El pobre y la Tierra como ejes de una nueva ciudadanía democrática

 In Ecología, Política y Justicia Económica
“Los derechos como ejes ”

Parte 2

Para una nueva ciudadanía y militancia democrática- que transforme la actual democracia formal y aparente- es fundamental priorizar lo que varios de los intelectuales de la democracia han llamado el tercer momento en la lucha por los derechos. Serían los derechos económicos, sociales y culturales de los art. 22  a 27 de la Declaración Universal, y que varios sectores del cristianismo han enriquecido y apoyado, y el de la libertad o derechos de los pobres, que responde a las masas hambrientas, explotadas y discriminadas del Tercer Mundo. La relación de los cristianos y las iglesias con esta nueva fase de la búsqueda humana también ha sido diversa y no exenta de ambigüedades. En ciertos sectores del primer mundo hubo resistencias y en muchos casos la lucha por los derechos de los pobres se llevó a cabo bajo el impulso de ideologías que rechazaban y denunciaban a la religión como mecanismo de dominación social y económica. También, muchos cristianos han descubierto en su fe una base común para esa lucha, que los llevó al descubrimiento entre otras cosas, de la tradición profética de la fe judeo-cristiana, tan proclamada por la teología latinoamericana de liberación. Esta dimensión de la fe cristiana que caló hondo en la conciencia de muchísimos cristianos -católicos y protestantes- en  los últimos cuarenta años; cuando despertaron a la situación socio-política y económica de nuestros pueblos.

Por eso, la búsqueda de una base teológica se ha movido en la dirección de asegurar una plataforma firme para la universalidad de la dignidad y el derecho humano. En la Teología cristiana las doctrinas de la creación y la redención cristianas han sido la base de este pensamiento teológico. El ser humano como creación e imagen de Dios tiene dignidad como administrador y defensor designado por Dios; la unidad de la raza humana constituye un trampolín para afirmar el derecho de todos (lucha contra el apartheid, racismo, machismo, xenofobia, etc). Por otro lado, la Encarnación, el amor universal de Dios en Jesucristo indica un compromiso definitivo de Dios mismo con la humanidad, con cada ser humano y con toda la creación. Leonardo Boff afirma:  “La Tierra es el gran pobre que debe ser liberado junto a sus hijos e hijas condenados.”[1]

Este significado universal de la obra de Jesucristo es resignificada de acuerdo a la interpretación de los derechos del pobre, no restringido a ellos, pero sí definido e ilustrado en la prioridad concreta de la opción preferencial por los pobres y excluidos, los “ausentes de la historia”-como gusta decir a Gustavo Gutierrez-,  protagonistas preferidos de su Reino. Pero hay que decir que esta herencia de la fe cristiana recién comienzan los cristianos y las iglesias a redescubrirla y a reclamarla en esta nueva etapa de la historia, cuando son impulsados a ello por movimientos que no siempre acompañaron.

La posibilidad de una nueva democracia: la Laocracia

Es interesante que varios autores afirman que la posibilidad de la democracia y de una nueva ciudadanía, a escala global, emerge hoy por primera vez. Aunque amenazada por la voracidad del imperio neoliberal, algunos filósofos políticos proponen recuperar al amor- en el entendimiento de la tradición judía y cristiana-, como el poder constituyente de la multitud, de la nueva ciudadanía democrática global. Dicen: “necesitamos recuperar la concepción pública y política del amor, común a las tradiciones premodernas. El cristianismo y el judaísmo, por ejemplo, conciben el amor como un acto político que construye la multitud¨.[2] Pero si el rescate del amor como base de la acción democrática y política es auténtico, no podrá dejar de lado la tensión unidad-diversidad, las relaciones intersubjetivas de los ciudadanos, pero por sobre todo deberá atender el reclamo del excluido, de la no persona, en esta democracia global regida hoy por el capitalismo financiero.

Ese es el desafío, lo que está en juego es la construcción de una nueva democracia, no funcional al capitalismo financiero de libre mercado (fomentado por sus medios de comunicación aliados).  Una nueva democracia que necesita consolidarse con la incorporación y participación de todos, de las minorías y de las mayorías.

Como gusta decir al teólogo Néstor Míguez, “pasar de la democracia a la laocracia”. Del pueblo libre, culto y urbano de la tradición griega, al pueblo-multitud de las afueras, de los esclavos, los necesitados que avanzan socialmente en el reclamo por sus necesidades hasta apoderarse de herramientas políticas que les permitan disputar la distribución de las riquezas.   

Esta atención del excluido es el desafío laocrático para la democracia actual colonizada por el imperio neoliberal. N. Miguez, Rieger y J.Mo Sung aclaran este punto , vale citarlos ampliamente: “Sin embargo, lo excluido, en tanto excluido, es necesario para la utopía imperial. Es necesario, en un cierto sentido ideológico, pues el sistema imperial, para mantenerse, necesita mostrar su capacidad de exclusión, necesita hacer visible su poder, la vigencia de su amenaza. Porque como niega la precariedad que lo sostiene, debe exhibir su fuerza destructiva, y para ello debe matar lo que no puede contener: es una necesidad de muerte, que no solo proviene de su negación de lo otro, sino de su voluntad de negar lo otro dentro de sí mismo, y por lo tanto excluirlo y matarlo para evitar que muestre su interioridad al sistema mismo, la fragilidad de la virtualidad que lo alimenta, la vacuidad de la simbólica y los acuerdos que lo sostienen. Matar al excluido para amedrentar al dominado. Porque si el fundamento de lo democrático descansa sobre un frágil, flotante, indefinible concepto de pueblo, como vimos en los análisis de Lefort, igualmente vacuo es el basamento de lo imperial, que descansa sobre una hegemonía que acuerda intereses inicialmente disímiles, pero combinados en un círculo de mutua alimentación que solo puede existir por la imposición de quienes lo formulan, imposición que se sostiene sobre la violencia, física y simbólica. Ese poder de violencia tiene que de alguna manera hacerse visible, perceptible hacia adentro del sistema, para lo cual es necesario ejercerlo hacia afuera, es decir, marcar una frontera. Lo excluido, el laos, es por ello, para el sistema imperial a la vez, lo que no cuenta pero es necesario. Es el límite que no se quiere reconocer, pero que lo contiene.

Pero ese límite, sobre lo que volveremos, ejerce una tensión, una fuerza que es exterior al sistema, pero que, como dijimos, también existe oculta al interior del mismo: es su dialéctica de lo inmanente y lo trascendente. Cuando esa fuerza (kratos) se muestra con una magnitud tal que el sistema ya no puede desconocerla, y lo conmueve, podemos decir que estamos en un “momento laocrático”. Desde ya cabe aclarar que “laocrático” no puede implicar un sistema de gobierno o una forma de estructurar el poder. Esto sería una incompatibilidad conceptual, ya que si lo excluido, lo exterior, tiene poder o lo estructura, deja de ser excluido. Lo laocrático es ese momento de fuerza en que lo negado y excluido se incluye como cuestionamiento, crítica, desafío y oposición a lo vigente. Para decirlo en términos de la parábola de Jesús, es la presencia inesperada de los pordioseros en el banquete (Lc 14:15-24).”[3]

Continuará en parte 3

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[1] En Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres. (BsA.s: Lumen, 1996).p. 6.

[2] Michael Hardt, Antonio Negri, Multitud.Guerra y democracia en la era del Imperio. (BsAs: Debate, 2004), p.399.

[3] Nestor Miguez-Jung Mo Sung- J. Rieger, Mas alla del Espiritu Imperial,  (BsAs, Ed. La Aurora, 2016) p.236 . Se puede pedir este excelente y reciente libro en las oficinas de FAIE(Federación Argentina de Iglesias Evangélicas)

 

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