¿Para qué hacemos teología? Parte II

 In Liberación e Historia, Pastoral, Teología y Cultura

Como dijimos al final de la primer entrega de este tema, una de las principales funciones de la teología es la creación de símbolos que den sentido y esperanza a la vida, y sin duda que hay muchos/as teólogo/as y comunidades o grupos teológicos que en la actualidad intentan una teología encarnada y que con sus palabras dan sentido a la vida y fe de muchas comunidades y personas.

Para esa creación actual, es bueno preguntarse cuáles son los desafíos que enfrenta hoy la teología, ¿cuál es su especificidad en el mundo de la academia y el diálogo con la cultura, en el ámbito pastoral y de la misión eclesial?

En muchas de las instituciones teológicas confesionales de América el interés teológico radica mayormente en el beneficio que trae a la iglesia y su misión. Por ende, la teología no se comprende realmente como una disciplina académica sino como una especie de saber técnico, donde su valor está en su utilidad, restringiendo así la labor teológica y negando su relación con otras disciplinas académicas humanas.  Pero esto no siempre fue así. Desde una perspectiva histórica constatamos que la ubicación social y eclesial de la mayoría de los creadores de teología “formal” se ha ido desplazando conforme a las épocas: en los primeros siglos de la iglesia se destacaron los pastores y obispos, tales como Ignacio de Antioquia, Atanasio de Alejandría, Basilio de Cesarea o Agustín de Hipona. Desde la Edad Media, la formulación precisa del discurso teológico estuvo a cargo principalmente de monjes y “religiosos”, tales como Anselmo o Tomás de Aquino. En una tercera etapa,  de la modernidad, la mayor producción de escritos teológicos en el sentido de una disciplina rigurosa, ha estado a cargo de académicos, sobre todo en las universidades. A medida que ha ido avanzando la especialización y la inmensidad de los potenciales saberes, ha ido surgiendo una fragmentación por la cual no son necesariamente los mismos especialistas los que interpretan la Biblia, los teólogos/as sistemáticos/as, o  los que se concentran en alguna área pastoral o práctica como la cura de almas , la predicación, etc.

Desde finales del siglo XX se viene discutiendo en muchas universidades cuál puede ser el lugar de una facultad de teología dentro del paradigma científico moderno/posmoderno. La teología no puede ser reducida a una mera actividad técnica ni a una labor únicamente confesional que busca dialogar con la sociedad. Su carácter académico constructivo, en diálogo con otras disciplinas y saberes humanos, debe ser explicitado y asumido si se quieren superar las crisis o desafíos de la educación teológica en gran parte de América Latina y de América del Norte. En ese sentido, la tarea de recuperar el horizonte académico de la teología no puede hacerse a expensas de su identidad, como parece estar sucediendo en algunas facultades teológicas al confundir o desplazar la teología con las ciencias de las religiones.

“En algunas universidades de Europa y América del Norte, las facultades dedicadas a las “ciencias de la religión”, que se ocupan del análisis fenomenológico de las religiones aplicando criterios de las ciencias sociales, van desplazando a las facultades de teología, cuyo propósito es preparar pastores para el ministerio. A la vez, siguen existiendo seminarios teológicos cuyo exclusivo propósito es este último. Adicionalmente, siempre han existido numerosos productores de teología en las márgenes de las instituciones eclesiales: entre ellos se destacan los místicos y las místicas. Allí se abrió un intersticio para las voces teológicas de mujeres tales como Hildegarda de Bingen o Catalina de Siena” [1]

Frente a estos desafíos es bueno recordar que en la actualidad ya no es posible dar una posición privilegiada a las afirmaciones y pretensiones teológicas del pasado. Ellas deben ser, y de hecho son, revisadas y reformuladas constantemente; y el criterio para esta tarea teológica, tal como todas las otras actividades cognitivas, está basado en la actividad humana de reflexión, razonamiento e imaginación. En el presente comprendemos que todas las ideas religiosas, incluida la idea de “Dios”, han sido creadas y son sustentadas por una o más tradiciones, y ellas están disponibles para nosotros solo y a través de comunidades que están comprometidas con estas tradiciones, que buscan orientar sus vidas desde ellas y que intentan continuamente criticarlas, reformarlas y desarrollarlas.

En ese sentido resuenan nuevamente las palabras de Alves sobre la teología: “Palabras, nada más que palabras. Pero las palabras son ayes, suspiros, profecías. Y con ellas se construyen mundos”.[2]  Los seres humanos crean imágenes de lo que ellos piensan acerca del mundo, de lo que imaginan que son los últimos poderes o realidades, además, crean rituales a través de los cuales representar su rol en relación con aquellos. Imágenes, relatos y rituales de la imaginación han sido coleccionados en las tradiciones históricas de sentido y práctica que ahora conocemos como las religiones. En la historia, tanto las grandes civilizaciones como las pequeñas tribus han desarrollado uno o más esquemas simbólicos en su esfuerzo de entender, orientar e interpretar la existencia humana; donde las instituciones, las prácticas y los valores fueron configurados y reconfigurados de acuerdo con estas visiones simbólicas de la realidad y del ser humano. Así es como surgieron las grandes tradiciones religiosas de la humanidad. Fue en sus rituales religiosos, creencias e instituciones que los seres humanos elaboraron una interpretación de su existencia y de cómo vivir y orientarse en el mundo. Y de su relación con Dios, ya  que para las religiones proféticas, “Dios es la palabra y la realidad clave, la que determina el carácter sagrado de todo lo que de alguna manera lo es”. [3]

En esa tarea es imprescindible el diálogo con las ciencias de las religiones, pues se hace necesario comprender y explicar el hecho religioso en este siglo XXI tan heterogéneo. Por otro lado,  si la teología busca proveer un marco simbólico de significado para la orientación de la vida, desde el análisis, crítica y construcción de la imagen/concepto “Dios”, la descripción desde distintas ciencias humanas de carácter académico no es suficiente.  La teología, junto con la filosofía, -y distinta de las ciencias de las religiones-, tiene un carácter normativo, es decir, se pronuncia sobre el valor y la verdad del hecho religioso, sobre la existencia efectiva de la realidad que origina su aparición y sobre la validez de las conductas en que se manifiesta.[4]

Es imprescindible esta tarea teológica que, desde una lectura de los signos del contexto presente y desde un renovado entendimiento de los grandes temas de la fe en dialogo con aquel, construya “mundos nuevos” que brotan desde las praxis de fe en la buena noticia de Jesucristo.  Y en ese sentido vale la aclaración de Nancy Bedford sobre quienes pueden hacer esta tarea:

“En un sentido estricto, cualquier persona que hace preguntas y que habla desde su fe en Dios en respuesta a la Palabra dada por Dios en Jesucristo, reflexiona, ya es un “teólogo” o una “teóloga”. Hacerlo es un privilegio y una responsabilidad que parte del “sacerdocio de todos los creyentes”. Tal persona no reflexiona de manera aislada, sino como parte de una comunidad de fe que es a la vez una comunidad interpretativa o hermenéutica. Idealmente, su comunidad eclesial le proveerá las herramientas para profundizar su reflexión y tal reflexión estará al servicio del reino de Dios. Quienes respondan al llamado de dedicarse de manera especial a la vocación teológica, profundizando sus habilidades a través de estudios formales, no por eso pueden apropiarse exclusivamente del título de “teólogo” o “teóloga”. Tampoco puede la voz de algún teólogo en particular representar a toda la Iglesia, pues la teología precisa de los matices y la riqueza de las preguntas planteadas desde distintas ubicaciones sociales, étnicas y de género.”[5]

Y parte de esas preguntas,  visiones y esperanzas que queremos sembrar en este tiempo decolonial es la de proponer la importancia y la relevancia misionera de temas clave para una teología cristiana, contextual, poli-céntrica  y encarnada, desde una hermenéutica de la nueva creación, que se posiciona en el margen y desde abajo. Se inscribe en ese jardín de diversidad que es la teología de la liberación en la actualidad. Dice Néstor Míguez:

“Lejos de estar en un proceso de declinación, como algunos han supuesto, como en las décadas que precedieron al surgimiento de las formulaciones académicas de la TLLA (Teologías latinoamericanas de liberación en América), hay un fermento activo que se expresa en el día a día de los pueblos, en sus manifestaciones y reclamos, en sus luchas y propuestas, que están imbuidas de una teología en el hacer, en un diálogo consigo mismo, atravesado de esta misma diversidad que lo compone”.[6]

En ese jardín o pentecostés teológico, debemos re-significar nuestra idea de Dios y nuestra relación con El (el Otro) .Tan importante como la continua transformación de la iglesia por la gracia que actúa en coyunturas de opresión, trayendo liberación e igualdad, es la transformación de nuestra imagen de Dios. La reciente teología trinitaria presente en la Teologías de la liberación, junto con una cristología centrada en la gracia y la ternura que opera justicia — como virtud clave del carácter de Dios— revelada en la Escritura y en Jesús de Nazareth, son fundamentales. Proseguir en estos pasos, renovando nuestra imagen de Dios —desechando las imágenes idolátricas— es clave en este tiempo. [7]

Junto con el anterior, entre los desafíos que requieren ser re-imaginados teológicamente y re-vinculados con las grandes doctrinas cristianas (Dios, cristología, escatología, eclesiología, etc.)  mencionamos: los tan resistidos en algunos ámbitos sobre el cuerpo, la sexualidad y género, la relación con la madre Tierra y la recuperación de saberes y valores de los pueblos originarios, una pedagogía y teología de la ternura frente a la violencia en todas sus formas, entre otros.   En un tiempo de desgracias —gobernado por el falso dios Mercado— debemos proponer la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. En un tiempo de fragmentación y división de nuestros pueblos, debemos proponer la Unidad cristiana y humana. En un tiempo líquido, influenciado por la posverdad, el neofascismo, la xenofobia, la aporofobia, el racismo y el machismo patriarcal, debemos proponer la Nueva Creación, como tema teológico clave, para una construcción de una subjetividad alternativa a la imperial. [8]

Volviendo a la pregunta: ¿para qué hacemos teología?, quizás una buena respuesta es: para que nazcan nuevos mundos de vida plena (Juan 10:10). Como suele decir el teólogo Jorge Rieger “la teología es un asunto de vida o muerte”[9]. Ella misma ha funcionado como dadora de muerte o de vida en la historia. Son necesarias teologías de buenas noticias, evangelios actuales para dar vida.

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[1] Bedford, Nancy y Guillermo Hansen. Nuestra fe: una introducción a la teología cristiana. Buenos Aires: Instituto ISEDET. 2008. P. 14

[2] Rubem Alves, La teología como juego, (Buenos Aires, la Aurora, 1982) p.  6.

[3] Martin Velasco, Juan. Introducción a la fenomenología de la religión. Editorial Cristiandad, Madrid, 1978. P. 104. Un ejemplo de esto es la teología feminista y sus reformulaciones en el lenguaje acerca de Dios y de la fe.

[4] Martin Velasco, Juan. Introducción a la fenomenología de la religión. ( edición revisada) Editorial Trotta. Madrid, 2006. P. 68.

[5] Bedford, Nancy y Guillermo Hansen. Nuestra fe: una introducción a la teología cristiana. Buenos Aires: Instituto ISEDET. 2008. P. 13

[6] Ver Néstor Míguez, “Teología en América Latina”, artículo de libre acceso en la web:  https://nestormiguez.com/wp-content/uploads/articulos/Teologia-en-America-Latina.pdfit., p. 16

[7] Un inicio de este trabajo lo vemos en J. Rieger, N. Míguez, J. M. Sung, Mas allá del espíritu imperial. Nuevas perspectivas en política y religión, (Buenos Aires, La Aurora, 2016), p. 227. En inglés Beyond the Spirit of the Empire (SCM Press, 2009). Como en el libro colectivo reciente Zavala P.(ed.) Abajo los muros. Perspectivas wesleyanas en perspectivas contemporáneas, (México, Cupsa, 2018). Hay variados ensayos sobre el tema de la imagen de Dios, por ejemplo Religiones y divinidades,  La Doctrina de la Gracia vs. La Ley del Mercado, sexualidad y género en perspectiva liberadora.

[8] Para profundización de esto, ver mi ensayo “Un mundo globalizado y fragmentado es mi parroquia. Desafíos ecuménicos y políticos a nuestra teología wesleyana”, publicado en sitio web del 13º Oxford Institute of Methodist Theological Studies, (Inglaterra) agosto de 2013. Y publicado también en Zavala P. (ed.) Abajo los muros. Perspectivas wesleyanas en perspectivas contemporáneas, (México, Cupsa, 2018).

[9] Gracia bajo presión, (Buenos Aires, Aurora, 2015) p. 115

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