Paul Tillich y la pregunta por el “FIN DE LA HISTORIA”

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Recientemente el mundo se ha visto convulsionado por la nueva pandemia del COVID-19. En Italia, España, China e Irán las muertes se cuentan por miles, hasta se habla de un colapso de los sistemas de salud. En los Estados Unidos se superan los 90 mil casos positivos de contagiados. Por si fuera poco, la volatilidad de la economía mundial por los efectos del COVID-19 ha generado una profunda incertidumbre entre los países y se habla de una muy lenta recuperación por los efectos de la pandemia pues las pérdidas económicas son de gran escala. El panorama se agrava aún más por el pánico y la histeria colectiva creada por algunos medios de información. Estamos, pues, ante el escenario perfecto donde la pregunta por “el fin del mundo” o “el fin de la historia” recobra una importancia central entre la gente.

Sin embargo, en medio del presente escenario mundial que apunta a la catástrofe o al “fin de la historia”, es necesario señalar que no es el único panorama existente para el futuro de la humanidad. Otras alternativas a la pregunta por el “fin de todas las cosas” (1 Pedro 4:7; Mt. 24:3) pueden ser articuladas desde dos campos de estudio muy pertinentes hoy: la “Filosofía de la Historia” y la “Teología de la Historia”. Paul Tillich (1886-1965), fue una de las voces más escuchadas e influyentes en el Siglo XX que se tomó muy en serio la correlación entre ambas disciplinas y nos dejó unas reflexiones muy pertinentes para nuestra situación de desesperanza. Fue el teólogo que supo interpretar magistralmente la pregunta por “el fin de la historia” en el contexto convulso de profunda crisis tras la Segunda Guerra Mundial. ¡Un escenario algo similar al nuestro hoy!

En 1963, Tillich, el “teólogo de la cultura” entregaba su tercero y último volumen de Teología Sistemática[1] donde reflexionaba ampliamente sobre la cuestión de la historia bajo dos subtítulos: “La vida y el espíritu” y “La historia y el Reino de Dios”. Tillich concibe su proyecto como un “programa apologético”, es decir, que solo desde las profundas cuestiones suscitadas por la modernidad se puede hacer inteligible el Evangelio, pues existe una “correlación” con la cultura que no se explica al margen de la “totalidad”. Así, la pregunta por el “fin de la historia” siempre apela a la categoría de totalidad. De ahí que en su Teología Sistemática se nota un carácter exploratorio, para decirlo en otros términos, “perspectivista”. No podría ser de otra manera pues la cultura no se agota en un sistema, más bien lo va creando y es necesario lo exploratorio, lo perspectivista. Quien se toma en serio la “cultura” ha de tomarse en serio también la “cuestión de la historia”, pero se trata de una historia como totalidad. De ahí que Tillich se refiere al «carácter englobante de la dimensión histórica».[2]

Esto queda claro desde la “introducción” al primer tomo de la Sistemática, Tillich dice: «La teología oscila entre dos polos: la verdad eterna de su fundamento y la situación temporal en la que esa verdad eterna debe ser recibida»[3]. Se introduce desde el principio el problema de “La teología apologética y el kerigma”, según Tillich, «La teología apologética es una “teología que responde”. Responde a las preguntas implícitas en la “situación” con la fuerza del mensaje eterno y con los medios que le proporciona la situación a cuyas preguntas responde»[4]. “La verdad eterna del fundamento” es lo que contiene esencialmente la totalidad y solamente desde ella se podrá hablar de esperanza en la incertidumbre de cada “situación temporal”, pues tal estado de incertidumbre, en última instancia, proviene inexcusablemente de la pérdida del fundamento dejando así abierta la pregunta por “el fin de la historia”.

Sin embargo, la pregunta viene determinada por la experiencia humana de lo ya acontecido en la historia, es decir, todo aquello que ha creado la dimensión de su significado. Vayamos, pues, al planteamiento de Tillich:
«La pregunta es la de si se debe anticipar una etapa del proceso evolutivo en la que la humanidad histórica, si bien no como raza humana, llegue a su fin. El significado de esta pregunta está en su relación con las ideas utópicas con respecto al futuro de la humanidad. La etapa última del hombre histórico ha sido identificada con la etapa final de plenitud ―con el reino de Dios realizado en la tierra. Pero lo «último» en el sentido temporal no es lo «final» en el sentido escatológico. No es pura casualidad que el nuevo testamento y Jesús se resistieran al intento de poner los símbolos del final dentro de una estructura cronológica. Ni el mismo Jesús sabe cuándo llegará el final; es independiente del desarrollo histórico post-histórico de la humanidad, si bien se emplea en su descripción simbólica el modo «futuro». Esto deja abierto el futuro de la humanidad histórica a posibilidades que se derivan de la experiencia presente.

Por ejemplo, no es imposible que el poder autodestructivo de la humanidad prevalezca y conduzca a la humanidad histórica a un fin. Es posible que también la humanidad pierda no su potencial libertad de trascender lo dado ―esto haría de ella algo que ya no sería humano― sino el descontento con lo dado y por consiguiente la tendencia hacia lo nuevo. El carácter de la raza humana en este estado sería similar al que Nietzsche ha descrito como el «último hombre» que «lo sabe todo» y no tiene interés por nada; sería el estado de «animales sagrados». Las utopías negativas de nuestro siglo como la de […] Un mundo feliz anticipan ―acertada o equivocadamente― una tal etapa de evolución. Una tercera posibilidad es la continuación de la tendencia dinámica de la raza humana hacia una realización imprevisible de las potencialidades, hasta la gradual o repentina desaparición de las condiciones biológicas y físicas para la continuación de la humanidad histórica. Estas y tal vez otras oportunidades de la humanidad posthistórica se pueden adivinar y liberar de todo embrollo con los símbolos del «fin de la historia» en su sentido escatológico».[5]

Las posibilidades post-históricas al “fin de la historia” no terminan en el nihilismo, ni en la angustia de la autodestrucción, ni mucho menos, en la indiferencia hacia lo nuevo en la historia ―tal como en estos días se viene anunciando por los profetas de la catástrofe mundial― sino que apuntan decididamente al triunfo de la finalidad escatológica, es decir, que la pregunta por el “fin de la historia” es, sobre todas las cosas, una intensa búsqueda por el sentido último de la existencia humana. Para Tillich, la teología bien puede iniciar con la «pregunta escatológica ―la pregunta de la finalidad interior, el telos de todo lo que es».[6]

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[1] Los tres tomos fueron publicados en español (1982-1984) por la editorial Sígueme, con un total de 1147 páginas, la obra completa Gesammelte Werke consta de 14 volúmenes.

[2] Teología Sistemática III. La vida y el espíritu. La historia y el Reino de Dios, Salamanca, Sígueme, 1984, p. 360.

[3] Teología Sistemática I. La razón y la revelación. El ser y Dios, Salamanca, Sígueme, 1982, p. 15.

[4] Ibid., p. 18.

[5] Teología Sistemática III., pp. 372-373.

[6] Ibid., p. 361.

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Mizrraim Contreras
Historiador, Investigador y predicador itinerante.
Estudio la Licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Tamaulipas especializándose en Filosofía de la Historia con una tesis sobre Federico Nietzsche. Inicio sus estudios teológicos en el Instituto Bíblico Juan Consejo Orozco de las Asambleas de Dios, (Cd. Victoria, Tamaulipas). Posteriormente tomo cursos de actualización en el Seminario Metodista Juan Wesley (Monterrey, NL) y en el Seminario Teológico Presbiteriano de México (Cd. De México). Ha desarrollado un ministerio interdenominacional como maestro de teología entre Metodistas, Pentecostales, Bautistas, Cuáqueros e iglesias independientes. También ha impartido clases de Filosofía de la Historia en la UAT como profesor colaborador. Trabaja, además, con Teología de la Historia y Hermenéutica. Los resultados de su investigación están por publicarse en un libro colectivo y en una revista de filosofía. Mizrraim es soltero y tiene cinco gatos que son su adoración.

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