Navegar entre la duda y la fe

 In Liberación e Historia

Los que dicen que creen en Dios y sin embargo ni le aman ni le temen, en realidad no creen en Él, sino en aquellos que les han enseñado que Dios existe. Los que piensan que creen en Dios, pero no tienen pasión alguna por Él en el corazón, ni angustia en la mente, ni incertidumbres, ni dudas, ni elemento alguno de desesperación aún en medio de su consuelo, sólo creen en un Dios-idea, no en Dios.

– Miguel de Unamuno

Mi proceso de deconstrucción y reconstrucción con respecto a mis creencias, religión, doctrinas, fe y práctica comenzó hace casi 10 años. Desde entonces, he transitado por diferentes etapas, y en muchas ocasiones he sentido que no puedo avanzar. No es fácil darle su lugar a la duda, pues los sentimientos que la acompañan nos amedrentan y nos hacen sentir como fracasos, sin embargo, en el camino he podido encontrar personas clave que me han ayudado a mantener la esperanza. He encontrado compañeras/os que van a su paso dentro del mismo proceso, algunas/os iniciándolo, otras/os con mucho más camino recorrido y algunas/os otras/os que parecieran estar casi en la misma etapa que yo, y algo que ha llamado mucho mi atención es que sin importar en qué parte del proceso estemos, coincidimos en la certeza de que ha sido doloroso, que en muchas ocasiones nos hemos sentido solas/os y que lo más complicado ha sido liberarnos de la carga de algunas interpretaciones de las Escrituras. Permítanme desarrollar esta última frase antes de juzgarme. Cuando uno comienza a cuestionarse la “solidez” de su fe, los pensamientos propios, y en ciertas ocasiones algunas/os hermanas/os, se encargan de hacernos sentir verdaderamente mal por dudar. Se habla de un trinomio perfecto compuesto por la culpa, la vergüenza y el miedo, y definitivamente cuando uno se sale de los parámetros establecidos, el sistema religioso se encarga de que caigamos en sus manos, y como resultado algunos incluso cuestionamos nuestra propia cordura.

Si yo pudiera enlistar todas las veces que me sentido culpable, avergonzada o con miedo por haber pensado, dicho o escrito algo “polémico” sobre mi fe, me llevaría mucho espacio y tiempo, pero no es el propósito. Lo que quiero es concentrarme en la duda. ¿Dónde nace? ¿Por qué es tan constante? ¿Por qué le tememos tanto?

Creo que debo comenzar por aceptar que nos gusta pensar que seguir a Jesús es algo sencillo, que todo está dicho y que lo único que tenemos que hacer es seguir el manual (la Biblia) para tener éxito en la vida, sin embargo, he descubierto que es mucho más que eso. La Biblia dice que “la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de que lo que no se ve” (He 11:1). Es curioso que a pesar de tener esta definición, nos guste pensar que podemos tener certezas al hablar de fe.  He entendido que la fe se trata de descubrir a Dios, de caminar en lo incierto, de arriesgarnos, de tomar nuestras propias decisiones, formar nuestro propio criterio y de seguir sus huellas en lo esencial de su carácter.

Pero, ¿qué nos lleva a dudar? Bueno la duda en sí es una de las cualidades humanas más naturales, la curiosidad por saber más, por hallarle sentido a la vida, por encontrar respuestas que nos dejen tranquilos. Como seres humanos estamos en una continua búsqueda de certezas, de ahí el desarrollo de tantas disciplinas para tratar de explicar nuestra existencia y la del mundo que nos rodea. Lamentablemente, parece ser que dentro del mundo cristiano se trata de una de las más grandes amenazas, por ello quisiera centrarme en un pasaje en particular: la incredulidad de Tomás en Juan 20:24-29

El pasaje nos narra la experiencia de Tomás, uno de los doce discípulos que no estuvo presente en el momento en el que Jesús se les apareció a los demás, y cuando sus compañeros le dijeron sobre el milagroso suceso, él dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.” (Jn 20:25)

El pasaje habla de la incredulidad de Tomás sobre el hecho de la resurrección, algo sobre lo que la mayoría de los creyentes no tenemos dudas, puesto que como dice Pablo, sin esta creencia nuestra fe es vana (1 Co 15:14). A pesar de ello, la respuesta del maestro vino 8 días después cuando Jesús se les presentó nuevamente y se puso en medio de ellos y dijo “… Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” (Jn 20:27). Al hacerlo, Tomás le dijo “Señor mío y Dios mío”. El pasaje termina con las palabras de Jesús “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”. (Jun 20:29).

En el pasaje encontramos lo que parece la lección más obvia, Jesús aliente la fe que no necesita pruebas, sin embargo, lo que yo puedo ver aquí es que Jesús, consciente de que todos sus discípulos eran diferentes, le concedió a Tomás lo que necesitaba para creer, y con amor dejó que pudiera palparlo y comprobar que era él. No veo a Jesús hacerlo sentir avergonzado, culpable o con miedo, por una áspera respuesta, al contrario, fue comprensivo y aunque elogió a quienes creen sin haber visto, no reprendió a quienes necesitamos más pruebas.

Lo más interesante es lo que sabemos de Tomás a través de la tradición cristiana, que fue el primer misionero en la India y que allí sirvió hasta el fin de sus días donde murió martirizado. Ese mismo discípulo que expresó sus dudas delante del Maestro (de manera honesta y frontal), fue el mismo que dedicó su vida entera a compartir de ese Reino de amor, justicia, vida y paz. Pareciera que sus dudas dieron lugar a una fe activa, real y sacrificial. Porque dudar no significa que seamos malos o ingratos, muchos de nosotros navegamos entre la duda y la fe, y eso no nos convierte en cristianos de menor categoría, nos hace humanos, tan humanos como nuestro maestro y como los que nos antecedieron en la fe.

Personalmente las más fuertes dudas que he tenido han sido relativas al sistema eclesial, sin embargo ha habido momentos en los que al enfrentar pérdidas, enfermedades de familiares, muertes inesperadas y situaciones similares, mis dudas sobre la misma fe se han incrementado. Lo más triste, es que cuando la duda ha llegado, no he encontrado lugares dentro de la iglesia para dialogar sin juicio, he tenido que participar en la construcción de espacios seguros para mí y para otros para abordar temas relativos a la fe en donde tenemos más dudas que certezas, y hacer ese ejercicio ha sido maravilloso. Poder mostrarme vulnerable delante de otros, al no tener una respuesta ante ciertos cuestionamientos, y saber que no soy la única me hace sentir feliz, sin la carga que nos impone la religión de mostrarnos sin fallas, ni manchas delante de los demás.

La duda nos va a llevar a lugares incómodos, aceptarla nos va a sacar de nuestra zona de confort, y quizá nos va a llevar a perder puestos, espacios y “amistades”, pero vale la pena. Es cierto, cuando comenzamos a cuestionar el por qué de las estructuras jerárquicas o piramidales, se nos acusa de revoltosos y anárquicos; cuando cuestionamos la exclusividad y el énfasis en las diferencias (sexuales, raciales y económicas) nos acusan de ser progresistas, cuando ponemos nuestro enfoque en la defensa de los más vulnerables, entonces nos llaman liberacionistas y ecuménicos. Pero si dudar de lo que estamos viviendo, nos lleva a cuestionarnos sobre estos temas, entonces ya ganamos, aunque duela y sea difícil.

Que dudar nos permita tener una fe que sea cada día más real, más honesta y más humana, y que nos acerque al maestro, que dudo dé y cuestionó su sistema religioso, político y social.

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