Pascua: renovación y liberación de la vida

 In Liberación e Historia

Una vez más nos acercamos a esa semana denominada santa, que es una de las celebraciones que unen e identifican a los cristianos de todo el planeta. Fin de la cuaresma y comienzo de la Pascua de Jesús de Nazaret, de su paso de la muerte a la vida, ocurrida en esa celebración de la pascua judía, hace más de dos mil años.

La fiesta que llamamos “pascua” es una de las más antiguas de las que aún se celebran en el mundo. Sus primeros indicios hay que buscarlos en los clanes nómades. Eran familias de pastores que criaban ovejas y cabras, que deambulaban de un lugar a otro en busca de pastos tiernos para sus rebaños. Ellos recorrían, hace más de cuatro mil años la tierra que hoy habitan palestinos e israelíes. Uno de ellos era precisamente Abrahán y sus descendientes. Esta fiesta reunía a todo el clan y era presidida por el patriarca. Allí agradecían a Dios el fin del invierno y le rogaban por una primavera hermosa y un verano suave. El centro de la fiesta consistía en el sacrificio de un cordero nacido el año anterior, mostrando su confianza en que Dios iba a reponer en abundancia esa ofrenda con nuevos nacimientos. El patriarca daba oraciones de bendición y confiaban a Dios la fertilidad de sus campos y ganados. “La pascua era, por lo tanto, una redención, en el momento decisivo y riesgoso de la renovación de las cosas.”[1]  Es decir, que en su origen la pascua era la celebración de la renovación de la vida.

Luego, cuando Dios escucha el clamor del pueblo de Israel sometido al poder del faraón en Egipto, se recupera la antigua fiesta de la primavera, luego de haberse perdido. Pero ahora aparece como el símbolo y la ocasión para esa liberación. “En adelante la Pascua se sobrecarga con una nueva significación. Ya no es una simple fiesta de primavera. Señala el paso de Yavé.(cf. Exodo 12:11)” La fiesta adquiere el nombre de “Pesaj” (=pasaje o paso que pasó a ser “Pascua en castellano”)porque recuerda la salida de Egipto como una redención obrada por Yavé. [2].  El pasaje a través del Mar Rojo, el pasaje de la esclavitud a la libertad. Es la liberación del opresor pero con el propósito de volver a la tierra de la promesa, con el fin de ser pueblo de Dios en marcha. Un pueblo liberado, que camina bajo el signo de la protección divina y que llegado al monte del Sinaí, se encuentra con el Dios liberador cuyo nombre es “Yavé”(Ex. 19:9ss). Allí el que se nombra como “Yo soy el que soy o yo soy el que está con uds.” pacta una alianza con el pueblo salvado de Egipto. Una alianza que le da una razón de ser y una misión especial: continuar viviendo en esa libertad, en obediencia al Dios que los redimió. Por ello, bajo este acontecimiento del éxodo, la pascua no es sólo una fiesta de renovación de la vida sino una celebración y un compromiso con la liberación de Dios.

Cuando nos acercamos al ministerio, pasión y resurrección de Jesucristo en el Nuevo Testamento, nos damos cuenta que la antigua celebración de la Pascua es resignificada desde ese evento central en la historia humana. Podemos decir que la pascua como fiesta cristiana adquiere su real y profundo significado desde la práctica liberadora de Jesús el Cristo, y desde su cruz-resurrección. Todos los relatos del N.T. enfatizan lo que para la fe cristiana, pasó a ser el centro de la fiesta: El primer día de la semana el sepulcro fue hallado vacío. Jesús ha resucitado. El poder de la muerte no pudo apagar la fe, la esperanza y el amor que el Hijo de Dios manifestó en su vida y ministerio. Aquel que murió esa muerte vergonzosa no había terminado para las mujeres que prepararon ungüentos y especias para ponerle al cuerpo quebrado, según Lucas. Solamente después de hacer una labor de amor desinteresada para un cuerpo que no podrá ni siquiera decir una palabra de agradecimiento, menos aún de retribución es que nos encontraremos con la sorpresa de la renovación y liberación de nuestra vida. Ya que el único sufrimiento que tiene significado es el sufrimiento que aceptamos en la lucha contra el sufrimiento. Por ello, la victoria definitiva del amor de Dios sobre el pecado, la muerte y la mentira, que es la resurrección de Jesús, no se realiza si no se asume y enfrenta la terrible experiencia del dolor, del sufrimiento, de la cruz. En palabras del teólogo brasileño Vítor Westhelle: “Una teología de la cruz siempre se encuentra al otro lado de la práctica de la resurrección, y a la inversa: una práctica de resurrección solo se puede ejercer frente a la funesta experiencia de la cruz”[3].

Esto es lo que conecta la resurrección con la cruz, y es la clave para conectar los antiguos significados pascuales: La renovación y liberación de la vida se experimentan ahora desde un encuentro transformador con Jesucristo.  El teólogo Jürgen Moltmann en su libro Cristo para nosotros hoy, nos relata su experiencia espiritual en relación con el Cristo Crucificado y cómo el descubrir el sufrimiento de Jesús a través de los relatos de los evangelios lo hizo acercarse, encontrarse y aferrarse a Él.  Casi al final de la Segunda Guerra mundial, en medio de una desesperanza muy grande Moltmann se pregunta: ¿Quién es Cristo para mí? .Es una pregunta personal que hace Moltmann. Se sentía abandonado por Dios y por la gente; las esperanzas de su juventud habían muerto. No veía futuro alguno por delante. Estaba en tal condición, que un capellán del ejército norteamericano le puso una Biblia en la mano y la empezó a leer. Comenzó con los salmos de lamento individual y colectivo del Antiguo Testamento como estos versículos del Salmo 39: “enmudecí con silencio, me callé aún respecto de lo bueno; y se agravó mi dolor […] forastero soy y advenedizo, como todos mis mayores”. Luego le atrajo la historia de la Pasión. En consecuencia expresa:

  • “Cuando llegué al grito de Jesús al morir, me dije: Aquí está el que te entiende y está contigo cuando todos te abandonan. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Ese era también mi clamor a Dios. Empecé a comprender al Jesús sufriente, tentado, abandonado por Dios, pues me sentía entendido por él. Y comprendí: este Jesús es el hermano divino en nuestra necesidad. Trae esperanza a los cautivos y abandonados. Es quien nos libera de la culpa que nos oprime y roba todo futuro. En ese instante me atrapó la esperanza, aunque desde una perspectiva humana había poco que esperar. Me infundió el coraje para vivir en un momento en que acabar con todo quizá hubiera parecido lo más sensato. Esta temprana comunión con Jesús (nuestro hermano en el sufrimiento que nos libera de la culpa) nunca más me ha dejado. Para mí, el Jesús crucificado es el Cristo. En los conflictos públicos y privados de mi vida aprendí luego a percibir la presencia del Jesús terrenal. El que trae el reino de Dios a los pobres, el que cura a los enfermos, el que acoge a los menospreciados, es quien nos llama al seguimiento y nos cautiva para la vida con su esperanza y su entrega”.[4]

Así como Moltmann, muchos hemos vivido (y necesitamos revivir) ese encuentro transformador con Jesucristo nuestro Hermano Salvador, con las particularidades de cada experiencia. Un encuentro que nos confronta con nuestros propios reinos egoístas, con nuestras miserias y pecados personales y sociales. Un encuentro que nos libera desde el perdón que nos ofrece Jesucristo desde la cruz. Un encuentro que nos hace vivir nuestra pascua. Que nos renueva, habilita y prepara para salir al encuentro de los cuerpos crucificados de hoy, compartiendo el amor de Dios en gestos y palabras. Este es el desafío de las iglesias cristianas hoy: vivir nuestro paso misionero en la fe, la esperanza y el amor; a partir de los márgenes de esta globalización injusta agravada por la pandemia actual. .Donde los pueblos y la creación experimentan la condena mientras se vislumbra y se vive la promesa de la resurrección, del nuevo cielo y la nueva tierra. Denunciando proféticamente la vida amenazada y articulando la promesa de un nuevo mundo liberado y renovado con personas, comunidades y la creación toda. Esta es nada más y nada menos nuestra tarea, porque estamos convencidos por su Espíritu, que desde el paso de Jesucristo por nuestra historia; “todo acto de amor no queda nunca sin futuro”.[5]

[1] Croatto Severino J., Historia de la Salvación, S. de Chile, ed. Paulinas, 1988, p.48..

[2] Ibid., p.48-49.

[3] Westhelle Vitor: Voces de protesta en América Latina, (México: LSTCH, 2000),p.126.

[4] Jürgen Moltmann, Cristo para nosotros hoy, Madrid, Editorial Trotta, 1997, p.10.

[5] Jose Miguez Bonino, ,  Espacio para ser hombres, BsAs, Aurora, 1990.p. 70.

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