¿Para qué hacemos teología? I

 In Liberación e Historia, Teología y Cultura

 “— ¿Mi profesión? Bien… soy teólogo. No, el señor no me oyó bien. No soy geólogo. Teólogo. Eso mismo… No es necesario disimular el espanto, puesto que yo mismo me espanto, frecuentemente”[1]

Así comienza unas conferencias sobre el hacer teología, el teólogo y poeta brasileño Rubem Alves (que siguió su viaje a la eternidad en 2014) hace 41 años. Mas allá de que esa situación cómica nos ha pasado algunas veces a los que abrazamos esta aventura de estudiar y hacer teología, también nos sentimos identificados ante el asombro (o espanto lo llama Alves) de estar en este camino, y que tantas veces nos preguntamos sobre la necesidad, el propósito y la pertinencia o relevancia de hacer teología.

Lo mismo se ha dicho de algunas tareas del conocimiento. Por ello se afirma con Platón y Aristóteles, que el asombro o sorpresa es el origen de la filosofía, lo que impulsa al ser humano a filosofar. En efecto, el que algo sorprenda hace que uno se pregunte por lo que ocasiona la sorpresa; y la pregunta lo lleva al ser humano a buscar el conocimiento. Diría exactamente lo mismo en cuanto a la teología.

Ante el asombro o sorpresa de nuestra experiencia de Dios (y para los cristianos mediada por Jesús de Nazareth), surge este lenguaje teológico de la trascendencia, que nos deja con la boca abierta una y otra vez, y las más de las veces con la boca cerrada.

Me gustaría compartir algunas de las definiciones de la teología en las que me siento identificado: allí van algunas: la del llamado el decano de la teología latinoamericana evangélica, el metodista   José Míguez Bonino, (1924-2012), en su libro Rostros del Protestantismo latinoamericano, p. 109 dice: “La teología es «búsqueda de fidelidad en la comprensión del Evangelio […] Es posible que la teología no sea lo más importante ni lo primero que debe ocuparnos, pero es ciertamente indispensable. La iglesia no puede existir sin interrogarse constantemente a sí misma, a la luz de la Escritura, acerca de la fidelidad de su testimonio, de la coherencia entre su mensaje, su vida y su culto.»

O la de Jürgen Moltmann (n. 1926, reformado alemán), en su obra Gelebte Theologie: «La teología no es la ciencia de administrar lo religioso; la teología es una pasión, que ha de realizarse con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas – o sino, es mejor no intentarlo. La teología surge de la pasión de Dios, de la herida abierta de Dios en la propia vida, del reclamo a Dios de Job y del Crucificado, de sentir la ausencia de Dios y de las experiencias de los “sufrimientos de este tiempo”: Auschwitz, Estalingrado, Vietnam, Bosnia, Chernobil y un sinfín de lugares más. La teología nace de la indómita alegría por la presencia del Espíritu de Dios, el Espíritu de la resurrección, de manera que uno afirma esta vida con el amor entero e indiviso de Dios –y a pesar de toda la destrucción de vida– la ama y está presente, totalmente presente. Esta es la alegría divina, la alegría de Dios por la vida. El dolor de Dios y la alegría de Dios son las dos experiencias entre las cuales la teología a uno no lo deja descansar.»

Pero quizás las que más me gustan son de los dos teólogos que dieron inicio a la llamada teología de la liberación latinoamericana, hace más de 50 años.

La primera del teólogo católico romano Gustavo Gutiérrez: “Hacer teología es escribir una carta de amor al Dios en quien creo, al pueblo al que pertenezco y a la iglesia de la que formo parte”[2] .

La segunda es la del teólogo protestante – antes mencionado- Rubem Alves “Para aquellos que la aman, la teología es una función natural como soñar, escuchar música, beber un buen vino, llorar, sufrir, protestar, esperar… Tal vez la teología no sea nada más que una manera de hablar sobre esas cosas dándoles un nombre, distinguiéndose apenas de la poesía porque siempre es hecha como una oración. Ella no surge del “cogito”, de la misma manera que los poemas y las oraciones. Simplemente brota y se desdobla, como manifestación de una manera de ser: “suspiro de la criatura oprimida”. ¿Sería posible una definición mejor?”[3]

Con respecto a Alves, varios han destacado a este pensador interdisciplinar que transita por la teología, la literatura, la filosofía, el psicoanálisis, la sociología y la educación. Su obra es un intento, como dice Cervantes Ortiz, de construir una teología lúdico-poético-erótica centrada en el cuerpo y en la vida en su dimensión real[4]. Para él, los temas teológicos no se limitan a ser objetos de conceptualización o racionalización, sino que viven en los cuerpos de las personas. El lugar de la teología es la vida cotidiana, y no tanto la academia. Teología y vida interactúan dinámica y creativamente. La pretensión de Alves es elaborar una teopoética, como él mismo reconoce:

“Me gustaría que la teología fuese eso: las palabras que vuelven visibles los sueños y que, cuando se pronuncian, transforman el valle de los huesos secos en una multitud de niños [sic.]. De ahí la sugerencia que hago: que la palabra teología sea sustituida por la palabra teopoesía, es decir, nada de saber, todo de belleza.”[5]

En esa línea nos dice A. Sanabria en un ensayo de este blog de 2019: “En este sentido, los teólogos más revolucionarios en la antigüedad fueron los profetas hebreos, personajes cimeros como Isaías, Amós o Miqueas, que reprendieron la injusticia social, y enseñaron que el verdadero culto a Dios consiste en la práctica de la misericordia (véanse los siguientes textos: Isaías 1:11-17; Oseas 6:6; Amós 5:21-24; Miqueas 6:6-8).  Jesucristo mismo debe ser considerado el más grande teólogo de todos los tiempos, porque él fue quien más y mejor nos habló de Dios y de su proyecto para transformar al mundo, proyecto al que llamó “el reino de Dios”; el contenido de este fue resumido en su discurso inaugural, en una sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19).” [6]

La teología, pues, no es una ciencia inútil o inservible, al contrario, sirve para aportar un entendimiento claro sobre Dios y sobre el mundo, pero principalmente para darle a la religión una voz profética, una voz que convoque a los seres humanos a vivir como corresponde a los hijos/as de Dios.

Y estoy convencido que una de las principales funciones de la teología es la creación de símbolos que den sentido y esperanza a la vida.  Pero esta visión liberadora y tan necesaria del quehacer teológico en la actualidad, no siempre podemos advertirla en los ‘productos teológicos’ que se elaboran y consumen en la actualidad. Y por ello quizás, afirma el teólogo David Roldan: “Hoy la teología no le interesa a nadie. He aquí el problema que abordaremos impúdicamente. Se trata de indagar acerca de las causas por las cuales se da el fenómeno de que los teólogos [sic.] producen algo que, a primera vista, no le interesa a nadie o, para evitar dramatismos, le interesa a muy pocos.”[7]

Sin duda que hay muchos/as teólogo/as y comunidades o grupos teológicos que en la actualidad intentan una teología encarnada y que con sus palabras dan sentido a la vida y fe de muchas comunidades y personas.

Es un tema para seguir debatiendo y lo haremos en próximas entregas. Para terminar, solo respondamos a esa pregunta que a mucho/as de nosotros/as nos la han hecho: ¿y para que estudias o haces teología? Y podemos responder con las palabras de Alves:

“de las entrañas de los sacrificados surge este juego …que llamamos teología. Palabras, nada más que palabras. Pero las palabras son ayes, suspiros, profecías. Y con ellas se construyen mundos.”[8]

(Comparto esta oración poesía de Alves para que alimenten nuestra espiritualidad)

Padre… Madre… de ojos mansos,

sé que estás invisible en todas las cosas.

Que tu nombre me sea dulce, la alegría de mi mundo.

Tráenos las cosas buenas en las que encuentras placer:

el jardín, las fuentes,

los niños,

el pan y el vino,

los gestos tiernos, las manos desarmadas,

los cuerpos abrazados…

Sé que quieres darme tu deseo más profundo,

Un deseo cuyo nombre he olvidado, pero tú no olvidas nunca.

Cumple, pues, tu deseo, para que yo pueda reír.

Que tu deseo se cumpla en nuestro mundo,

de la misma manera que late en ti.

Concédenos satisfacción en las alegrías de hoy:

el pan, el agua, el sueño…

Que estemos libres de la ansiedad.

Que nuestros ojos sean tan mansos para los demás

como los tuyos lo son para nosotros.

Porque,

si somos feroces,

no podremos acoger tu bondad.

Y ayúdanos

para que no nos engañemos con los deseos malos.

Y líbranos

de aquel que carga la muerte en sus propios ojos.

Amén.[9]

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________________________________

[1] Rubem Alves , La teología como juego, ( Buenos Aires , la Aurora , 1982) p.9

[2] Gustavo Gutiérrez, La densidad del presente (Salamanca: Sígueme, 2003), 70

[3] Rubem Alves , La teología como juego, ( Buenos Aires , la Aurora , 1982) p.  15

[4] En https://www.lupaprotestante.com/una-teologia-de-la-alegria-humana-la-teologia-liberadora-ludica-y-poetica-de-rubem-alves/

[5] Juan José Tamayo ,Rubem Alves: Teo-logía como teo-poesía ,p 10-11. https://www.academia.edu/Documents/in/Rubem_Alves

[6] Ángel Sanabria,  Para qué sirve la teología? August 26, 2019. https://caminandoenjusticia.com/para-que-sirve-la-teologia/

[7] David A. Roldán, La teología: ¿una profesión en vías de extinción? Teología y cultura, año 3, vol. 5 (julio 2006) https://teologiaycultura.ucel.edu.ar/ediciones-anteriores/

[8] Rubem Alves , La teología como juego, ( Buenos Aires , la Aurora , 1982) p.  6.

[9] R. Alves, Transparencias de eternidad. México, Ediciones Dabar, 2006, p. 7.

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