PAUL TILLICH Y LA PREGUNTA POR EL “FIN DE LA HISTORIA” PARTE VI

 In Caminando en Justicia, Teología y Cultura

Introducción

El pensamiento de Tillich está profundamente arraigado en la reflexión sobre la historia en todas sus dimensiones, tal hecho es constatable en los volúmenes de sus Obras Completas. En la Sistemática la historia como acontecimiento y como quehacer científico adquiere un carácter central. Su premisa básica establece que «en el mensaje cristiano, la historia es teológica y la teología es histórica».[1] En consecuencia, «La labor del historiador consiste en “dar vida” a lo que “se esfumó en el pasado”».[2] Por tanto, los juicios apresurados de que en Tillich no hay propiamente un desarrollo histórico de la fe, sino más bien uno metafísico, no se sostienen a la luz de una revisión rigurosa. Por ejemplo, tal es la interpretación que Justo L. González hace de Tillich en su libro Retorno a la historia del pensamiento cristiano[3] donde, de forma arbitraria, se representa al pensamiento de Tillich en un tipo negador de la historia y, además, el libro no se preocupa en lo mínimo por indagar en la epistemología o la teología de la historia que Tillich elaboró como una totalidad. La tesis del Dr. González es muy cuestionable en muchos sentidos.

I La conciencia histórica como sustrato de lo que interroga por su finalidad

La reflexión en torno a la historia implica un esfuerzo intelectual de enorme complejidad, pues de ella se desprende tanto una profunda formación científica, como una firme y consecuente decisión ética. En cuanto a lo primero, se puede retroceder tanto en el tiempo hasta su formulación cosmológica, como bien lo apunta Lederman:

«La síntesis de la cosmología de los últimos cien años «es el modelo cosmológico estándar». Sostiene que el universo empezó en forma de un estado caliente, denso, compacto hace unos 15.000 millones de años. El universo era entonces infinitamente, o casi infinitamente, caliente…Por razones que quizá no conozcamos nunca, el universo estalló, y desde entonces ha estado expandiéndose y enfriándose».[4]

Y, en cuanto a lo segundo, se puede interpretar a la luz de una teología de santidad, tal como sucede en el pensamiento wesleyano, como Richard S. Taylor lo dice:

«Dondequiera que la teología hace de la soberanía divina la piedra angular de su sistema en lugar de la santidad divina, se equivoca de senda. Mera soberanía engendra, no la libertad gozosa de los hijos de Dios, sino el lazo abyecto y sin voz de la esclavitud… Una soberanía que no se base en la santidad, sería una tragedia inconcebible para todos los seres creados. Una criatura que no puede adorar a Dios con la convicción de que es santo, no puede obedecerlo amorosamente como soberano. La mente no puede descansar en la contemplación de obediencia sin amor, o de temor sin devoción».[5]

Estas referencias se juegan en el terreno abstracto de la conciencia histórica, que, por un lado y en buena medida se define a sí misma frente a lo que interroga por su sentido; pues el sentido interrogado es siempre referencial y saca a la luz su ultimidad en indivisible unidad frente a la otredad del todo que es ya su plenitud. Esta plenitud no es otra más que la conciencia de realización, sin embargo, nunca lo es en forma aislada, ello significaría la negación de la otredad, así como su plenitud y la totalidad. Es aquí donde se encuentra el lado opuesto, su radical negación. Aunque la conciencia histórica que interroga por su sentido es constitutivamente ontológica, queda obnubilada y alienada ahí donde su entorno existencial es ya una inconsciencia ante el peso del discurrir en el mundo y sus formas de ser en él, es decir, la «dimensión omnienglobante de la vida». De ahí que Tillich nos diga acertadamente que:

«La interpretación de la historia incluye más de una respuesta a la pregunta de la historia. Puesto que la historia es la dimensión omnienglobante de la vida, y puesto que el tiempo histórico es el tiempo en el que se presuponen todas las otras dimensiones del tiempo, la respuesta al significado de la historia implica una respuesta al significado universal del ser. La dimensión histórica está presente en todos los campos de la vida, si bien como una dimensión subordinada».[6]

II La lucha de la conciencia histórica contra sus formas negadoras

Bajo el apartado de Respuestas negativas a la pregunta del sentido de la historia[7] Tillich discute las «interpretaciones no-históricas de la historia»[8], que son tres, en las que la conciencia histórica que interroga por su sentido no puede más que estrellarse con su rotunda negación:

«El tipo no-histórico… da por supuesto que el «correr adelante» del tiempo histórico no tiene ninguna finalidad ni dentro ni por encima de la historia sino que la historia es el «lugar» en el que los seres individuales viven sus vidas inconscientes de un telos eterno de sus vidas personales. Esta es la actitud ante la historia de la mayoría de seres humanos. Se pueden distinguir tres formas de tales interpretaciones no-históricas de la historia: la trágica, la mística y la mecanicista».[9]

En cuanto a la primera: la trágica, «recibe su expresión clásica en el pensamiento griego pero de ninguna manera queda confinada en él. La historia, según esta visión, no corre hacia una finalidad histórica o transhistórica sino que se mueve en un círculo que vuelve a su principio. En su curso proporciona a cada ser, a cada uno en su tiempo y con límites definidos, su génesis, su punto culminante y su declive…».[10] La expresión ya clásica de esta concepción está bastante asociada al pensamiento de Nietzsche, sobre todo, mediante la categoría del eterno retorno (ewige Wiederkunft), plasmada en el parágrafo 341 de La gaya ciencia:

«Qué pasaría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivo en tu más solitaria soledad y te dijera: «Esta vida, tal como la vives ahora y tal como la has vivido, la tendrás que vivir una vez más e incontables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida tendrá que retornar a ti, y todo en la misma serie y la misma sucesión…El eterno reloj de arena de la existencia será girado siempre de nuevo —y tú con él, mota de polvo del polvo!— ¿No te echarías al suelo y castañetearías los dientes y maldecirías al demonio que así hablaba? ¿O has vivido alguna vez un instante formidable en el que le hubieras respondido: «eres un Dios y nunca escuché algo más divino!» Si ese pensamiento adquiere poder sobre ti, te transformaría, tal como eres, y quizá te destruiría; la pregunta, a propósito de todo y de cada cosa, «¿quieres esto otra vez e innumerables veces más?».[11]

Con respecto a la segunda, la mística, Tillich nos dice que «La existencia histórica no tiene ningún sentido en sí misma. Se debe vivir en ella y actuar razonablemente, pero la historia misma no puede ni crear lo nuevo ni ser verdaderamente real. Esta actitud que exige una elevación por encima de la historia mientras se vive en ella, es la más extendida de todas dentro de la humanidad histórica».[12] Lo señalado aquí por Tillich es cierto, aunque apunta decididamente hacia un lado, no obstante, tiene también su contraparte, a saber, que la mística puede originar un profundo sentimiento y conciencia de arraigo histórico, pues el hecho de ser arrobado por la manifestación teofantica de la conciencia divina es ya un encuentro con lo histórico —vivencia—, en tanto búsqueda de su significado, de tal manera que lo divino se revela como originador y sustentador del mismo discurrir de lo divino-trascendente en su facticidad e historicidad (Geschichtlichkeit): «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3:6a). En este sentido, Otto dirá que: “«Místico» no es, en un primer momento, un predicado de la relación con lo divino, sino de la propia idea de Dios”.[13]

Y, sobre la tercera: la mecanicista, Tillich observa que «El tiempo físico controla el análisis del tiempo tan completamente que apenas si queda lugar para las características especiales del tiempo biológico, y aún menos del histórico. La historia se ha convertido en una serie de acontecimientos en el universo físico, que interesan al hombre, dignos de ser registrados y estudiados, pero sin que suponga una contribución especial a la interpretación de la existencia en cuanto tal. Se podría llamar a esto el tipo mecanicista de la interpretación no-histórica de la historia (en donde el término «mecanicista» se usa en el sentido de «naturalismo reduccionista»)”.[14] Paradójicamente, esta forma negadora de la historia es la más cargada de significado histórico. La técnica es, pues, el resultado de la conciencia realizada en su inmersión histórica, ya que el mundo es siempre un mundo histórico. Aquí se ha progresado tanto que el progreso mismo es ya la única finalidad revelada, la que en sí misma se torna ultimidad para el hombre y la esencia misma de la vida. No obstante, en ello reside justamente su lado demoníaco, que acecha al fondo del ser en la clara conciencia de exterminio. La máscara del demonio seduce, fascina, atrapa, y tal como la serpiente antigua en el Edén, tienta a probar el fruto prohibido, que bien puede ser la autodestrucción nuclear de la raza humana y la civilización.

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[1] Paul Tillich, Teología Sistemática I, Salamanca, Sígueme, 1982, p.47

[2] Ibid., p.140

[3] Justo L. González, Retorno a la historia del pensamiento cristiano. Tres tipos de teología, Florida, Kairós, 2009, pp.173-176

[4] Leon Lederman, Dick Teresi, La partícula divina. Si el universo es la respuesta, cual es la pregunta, México, Crítica, 2017, p.542

[5] Richard S. Taylor, Explorando la santidad cristiana. Tomo 3. Los fundamentos teológicos, Kansas, CNP., 1999, p.16-17

[6] Tillich, Teología Sistemática III, Salamanca, Sígueme, 1984, p.422

[7] ibid., pp.422-425

[8] ibid., p.423

[9] ibid., p.422

[10] ibid., p.423

[11] Friedrich Nietzsche, Obras Completas, III, Madrid, Tecnos, 2014, p.857

[12] Tillich, op. cit., pp.423-424

[13] Rudolf Otto, Ensayos sobre lo numinoso, Madrid, Trotta, 2009, p.92

[14] Tillich, op. cit., pp.424-425

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