La misión de Dios como paradigma de la misión de la iglesia – Parte II

 In Liberación e Historia, Teología y Cultura

Como anticipábamos en la primera parte hace un mes, en esta segunda parte les invito a concentrarnos en los puntos centrales de la comunidad misionera de los Hechos de los Apóstoles, llamada teológicamente; la comunidad del Espíritu en los Hechos de los Apóstoles.

Como afirmamos la Misión de Dios es el centro de la iglesia, es su razón de ser como comunidad de fe en Jesucristo y guiada por su Espíritu. La pregunta es: ¿cómo seguir nuestra caminata misionera hoy, pero guiados por el Espíritu Santo, qué significa hoy ser fieles y dóciles al soplo del Espíritu?…

Cuando comprendemos y participamos en la experiencia del Espíritu del Dios Trino y en el horizonte de la nueva creación de todas las cosas, vemos que el Espíritu Santo está apasionadamente activo en –siguiendo a J. Moltmann– “la renovación del pueblo de Dios, en la renovación de toda la existencia humana y sus dimensiones y en la renovación de toda la faz de la tierra y todo el universo.”[1] Es lo que implica el desafío de un “Pentecostés latinoamericano y caribeño”, que todavía es una deuda en nuestro contexto. Cuando repasamos lo central de los cambios concretos y visibles que produjo el hecho de Pentecostés en la iglesia cristiana primitiva, advertimos claramente que la obra del Espíritu se dirigió fundamentalmente a formar y potenciar a la iglesia para la Misión de Dios: Es las buenas nuevas del amor de Dios, encarnado en el testimonio de una comunidad, para beneficio del mundo.”[2] O como se dice: hacer “del mundo casa de Dios.” Porque la misión que nos encarga el Señor es particular -mi contexto más cercano- y universal -quiere llegar a todo el mundo-.  Se encarna en el testimonio concreto de una iglesia local pero a la vez busca siempre estar en movimiento hacia el Reino de Dios.

 Y como sostiene David Bosch, acerca de la misión de Dios como razón de ser de la iglesia:

“La missio Dei purifica a la iglesia. La coloca bajo la cruz, el único lugar donde siempre está segura. La cruz es el lugar de la humillación y del juicio, pero también un lugar de refrigerio y nuevo nacimiento. Como la comunidad de la cruz, la iglesia entonces constituye la comunidad del Reino, no sólo “miembros de la iglesia”; como la comunidad  del éxodo, no como “institución religiosa”, invita a las personas al banquete sin fin. Visto desde esta perspectiva la misión es simplemente la participación de los cristianos en la misión de Jesús, apostando a favor de un futuro que la experiencia verificable parece negar. Es las buenas nuevas del amor de Dios, encarnado en el testimonio de una comunidad, para beneficio del mundo”.[3]

Y con ese propósito vino para que la iglesia que estaba reunida “a puertas cerradas”, saliera a la “calle” (hoy física y virtual), a los espacios abiertos a proclamar y testificar el Evangelio. Se manifestó y vino a ellos en una casa común- en un lugar “no sagrado” (templo)- sino en un hogar del pueblo (1:13). No sólo vino a los “ministros ordenados” (los apóstoles) sino a toda la comunidad reunida, unos ciento veinte en total (Hechos 1:15). No sólo a varones sino a María y “las otras mujeres” (Hechos 1:14). Vino a jóvenes y ancianos; no hubo exclusión o diferencia de edad ni ventaja o desventaja en su condición. Es más, el apóstol Pedro predicó aquel día que se cumplía la promesa del profeta Joel: “Los hijos e hijas de ustedes hablarán de mi parte, los jóvenes tendrán visiones y los viejos tendrán sueños.”(Hechos 2:17).

Pentecostés produjo el surgimiento y formación sólida de una comunidad y una verdadera comunión (koinonía), no sólo en la oración, la enseñanza de la palabra (didajé) y el culto (la liturgia), en la celebración de la cena del Señor (“partir el pan”, Hechos 2:42), sino en la fraternidad, la mutualidad y la interdependencia (incluso en la comunión de bienes materiales, Hechos 2:44-45) que se reflejó en el servicio (diakonía) al prójimo en todas sus necesidades, empeñada y comprometida con la dignidad humana, al estilo de Jesús el Cristo.

Y una cuarta y quinta dimensión que en los Hechos aparece como parte esencial de la misión: el anuncio de la Palabra de salvación (kerygma) y de los hechos salvadores de Dios, junto a la (Martyría) = testimonio, señal de una espontánea y fervorosa evangelización, que en ocasiones costó la vida misma.

Todo esto conformó una comunidad llena del Espíritu y por ello “de un corazón y un alma” (Hechos 2:1; 4:32), que profetizó en el Espíritu con igualdad de dones y de derechos, suprimiendo las diferencias sociales, ya que el “Espíritu de Dios no respeta las desigualdades sociales, sino que las suprime”.[4] Una comunidad abierta a la comunión del Espíritu, que con todas sus limitaciones, ambigüedades y pecados, experimentó el fenómeno milagroso de la unidad-diversidad  hacia dentro pero abierta a otros en la búsqueda de justicia del reino de Dios. Ya que hombres y mujeres provenientes de distintas naciones e idiomas entendieron en su propia lengua el Evangelio, el nuevo lenguaje y la nueva praxis de la comunión del Espíritu de Dios, destruyendo en anticipó el hechizo antiguo de Babel.

Estas son algunas de las señales que el Espíritu produjo en ese Pentecostés paradigmático, haciendo del mundo casa de Dios y haciendo de la iglesia el espacio de comunión único y diferente que debe ser, para convivir y testificar a los habitantes de la casa de Dios que no saben de ese misterio de amor, que no le conocen.

En este tiempo de pandemia y en la postpandemia donde son muchas las preguntas sobre la misión de la iglesia: ¿cómo será la iglesia que viene?, ¿qué quedará de la mixtura de virtualidad-presencialidad?, ¿cómo será pertenecer y comprometerse en las comunidades locales y su misión?, entre otras.  Volver a mirar la experiencia de la comunidad cristiana primitiva, nos puede ayudar ante los desafíos actuales. No para copiar o pretender volver a “un pasado mejor” sino para ayudarnos a discernir la obra del Espíritu, en este tiempo desafiante que nos toca atravesar. Oír y ver al Espíritu de Jesús para sumarnos a su actuar en la Misión de Dios, sostenidos por el Dios de la Misión. Que así sea!!

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1 J. Moltmann, “Pentecostés y la teología de la vida”, en Concilium 265 (junio 1996), p.575-588: p.586-588

2 David J. Bosch, Misión en Transformación. Cambios de paradigma en la teología de la misión, Michigan, EEUU: L. Desafío, 2000),  p.631

3 David J. Bosch, Misión en Transformación. Cambios de paradigma en la teología de la misión, (Michigan, EEUU: L. Desafío, 2000),  p.631

4 J. Moltmann, “Pentecostés y la teología de la vida”, en Concilium 265 (junio 1996), p.575-588: p.587

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