Iglesia desde el Nuevo Testamento es que en el mismo texto neotestamentario hay más de una comprensión de lo que significa ser parte de la comunidad a la que el Señor convoca, así como hay distintas misiones (a judíos y gentiles), carismas, formas de testimoniar, de organizarse. Hay creyentes de diversas culturas, que conocieron al Señor de variadas maneras, que se expresan distintamente y que mantienen diferentes costumbres y tradiciones. Hay, por cierto, límites a esa diversidad. Afuera están los que no pueden decir que Jesús es el Señor, los que no se atreven a ser testigos de su Resurrección, los que excluyen a otros por razones de su origen étnico, clase o condición social, o de su género, porque en Cristo no hay griego ni judío, esclavo ni libre, varón o mujer. La sabiduría del Espíritu ha querido que los distintos testimonios estuvieran dentro de la misma Escritura, por la cual nos conducimos. Mantengamos viva esa misma sabiduría al mantener la unidad en la pluralidad como la marca de la Iglesia testimoniante.

En términos de mantener vivo el espíritu comunitario y donde la misión predomine sobre la dimensión institucional, poniéndola a su servicio se afirma teológicamente que la Iglesia “es la comunidad convocada por Dios para ser testigo (martyría) de su presencia creadora (la obra del Padre) y redentora (el ministerio de Cristo), bajo la guía de su Santo Espíritu”.

Esta visión de la Iglesia misionera conlleva:

  1. La visión de que la misión es de Dios y no propiedad de la iglesia, y de que es Dios quien llama a la misión y que mediante su Santo Espíritu actúa abriendo nuevas oportunidades de testimonio;
  2. La visión de una renovación espiritual que nos dispone a la evangelización y una evangelización que nos renueva.
  3. Un despertar misionero, con activa participación del laicado.
  4. Una creciente apertura en las congregaciones a recibir e incorporar nuevas personas.
  5. La necesidad de ampliar un liderazgo que encarne esta visión misionera.
  6. El desafío como Iglesia a “crecer en todo”, no solo numéricamente, sino en su compromiso proyectado al conjunto de la sociedad.
  7. El llamado a ser signo del Reino y fermento en la transformación de vidas personales y de estructuras comunitarias,  sociales y creacionales.

En la segunda parte les invito a centrarnos en los puntos centrales de la comunidad misionera de los Hechos de los Apóstoles.

PARA IR A LA PARTE II DEL ARTÍCULO HAS CLICK AQUÍ.

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[1] David J. Bosch, Misión en Transformación. Cambios de paradigma en la teología de la misión, Michigan,EEUU: L.Desafío, 2000),  p.631.

[2] en J. Miguez Bonino, Rostros del protestantismo latinoamericano, (BsAs.: NC,1995),p.136-137.

[3] Cardoza-Orlandi, Carlos F. Una Introducción a la Misión. Nashville, 2003. Abingdon Press. Pág. 88-92

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