Saber cuidar: ética teológica del cuidado en tiempos del virus COVID-19

 In Política y Justicia Económica

Lo que estamos viviendo es algo que se parece mucho a esas películas apocalípticas o distópicas- como se les llama ahora-, que hemos visto desde finales del siglo XX y en este siglo XXI.

Lo cierto es que la realidad supera la ficción. Pero me interesa instalar un tema ético teológico que emerge como urgente e importante en esta pandemia. En otras palabras: en este curso de aprendizaje global que gran parte de la humanidad estamos viviendo, hay algo que todos debemos aprender y no podemos reprobar si tuviéramos un examen. Algo que es más que una teoría, una idea o un concepto: es una actitud, un senti-pensar (neologismo que expresa la integridad epistemológica humana). Me refiero a la actitud de cuidar/se. Es la que nos hace humanos y clave de la llamada ética del cuidado.

Hay algo en los seres humanos que nos distingue y nos cualifica como tales: es el sentimiento, la capacidad de emocionar-se, de volverse sobre sí mismo, de afectar-se o, dicho con otras palabras, la capacidad de cuidar-se y de cuidar de aquello que no soy yo. El Diccionario de Lengua Española de la Real Academia define “cuidado” como «solicitud y atención para hacer bien a algo a alguien». Sólo los seres humanos podemos sentirnos afectados por un amigo frustrado, poner nuestra mano en su hombro, mirarle a los ojos, escucharle, ofrecerle consuelo, esperanza o el propio silencio.

Son muchos los que fueron instalando este tema del cuidado en el siglo XX, desde varios campos del saber. Pero les invito a buscar los libros que Leonardo Boff –reconocido teólogo y filósofo, eticista de la liberación brasileño), ha escrito desde finales del siglo XX.[1]  Allí el explicita como recupera la visión cósmica de Teihlard de Chardin. Lo cierto es que llama enfáticamente a una eco-espiritualidad que se exprese en sentir, amar y pensar como Tierra, ecológicamente sostenible y vivida desde el amor, la fe y la esperanza. Como ejemplo histórico de la misma dedica varios capítulos de sus libros a San Francisco de Asís, padre de su antigua orden.

Pero hoy quería mencionar su libro El cuidado esencial. Ética de lo humano. Compasión por la tierra, Ed. Trotta, Madrid 2002, 164 págs. Allí el afirma que: «La creación (y en particular, el planeta azul) está siendo sometida a la caducidad» (como ya se nos advertía en la carta a los Romanos 8,18-21) por la degradación de la capa de ozono, la lluvia ácida, la contaminación de las aguas dulces, el agotamiento de los recursos, la desertización, la pérdida de la biodiversidad, el crecimiento demográfico, etc. Y esta caducidad «no está ocurriendo espontáneamente», sino que es fruto del descuido, la indiferencia y el abandono –en el más inocente de los casos– o de la devastación que produce la codicia y la acumulación. Según él la alternativa a este realismo materialista, sólo puede venir por este doble camino: por la asunción de una nueva filosofía «holística, ecológica y espiritual», capaz de devolver al ser humano el sentimiento de pertenencia a la familia humana, a la Tierra, al universo y al propósito divino; y por la recuperación del «cuidado- como-modo-de-ser-esencial» o ethos fundamental de lo humano. Pues «cuidar es más que un acto; es una actitud. Por lo tanto, abarca más que un momento de atención, de celo y de desvelo». Implica la pasión por «aquella porción del mundo que reservamos para organizar, cuidar y hacer nuestro hábitat».

En este precioso libro de hace casi 20 años, Leonardo reivindica la participación consciente y decidida del sujeto humano en la común empresa de mantener y restaurar la Tierra, la gran casa común.

En el día de ayer 24 de marzo de 2020 el autor – cual juan el bautista del siglo XXI-, continúa su voz profética y clamor por la tierra y la humanidad en su artículo Coronavirus: [Sic.] ¿reacción y represalia de Gaia?[2]. Afirma y vale citarlo ampliamente:

“No sin razón James Lovelock, el formulador de la teoría de la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula, Gaia, escribió un libro titulado La venganza de Gaia (Planeta 2006).

*Calculo que las enfermedades actuales como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual y la degradación generalizada en las relaciones humanas, marcadas por una profunda desigualdad/injusticia social y la falta de una solidaridad mínima, son una represalia de Gaia por las ofensas que le infligimos continuamente. No diría como J. Lovelock que es “la venganza de Gaia”, ya que ella, como Gran Madre que es, no se venga, sino que nos da graves señales de que está enferma (tifones, derretimiento de casquetes polares, sequías e inundaciones, etc.); y, al límite, porque no aprendemos la lección, toma represalias como las enfermedades mencionadas.*    

Recuerdo el libro-testamento de Théodore Monod, tal vez el único gran naturalista contemporáneo, Y si la aventura humana fallase (París, Grasset 2000): «somos capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede temer todo, realmente todo, inclusive la aniquilación de la raza humana; sería el precio justo de nuestras locuras y crueldades» (p.246).

Esto no significa que los gobiernos de todo el mundo, resignados, dejen de combatir el coronavirus y de proteger a las poblaciones ni de buscar urgentemente una vacuna para combatirlo, a pesar de sus constantes mutaciones. Además de un desastre económico-financiero puede significar una tragedia humana, con un número incalculable de víctimas. Pero la Tierra no se contentará con estas pequeñas contrapartidas. Suplica una actitud diferente hacia ella: de respeto a sus ritmos y límites, de cuidado a su sostenibilidad y de sentirnos, más que hijos e hijas de la Madre Tierra, la Tierra misma que siente, piensa, ama, venera y cuida. Así como nos cuidamos, debemos cuidar de ella. La Tierra no nos necesita. Nosotros la necesitamos. Puede que ya no nos quiera sobre su faz y siga girando por el espacio sideral, pero sin nosotros porque fuimos ecocidas y geocidas. Como somos seres de inteligencia y amantes de la vida podemos cambiar el rumbo de nuestro destino. Que el Espíritu Creador nos fortalezca en este propósito.”

Sólo los seres humanos en esta etapa histórica somos capaces de construir un mundo de lazos afectivos, que transforman a las personas en opositoras a toda cultura de la muerte y en cuidadoras de la vida: de la tierra y de todo ser vivo.

La categoría (y mejor dicho el senti-pensar) denominada “cuidado” (o ternura como veremos en futuras entregas) recoge precisamente ese modo de ser. Y revela el tipo de ser humano -que creemos que Dios en Jesús de Nazareth- nos mostró, para que sigamos sus huellas. Es un examen que no podemos reprobar.

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[1] Ver entre otras obras, las primeras de su cambio de cosmovisión: BOFF, Leonardo, Ecología: Grito de la Tierra, grito de los pobres, BsAs, Lumen,1996. Y La dignidad de la tierra. Ecología, Mundialización, Espiritualidad, La emergencia de un nuevo paradigma, Madrid, Trotta, 2000. En estos libros podemos observar y afirmar que L.Boff  hizo un viraje importante en su propuesta teológica que tiene su base actualmente en el paradigma de la ecología; y en una propuesta espiritual derivada de la misma, que si bien mantiene rasgos de antaño-los pobres como lugar epifánico y revelatorio de lo divino- se advierten cambios – por ejemplo: su nueva visión pneumatológica y la eco-espiritualidad derivada de la misma-, tan importantes hoy.

[2] En https://alc-noticias.net/es/2020/03/24/coronavirus-reaccion-y-represalia-de-gaia/. Acceso el 25/03/2020.

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