El tiempo en tiempos de COVID-19: Una mirada teológica

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Hace unos días Mizrraim Contreras escribió en este blog un ensayo sobre el fin de la historia y su telos, su finalidad. Excelente artículo (invito a leerlo) que me motivó a compartir lo que Paul Tillich aportó sobre la historia y el reino de Dios.

En este tiempo del coronavirus resurgen los profetas del fin de los tiempos y de la salvación individualista, que con su prédica (en la gran mayoría de los casos), legitiman la premisa del sistema neoliberal imperial que dice: “sálvese quien pueda” o “me salvo solo” y no en comunidad. Por eso es tan importante recuperar lo que lo mejor de la teología del siglo XX aportó para pensar el sentido y la finalidad de la historia, y como también iluminarnos en la relectura e interpretación de la Escritura, sobre el tema escatológico o de los últimos tiempos.

En este contexto de pandemia y de visiones apocalípticas reavivadas, es necesario estar informados e interpelados por el testimonio de la acción del Espíritu en la historia, a fin de discernir cuáles son las señales de este, en nuestra mutación civilizacional- nuestro kairós

Seguimos a Tillich cuando afirma que el “reino de Dios está siempre presente, pero no la experiencia de su poder que conmociona la historia. Los kairoi son raros y el gran kairós es único, pero juntos determinan la dinámica de la historia en su autotrascendencia”[1]. Para él, el <<Gran Kairós>>, la aparición del centro de la historia-Jesucristo-, se vuelve a experimentar una y otra vez a través de <<kairoi>> relativos, en los que se manifiesta a sí mismo el reino de Dios en una particular irrupción. Momentos en que surge el Espíritu profético para conmocionar, momentos para tomar conciencia de esos kairós, siendo necesarias una visión, una experiencia comprometida y una observación analítica que sirva para objetivar y clarificar la visión. La experiencia de éstos se ha dado una y otra vez en la historia de las iglesias, en todos los movimientos preparatorios y receptores en la iglesia latente y manifiesta. Y si bien el reino de Dios y su presencia espiritual nunca están ausentes-ya que la historia siempre es auto-trascendente-, no siempre se da esta experiencia de la presencia del reino como determinante de la historia; el Espíritu profético está muchas veces latente e incluso reprimido a lo largo de extensas zonas de la historia. Dice Tillich :

“La historia no se mueve a un ritmo igual, sino que es una fuerza dinámica que se mueve entre cataratas y zonas tranquilas. La historia tiene sus altibajos, sus períodos de velocidad y lentitud, de creatividad extrema y de sumisión conservadora a la tradición. Los hombres [sic.] del último período del antiguo testamento se lamentaban de que existía poca presencia del Espíritu, y esta queja ha sido reiterada en la historia de las iglesias.”[2]

Hay épocas de velocidad y lentitud, de creatividad y de sumisión a la tradición. Por ello la toma de conciencia de un kairós– cuando aparece históricamente- es un asunto de visión y de discernimiento para poder percibirlo, como también de un análisis y una observación. Si bien éstas no lo producen, son imprescindibles para enriquecer y corregir tal visión.

El Espíritu opera creativamente sin ninguna dependencia de la argumentación y de la buena voluntad. Por ello todo momento que pretende ser espiritual debe ser comprobado por el <<gran Kairós>>. Jesucristo y su cruz es el criterio absoluto para comprobar estos kairoi. Ya que como dice Tillich sobre ellos, en primer lugar “pueden ser distorsionados demoníacamente, y la segunda que pueden ser erróneos.”[3]

Es hasta cierto punto esto último, debido en principio por estar bajo el orden del devenir histórico, que se hace imposible la previsión en cualquier sentido científico. Ninguna fecha predicha en la experiencia de un kairós, como tampoco ninguna situación adivinada como resultado de ellos llegó nunca a hacerse realidad. Sin embargo, el poder del reino de Dios se manifiesta en la historia, transformándola desde entonces. El error no está en la cualidad- kairós sino en el juicio acerca de su carácter en términos de la condición histórica y humana de la experiencia-kairós. Es por esto, que cobra importancia la necesidad de prestar atención al Espíritu y su obra de comunión en nuestro cambio de época, nuestra  situación crítica y creativa.

Es un lugar común afirmar hoy (en medio de la pandemia)  que no estamos en una zona estable o tranquila de las aguas de la  historia.  Es sin duda una época de cataratas, de velocidad, en cuanto a los cambios que se producen y se producirán en la geopolítica y en el sistema neoliberal idolátrico que nos gobierna cruelmente (que crea pobreza y sacrifica en sus altares millones de personas en el mundo desde hace décadas). Un tiempo “kayroi-relativo” según Tillich, que tendremos que discernirlo y seguir comprobándolo por el <<Gran Kairós>>, Jesucristo.

Y esto en un contexto cotidiano de cuarentena donde el tiempo –en la superficie- parece que no avanza. Escribe hace unos días el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, sobre la cuarentena:

“Este párate resignifica nuestra relación con el tiempo, sobre todo con la idea de productividad. Nos vemos ahora con tiempo en demasía y vuelvo a la famosa frase de Shakespeare en Hamlet que retoma Derrida: “el tiempo está desquiciado”. Hay algo de eso. Está fuera de quicio nuestro tiempo cotidiano. Se nos presenta un tiempo desacostumbrado para nosotros. Ahora un desayuno es un desayuno, con la particularidad de que no es una posta de la que hay que salir corriendo. Se nos abre una posibilidad, una oportunidad de resignificar vínculos al interior de lo que ya existe. Obviamente puede explotar todo. También es una forma de resignificar. Estas situaciones son lo que en filosofía se llama “situaciones límite”. Dice Jaspers que de ellas uno no sale indemne. Nos transforman. Esta transformación puede hacer que los vínculos primarios ganen o pierdan, por tomar una narrativa económica, pero seguro no se sale indiferente de esto. Se abre un tiempo-otro. El tiempo desquiciado habilita lo que en teología se llama el Kairós. El tiempo como ocasión y oportunidad. Sucede algo intempestivo. Una situación anómala, inoportuna nos desacostumbra de nuestro modo de conectarnos con el tiempo. Este no es un tiempo que se mida; no es cronológico ni productivo. Es un paréntesis en el tiempo lineal. El tiempo no corre. Hay tiempo.”[4]

Pareciera que el tiempo no corre, pero sospecho que este tiempo único y de situación límite (kayros) que se nos ha dado para vivir, es una oportunidad (no para producir más en términos capitalistas ni para impartir miedo u odio) sino para resignificar nuestra vida y sus vínculos (con uno mismo, con Dios, con los demás, con la creación toda que gime por libertad).

Para transformar nuestras subjetividades en dirección al reino de Dios y su justicia. Y para comenzar desde abajo, a transformar de raíz el sistema mundo que nos deshumaniza. Y que destruye nuestra casa común: la tierra.

Acaso no fue ese el mensaje de Jesús?: “Después de que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea para proclamar el evangelio del reino de Dios.  Decía: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!». Marcos 1:14-15.

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[1] Tillich P., Teología Sistemática III: La Vida y el Espíritu, La Historia y el reino de Dios, (Salamanca: Sígueme, 1984). p.445-446.

[2] Ibid.,p.446.

[3] p.446.En la pg. 445 hace expresa alusión al nazismo como una distorsión demoníaca del kairós que vivía  como situación crítica y creativa la Europa central, tras la segunda guerra mundial.

[4] Darío Sztajnszrajber, El tiempo como oportunidad, 29 de marzo de 2020, Diario  Pagina 12 , https://www.pagina12.com.ar/256032-el-tiempo-como-oportunidad, visitado el mismo día.  

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