La apuesta de Dios. Los 50 años del libro espacio para ser hombres: de José Míguez Bonino. Parte 1

 In Caminando en Justicia, Pastoral, Teología y Cultura

Parte 1

En agosto de 1975 –cuando yo apenas estaba viviendo mis tres meses de vida- salía la primera edición de este gran libro Espacio para ser hombres: una interpretación de la Biblia para nuestro mundo (Buenos Aires: Tierra Nueva, 1975) de José Míguez Bonino (1924-2012), pastor y teólogo metodista argentino y que fue nombrado el decano de los teólogos protestantes-evangélicos de América Latina. El siguiente ensayo no es un análisis profundo de su libro sino un hacer memoria, un recordar algunas ideas muy vigentes de este libro que ha marcado mi vida y la de tantos/as.

Como plantea el autor en el prefacio, el libro surge de charlas públicas ofrecidas unos meses antes, en una congregación protestante del Gran Buenos Aires. Ya el texto nos atrae, porque surge de una charla-debate extra-academia y se convierte en un texto de divulgación.  El mismo mantiene el tono hablado original, incluyendo preguntas y reflexiones surgidas entre los asistentes. El autor las describe como un diálogo abierto, sin pretender ser la ‘palabra definitiva’, sino una invitación a pensar y profundizar juntos: “Lo que presentamos no es, pues, un trabajo individual sino el resultado de un diálogo. Y lo hacemos en la esperanza de que, a su vez, invite al lector a participar del mismo y a prolongar y profundizar los temas apenas esbozados aquí.”[1]

Ese carácter abierto y de diálogo plural corresponden al tema mismo de la fe. Afirma Míguez Bonino:

“Corresponde, creemos al tema mismo. Pues hablamos de Dios, de su propósito y de su acción, del hombre, de la esperanza de la fe. Sobre estos temas nadie es autoridad, no hay eruditos o técnicos.  Solo hay buscadores. Lo único que uno puede hacer, por lo tanto, es compartir con otros el resultado de su búsqueda e invitarlos a proseguirla juntos. Mas aún, dada la naturaleza de la fe cristiana, fundada en la acción gratuita de Dios, el predicador cristiano no puede presentarse como un poseedor de la verdad sino solo como su servidor. Lutero hubo de decir en una ocasión que el cristiano es como un mendigo que dice otro mendigo: “Vamos juntos, yo sé dónde nos darán pan”. No otra cosa es lo que intentamos. “[2]

Ya con esta declaración podríamos hacer una reflexión junto/as sobre nuestra fe y teología cristiana. También sobre una evangelización y un modelo de iglesia que aspire a llamarse así. Y agregamos metodista. Como nos enseñaron los Wesley y nuestros/as antecesores en la fe, nuestra experiencia fundante de la fe es ser aceptados por esa acción gratuita de Dios en Jesucristo. Es sentir que nos arde el corazón porque Dios en Cristo nos ama, perdona y libera de toda condena.  Como afirmaba Juan Wesley en su experiencia de Aldersgate: “Sentí que confiaba en Cristo, solo en Cristo, para la salvación; y recibí la seguridad de que él había quitado mis pecados, incluso los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte”. De allí que no somos merecedores ni poseedores de la verdad de la fe, sino solo servidores, buscadores y mendigos como los demás, que invitamos a ir al Pan de Vida plena.

El libro comienza con ese primer fabuloso capítulo titulado ‘Solo un ateo puede ser buen cristiano’. Que no es solo una frase para llamar la atención, sino que esa frase atribuida al filósofo ateo Ernst Bloch, es resignificada por el teólogo –fallecido hace un año- Jürgen Moltmann, quien le responde: ‘Pero solo un cristiano puede ser buen ateo’. Allí comienza creo, uno de los mejores capítulos de una teología cristiana sólida y pertinente para ese tiempo, en un lenguaje que puede ser entendido por una gran mayoría. Esos años, que fueron una década tan crucial y desafiante por la violencia política y previo a la última y tenebrosa dictadura cívico-militar en Argentina.  El autor nos invita a reflexionar desde las preguntas válidas y cuestionamientos de la época, por ej.: No creo en Dios, porque creo en el ser humano, porque creo en la ciencia y la justicia, o porque Dios ha sido utilizado para la explotación e injusticia.

Afirma el autor:

“Yo tampoco creo en ese Dios.  Y que solamente quien sea un apasionado ateo de ese “dios” puede ser verdaderamente cristiano. El que adora a un dios que sustituye a la ciencia, o que rebaja al ser humano, o que garantiza situaciones de injusticia, ha depositado su fe en un dios falso. Cuanta más fe tenga, tanto peor. Porque su fe no está dirigida a algo que no es Dios”.[3]

Este capítulo es de una actualidad impresionante en los días que vivimos. El autor nos recuerda que la lucha del verdadero Dios contra los dioses falsos es uno de los temas constantes de la Biblia.  No importa tanto la fe como creencia, sino en qué o quién depositamos la misma.  Para ser creyente hay que abandonar los dioses falsos, las imágenes idolátricas que nos hemos hecho del Dios verdadero, que el testimonio bíblico y Jesús de Nazaret nos reveló. Y esta fue una de las principales marcas de la teología de la liberación latinoamericana, al afirmar que el ateísmo no era el principal desafío del contexto de cristiandad latinoamericano, sino la idolatría. Como sigue siendo hasta hoy.

Continúa denunciando esa práctica humana de fabricarnos ideas y conceptos de Dios, a la medida de nuestras conveniencias e intereses: “Inventamos dioses para defender nuestros intereses, para justificar nuestra tranquilidad culpable frente al mal, para ahorrarnos el esfuerzo de luchar por un mundo mejor, para justificar nuestro egoísmo personal, de familia, de clase o de nación. Y después los adoramos, cuando en realidad nos estamos adorando a nosotros mismos. Por ejemplo, Jesús dice que “no se puede adorar a Dios y a Mammón”[4] (el dios del dinero o la riqueza). Y el apóstol Pablo dice que “la avaricia es idolatría”[5], es decir “la adoración de un dios falso.”[6]

Luego afirmará que el Dios verdadero no es el Dios que está solo y alejado de las luchas, dramas y alegrías de los seres humanos. El de la filosofía griega y que tanto ha influenciado en sectores del cristianismo occidental.   Ya que desde el comienzo de la creación Dios invita al ser humano:

“vamos a hacer juntos este mundo…, un mundo como un huerto para ser labrado, para que fructifique y se hermosee… El Dios verdadero no es “el que está solo”. Por el contrario, es quien invita al hombre a estar con Él. Es un Dios que se ocupa de los demás, del mundo y del hombre más que de sí mismo…. No hay en la Biblia discusiones de la naturaleza o del ser de Dios. El tema de conversación de Dios con el hombre es el hombre mismo. Quien no se interesa en este no tiene de qué hablar con Dios. Porque Dios está totalmente concentrado en su proyecto para el mundo, e invita a los hombres a pensar en este proyecto, a tomarlo en serio, a comprometerse con Él para realizarlo. Este es el comienzo de la fe”.[7]

Luego introduce y aclara el lugar clave y central de Jesucristo en la fe cristiana, contestando la pregunta que muchos nos hemos hecho: si Dios quiere estar con los seres humanos y corre riesgos, entonces quiere decir que ¿Dios no es poderoso?, ¿qué no es soberano? Parecería que un Dios así casi no es realmente Dios.

Para luego afirmar:

“El Dios de la Biblia es Dios para los otros y no para sí mismo. Es un Dios que sufre, que se juega, que corre riesgos en su proyecto de crear un mundo. Cuando mencionamos a Jesucristo estamos hablando de esto, de una “apuesta” que Dios hizo a favor del hombre, colocándose a sí mismo como garante. Y dio su vida…. Este Dios cristiano, “de carne y en la carne”, como decía un pensador español, este Dios apasionado que se deja golpear e insultar, y crucificar, para sellar una voluntad de transformación del mundo, solo éste es, en términos cristianos, el Dios verdadero”.[8]

Este capítulo es para leer y compartir, para releer y estimular la fe auténtica que trasciende dogmas simplistas y exige reflexión auténtica. También creo que nos deja otros desafíos. Es interesante notar el subtítulo del libro: ‘Una interpretación del mensaje de la Biblia para nuestro mundo’.   Porque una de las tareas fundamentales de los cristianos, las iglesias y la buena teología es interpretar y traducir a las nuevas generaciones, las enseñanzas de la Biblia y las buenas noticias de Jesús, centro de nuestra fe cristiana.  Algunos capítulos del libro tratan temas como:  la imagen de Dios, el tema de la fe genuina y verdadera y el lugar central de Jesucristo en la misma-como hemos visto-.

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[1] José Míguez Bonino, Jesucristo, la apuesta de Dios: espacio para ser hombres. 2° edición. (Buenos Aires, Argentina. Editorial La Aurora, 1990), 11. Las siguientes citas corresponden a esa 2° edición que tiene unos breves capítulos agregados con temas sobre la violencia, los Derechos humanos, los pobres y la evangelización. (Aclaración: si bien aparece la palabra “hombre” en sus páginas y en el título del libro- como se usaba hace 50 años-, está claro que el autor se refiere a ser humano/ humanidad.).

[2] José Míguez Bonino, Jesucristo, la apuesta de Dios, 12

[3] Ibid. 17

[4] https://www.biblegateway.com/passage/?search=Mateo%206%3A23-25&version=LBLA. Accesado Septiembre 9, del 2025.

[5] https://www.biblegateway.com/passage/?search=Colosenses%203%3A4-6&version=LBLA. Accesado Septiembre 9, del 2025.

[6] José Míguez Bonino, Jesucristo, la apuesta de Dios, 17, 18

[7] Ibid. 19

[8] Ibid. 19, 20

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