Emaús: En el amor renace la esperanza

 In Caminando en Justicia, Teología y Cultura

Un gran filósofo del siglo XVII, Baruch Spinoza, dijo que los sentimientos básicos de la humanidad eran el miedo y la esperanza y que entre ambos debería haber cierto equilibrio. No estamos en ese equilibrio. Gran parte de la población mundial tiene mucho más miedo que esperanza. En medio de ese desequilibrio entre el miedo y la esperanza, los cristianos proclamamos lo que todos los relatos del N. Testamento enfatizan: «El primer día de la semana el sepulcro fue hallado vacío. Jesús ha resucitado». El poder de la muerte no pudo apagar la fe, la esperanza y el amor que el Hijo de Dios manifestó en su vida y ministerio. Es lo que celebramos en este tiempo de Pascua: alimentar, cuidar y renovar  la esperanza. Y es lo que nos enseña el texto bíblico de resurrección pascual  de los caminantes de Emaús (Lucas 24:13-35), que es para nosotros/as.

Comencemos por situar este relato del camino de Emaús  justo después del anuncio de la resurrección de Jesús (Lc 24,5). Recordemos que el Evangelio de Lucas se caracteriza por tener un dominio amplio del griego y “está escrito desde los intereses de los marginados, de los pobres y de una manera muy particular, desde la perspectiva de las mujeres”. Esto es importante, pues la noticia de la resurrección fue comunicada primero a las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y recuerda la palabra de Jesús: “hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos” (Lc 13,30). Las mujeres, últimas en la estructura sociocultural judía, no tenían valor social, más que para procrear a los hijos del patriarca; son las primeras en conocer la buena nueva de la resurrección de Jesús (Lc 24,5-8). Esta era la noticia más importante después de la muerte de Jesús, y a quienes se les anuncia es precisamente a ellas. Las mujeres en el tiempo de Jesús pasaban de la tutela del padre a la del esposo y “al casarse, la mujer salía de su propia familia y pasaba, muchas veces sin ser consultada, de la autoridad del padre a la de su marido”.[1]

Hay tres narraciones de resurrección en el  Evangelio de Lucas y el camino de Emaús es el discurso coloquial más largo, además de ser una verdadera teología que se construye en el camino y que tiene como presupuesto acontecimientos reales, la crucifixión y la obra de Jesús. Discípulos que van hacia Emaús, al este, el crepúsculo, pero luego regresan a Jerusalén, al encuentro de sus amigo/as, de su comunidad.

Hay tres personajes principales: Cleofas, su compañero no identificado, y su compañero Jesús no reconocido. No conocemos a Cleofás de otra referencia bíblica. Es claro que él y su compañero (compañera?) habían sido seguidores de Jesús y sabían que era un profeta poderoso en obras y palabras, y esperaron que fuera el Mesías, él que redimiría a Israel. Su muerte los entristeció, pero ellos esperaron, confiando en su profecía de la resurrección en el tercer día. Pero el tercer día ya estaba en curso y estaban tristes, confundidos y discutían desesperanzados.  “Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y se puso a caminar a su lado. Pero sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle. Él les preguntó: «¿De qué vais discutiendo por el camino?» Ellos se pararon con aire entristecido” (Lc 24,15-17). Jesús resucitado irrumpe en el camino y pregunta por el contenido de la discusión y uno de ellos, llamado Cleofás le respondió: “¿eres tú el único [forastero] peregrino en Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días?” (Lc 24,18). Recordemos que la trama de la narración evangélica nos pone en evidencia que los ojos de los dos discípulos estaban incapacitados para reconocer a Jesús (Lc 24,15), por lo cual es considerado como un extranjero, alguien que no está enterado en lo más mínimo de aquel gran suceso.

El problema de los discípulos está relacionado con su visión de las cosas, pues ellos querían ver con sus propios ojos a Jesús Resucitado, por lo que no les era suficiente escuchar las palabras de las mujeres (y también porque su mentalidad patriarcal les impedía).  Los discípulos fueron incapaces de reconocer a Jesús habiendo estado frente a ellos. Además, fueron lentos para reconocerlo habiéndoles explicado las escrituras. Los dos discípulos de Emaús interpretaban que Jesús había sido un profeta poderoso enviado por Dios. Sin embargo, Jesús resucitado “con su exégesis de Las Escrituras, les mostró que el sufrimiento era parte del recorrido del Mesías, no hay gloria sin cruz. La fracción del pan es clave para reconocer a Jesús y comprobar que efectivamente ha resucitado. Pero esta no era una simple acción, sino algo profundamente comunitario, al grado que, para sus discípulos, este gesto no podía pasar desapercibido. Cuando la esperanza ha sido derrotada en apariencia por la muerte en cruz, Jesús Resucitado es quien convoca en medio de la tragedia. La manera como lo hace es convocando a vivir la experiencia del Resucitado en comunidad, además de apoyarse en experiencias que permitieron que los discípulos formen verdadera comunidad, como es la acción de la fracción del pan: “tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Éste es mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en recuerdo mío” (Lc 22,19). El Resucitado va al encuentro de sus amigos para suscitar en ellos la esperanza suficiente para que lean la realidad, desde su propio relato de vida y en clave esperanzadora. En otras palabras, la presencia del Resucitado cambia el sentido de lo vivido y de lo esperado.  

Los discípulos han podido encontrar al Resucitado, han podido compartir con él, se les han abierto los ojos y lo han reconocido. Encuentro y reconocimiento constituyen así los dos aspectos centrales, atravesados por una explicación de las Escrituras y por el gesto, la acción de Jesús de bendecir, partir y repartir el pan. El encuentro permite escuchar de nuevo las profecías sobre el Salvador y abre así al reconocimiento del Resucitado. Pero cabe resaltar que, al abrirse los ojos de los discípulos, el texto no dice que “lo vieron” sino que lo reconocieron (v.31).

Al principio dije que este texto es verdaderamente para nosotros/as. Hay resignación en ambas, la historia de Lucas y también en nuestras propias vidas.

Es un texto que muestra a la gente en camino, regresando a Emaús, a casa, regresando a la vida ordinaria. Y la gente está triste que su gran esperanza no se concreta, como nos pasa a nosotros muchas veces. Igual que Cleofas y su compañero, hablamos y discutimos constantemente. Nuestra conversación no siempre nos libra de la tristeza ni de nuestras expectativas no cumplidas, ni de la resignación. De esas oraciones como la de Jesús en Getsemaní que le hacemos a Dios en intimidad: ¡Señor pasa de mí esta copa!

Como varios han dicho, este es un relato extraño, misterioso con todas las letras. Pero no es un enigma sin resolver. El corazón de este pasaje es la cena en Emaús. Los dos viajeros casi tienen que forzar a Jesús que se quede con ellos. Jesús había planeado quedarse. De hecho, estaba allí todo el tiempo. Y es por el comportamiento típico de Jesús de dar, alimentar, cuidar por sus ovejas,  bendecir, partir y repartir el pan, que los caminantes lo reconocen. En el Evangelio de Lucas Jesús pasó mucho tiempo comiendo con personas de todo tipo, en distintos tipos de mesas. Describió a un discípulo sabio y fiel como una persona que asegura que los demás tienen la comida que necesitan en el momento oportuno (Lucas 12:23-24).

Cuando nosotros alimentamos a los demás en el momento oportuno y cuando compartimos el pan, bendiciendo y bien-haciendo, con acción de gracias, se nos da Jesús, le podemos reconocer.  Es como que el texto nos grita: Deja de hablar, deja todo, y presta atención para recibir lo que es bendito. Ver brevemente al Señor tal vez te propulsará a una confianza nueva, una esperanza nueva, aún una manera nueva de recordar. Desde nuestras luchas y tristezas individuales y comunitarias, escucharnos y en momentos dejar de hablar, prestar atención, mientras nos abrimos  para recibir lo que es bendito. Veremos probablemente al Señor,  que nos dará  una confianza nueva, una esperanza nueva, aun una manera nueva de recordar.

En este texto tanto Cleofas y su compañero somos nosotros/as. Ellos saben mucho. Se preocupan mucho. Ellos piensan y están entristecidos por sus esperanzas reducidas para sí mismos y para el pueblo. Incluso, no saben que sus ojos están cerrados hasta que, de repente, se abren. No podemos controlar cuándo y cómo es que se abren los ojos. Pero de esta historia, encontramos la esperanza de que Jesús camina con nosotros. Encontramos esperanza de que en el encuentro de amor y solidaridad,  abriendo el corazón, de que al bendecir y al compartir el pan con El  y con los demás (24:35), vemos y reconocemos al Señor y nos muestra que hacer para nuestra vida y nuestra comunidad.

Como decía el gran poeta cubano José Martí: “En el amor renace la esperanza”.  En el amor del encuentro con Jesús, con nosotros mismos, con los demás y con la creación (representada por el pan), renovamos la esperanza. Para ello hay que caminar, ver, detenerse, escuchar, hablar , encontrarse en la Palabra, dialogar, invitar y rogar, ser hospitalarios con el extraño, compartir la mesa, bendecir,  partir y repartir el pan, arder de esperanza y volver a caminar para compartir lo vivido; son verbos y acciones que aparecen  en el texto. Esta es nada más y nada menos nuestra tarea, porque estamos convencidos por su Espíritu, que desde el paso de Jesucristo por nuestra historia y por nuestra vida; que: “todo acto de amor no queda nunca sin futuro”.[2]

Terminemos mejor con esta oración que escribí:

Emaús Hoy

Señor, como los discípulos camino a Emaús, estamos indignados, tristes y desesperanzados…

…Tú sabes lo que sucede en  estos días.

Caminamos y discutimos sobre lo que no podemos cambiar.

Te apareces y caminas cual peregrino con nosotros…

nos preguntas , escuchas, nos hablas con palabras de vida, pero no te reconocemos…

…pareces pasar de largo, pero te invitamos a quedarte en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestro país…

…Compañero de vida,  quédate con nosotros/as que se hace tarde, la noche nos invade.

Te hospedas, comes  con nosotros/as y bendices, partes y repartes el pan.

Y allí en ese preciso instante no solo te vemos, sino que te re-conocemos: eres el Peregrino mayor,  de ese sueño lejano y bello –como dijo uno de nuestros poetas‒.

Eres el Caminante que camina la vida con nosotros/as, eres el que nos impulsa al encuentro de hermano/as,

a bendecir, a partir y repartir el pan.

Eres el que renueva la fe en tu presencia, la esperanza en tu reino, de que no todo está perdido.

Y renuevas el amor, fuego para seguir caminando, celebrando y compartiendo.

Señor de la vida, quédate con nosotros/as una vez más y haz que te reconozcamos,

que caminemos contigo y los hermanos/as. Así sea.

______________________________________

[1] En J.A. Pagola, Jesús aproximación histórica, PPC, Madrid 2007, p.223

[2] José Miguez Bonino, Espacio para ser hombres, BA, Aurora, 1990, p.70

Recommended Posts

Leave a Comment

Start typing and press Enter to search