Misión de Dios hoy: encuentros de gracia y misericordia

 In Liberación e Historia, Teología y Cultura

Como decíamos en nuestro ensayo anterior Misión de Dios: misión desde los márgenes (de agosto pasado) varios son los desafíos que brotan de las prácticas comunitarias y misioneras, desde los márgenes de nuestra América.

Uno de ellos es el desafío vital y misionero que significa volver a lo que lo que la teología clásica llamó los medios de gracia.   Desde mi tradición wesleyana, para Juan Wesley ellos eran las obras de piedad: meditación y estudio de las Escrituras, la oración personal y en comunidad, la adoración de la iglesia, el ayuno, el bautismo y la comunión en la santa cena, entre otros y las obras de misericordia: la animación de otros/as, el servicio  con los necesitados y pobres de esta tierra, la visita de enfermos, presos, etc.

En este caso mi reflexión se enfoca en la prioridad de la misión de Dios hoy: que significa regresar a las obras de misericordia, de una manera renovada, en especial el servicio junto a otro/as en necesidad. En esa línea el teólogo metodista Joerg Rieger sostiene:

«Sin las obras de misericordia como medios de gracia –formas de recibir la gracia de Dios a través de relaciones con los demás, relaciones que ya no son entendidas principalmente como activismo o servicios sociales– no podremos saber quiénes somos o a dónde vamos.  Es por eso que Wesley estaba preocupado que por descuidar las obras de misericordia, algunos cristianos hayan perdido la gracia, a pesar de todas sus obras de piedad.»[1]

Como podemos ver, el autor sostiene que la forma en que Wesley pensó sobre los medios de gracia da más apoyo a la relación sobre el paralelo entre nuestras relaciones con Dios y con los demás. Al entender las obras de misericordia como medios de gracia, se abre una nueva manera que va más allá de los impasses en la forma actual de entender el activismo social y los servicios sociales. El enfoque principal ya no es ¿qué podemos hacer nosotros? Si todo empieza con gracia, entonces la pregunta primordial es ¿qué puede hacer Dios? Y nosotros en El.

Es más, la definición de gracia se amplía. Nuestra definición de gracia se vuelve completamente relacional. La gracia sucede en nuestra relación con Dios y –este es el desafío de incluir las obras de misericordia como medios de gracia– en nuestra relación con los demás también, especialmente con las personas en los márgenes y bajo presión. El énfasis en estas relaciones ya no es principalmente en qué podemos hacer por los demás y cómo los cambiamos para que cumplan con nuestras expectativas. El énfasis está ahora en un nuevo tipo de relación mutua, en el cual nuestros encuentros con los demás no pueden ser controlados (¿No es ese acaso el principal desafío que nos genera la gente que es diferente a nosotros– que ellos tienen sus propias maneras de resistir nuestro control? Se pregunta el autor) y la gracia de Dios fluye libremente en nuestras vidas en formas que no podemos controlar.

Esta forma de gracia no puede ser usada como mercancía, no es un tipo de “gracia barata”  –una energía gratis que puede ser usada para cualquier propósito. Algo nuevo sucede aquí: se produce una nueva energía que no deja espacio para agotarse o para las  fantasías de estar en control. ¿Fue esto lo que sostuvo a Wesley durante los largos años de su ministerio? Pareciera que sí, al menos en su intención, cuando vemos al Juan Wesley marginal (operando intencionalmente en los márgenes de la Iglesia de Inglaterra y de la sociedad). Y más cuando el mismo Wesley plantea en su diario y en uno de sus sermones que “la  religión no debe ir de mayor al menor o parecerá que el poder viene del hombre, sino al revés”.[2] Esto nos lleva más allá de la reciente dicotomía entre “conservadurismo compasivo” y programas estructurales de asistencia. En ambos casos se asume que la meta principal es incorporar a las personas de vuelta al sistema o sólo  a la vida de la iglesia. Ver a las obras de misericordia como medios de gracia cambia todo. La gracia que emerge de nuevas formas de relación con Dios y las demás personas, nos lleva hacia una perspectiva nueva. Más explícitamente, en el contexto del capitalismo de libre mercado, una nueva energía y nueva visión emergen cuando se busca más allá de las nociones mercantilizadas de gracia y controlar las relaciones con los demás. Esta nueva situación se desarrolla cuando dejamos que:

«…nuestras relaciones con los demás cambien de tal manera que también cambian nuestra relación con Dios.  Es la obra del Espíritu Santo en nuestra vida y en la realidad.  De esta manera, la gracia justificante y preveniente abren paso a una visión más amplia de la gracia santificante: a no ser que empecemos a vivir nuestras vidas de forma mutua y sin querer controlar al otro en nuestras relaciones con Dios y el prójimo, la nueva creación será simplemente otra pía ilusión y volvemos al punto en el cual empezamos.»[3]

El Espíritu además de justificarnos nos introduce en la santificación que posee fundamentalmente dimensiones comunitarias o sociales y no solo individuales o privadas, o como el diferenciaba en santificación personal y social. Aquí hay un gran aporte de Wesley que remarca mucho más al Espíritu como edificador de la comunidad de fe que como dador de dones extraordinarios a individuos. A estos dones los juzga siempre en relación a la medida en que contribuyen al cuerpo de Cristo para vivir en confianza a Dios y en amor unos a otros, y como complemento de los ordinarios –los medios de gracia: las Escrituras, la comunidad y la tradición de la iglesia, el bautismo, la comunión, la predicación, la animación, el servicio, etc.–

Recordemos que en sus objeciones a cierto misticismo de su época y reconociendo la dimensión personal de la fe, no obstante, Wesley sostuvo que el evangelio no reconoce ninguna religión que no sea social, ninguna otra santidad que no sea la social. En el sermón nº24 “Sobre el sermón de nuestro Señor en la montaña explica:

“Primeramente trataré de demostrar que el cristianismo es una religión esencialmente social y que tratar de hacerla solitaria es destruirla. Con la palabra cristianismo quiero decir: ese método de adorar a Dios que Jesucristo reveló al hombre. Cuando digo que esta es una religión esencialmente social, quiero decir no sólo que no puede florecer, sino que de ninguna manera puede existir sin la sociedad, sin vivir y mezclarse con los hombres.” [4]

En este marco se entiende su afirmación “El mundo es mi parroquia”, o aquella que expresaba el para qué de la obra que Dios estaba haciendo en su tiempo, no para formar una nueva secta, sino para reformar a la nación, particularmente a la iglesia, y para divulgar la santidad de las escrituras sobre la tierra.

En el mismo sermón nº24, y ante cierto espiritualismo responde con una interpretación pneumatológica:

Respondo: «Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren». Cierto, y eso basta. Debemos emplear en ello todas las facultades de nuestra mente. Pero yo preguntaría: ¿Qué cosa es adorar a Dios, en Espíritu, en espíritu y en verdad? Es adorarle en nuestro espíritu; adorarle como sólo los espíritus pueden adorar. …Por consiguiente, uno de los modos de adorar a Dios en espíritu y en verdad es guardar sus mandamientos exteriores. Es glorificarle, pues, en nuestros cuerpos, lo mismo que en nuestras almas. Desempeñar nuestras obras externas con nuestros corazones levantados hacia él. Hacer de nuestras ocupaciones diarias un sacrificio a Dios. Comprar y vender, comer y beber para su gloria. Esto es adorar en espíritu y en verdad tanto como hacerle nuestras oraciones en el desierto.”[5]

Esta mutua relación e integridad de las tensiones cuerpo-espíritu, creyente-iglesia, iglesia-mundo rompe con los dualismos que el cristianismo arrastraba y arrastra en parte de la influencia helénica. Y muestra el carácter integral de la fe cristiana para Wesley, al remarcar los aspectos corporales y sociales de la misma y del reino de Dios o la misión de Dios, como llamamos hoy. En otras palabras, rechaza en teoría por un lado, toda tendencia privatizante de la santificación del Espíritu, todo “entusiasmo” individualista que en vez de edificar la comunidad, la divide, valorando así la tradición, el orden en el culto y la unidad de la iglesia. Pero también podemos rescatar la disposición de constante sorpresa ante las libres acciones del Espíritu –ante la “grande y extraordinaria obra” que Dios está realizando en medio nuestro (como decía Wesley)[6], en una de las épocas de mayores y profundos cambios, de un “desanclaje” fenomenal en la vida de su pueblo. Es en este contexto en que Wesley hace uso de la obra del Espíritu como aquel que une lo dividido, rescata lo desechado y restaura en el amor y la unidad de la comunidad. Una percepción que vislumbra las nuevas posibilidades que se abren en la historia por la fuerza creativa del Espíritu, que creo desea renovar en su comunión, toda la creación en Cristo: los seres humanos, la sociedad con sus estructuras y toda la Creación.

Para terminar entonces, sigue resonando la GRAN pregunta; ¿qué es la misión que Dios nos encomienda hoy, como testificamos de Jesús hoy…? Preguntas que debemos respondernos personal y comunitariamente…Y le agregamos: ¿estamos dispuestos a seguirle por los caminos a los que nos puede llevar hoy, en especial con los vulnerables y pobres? …Estamos dispuestos a dejarnos transformar desde esos encuentros de gracia con ellos/as, a recibir la gracia de Dios que ellos/as nos comunican y no solo ser alguien que hace un servicio puntual? (para calmar la conciencia o para cumplir con el deber de caridad en muchos casos)

Varios plantearon que Jesús, si estuviera hoy en esta pandemia, hubiera sido  un trabajador esencial  solidarizándose con los que más sufren.[7] Personalmente así lo creo y también esta pregunta me sigue incomodando y desafiando cada día,  porque cuando siento o pienso que ya sé quién es Jesús y creo poseerlo, o sé que es la misión, él se encarga de incomodarme en mi orgullo y desafiándome a cargar con mi cruz, a seguirle y a entregar la vida para encontrarla.  Que podamos responder la gran pregunta con una fe auténtica, cierta  y especialmente que podamos seguirle allí  con los que más sufren y necesitan del amor de Dios salvador, de pan y solidaridad.

Comparto la letra de canción que expresa esta experiencia desde la poesía celebrativa de fe, el cielo canta alegría:

El cielo canta alegría, ¡aleluya!

porque en tu vida y la mía

brilla la gloria de Dios.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

¡Aleluya! ¡Aleluya!

(¡Aleluya! ¡Aleluya!)

2.

El cielo canta alegría, ¡aleluya!

porque a tu vida y la mía

las une el amor de Dios.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

¡Aleluya! ¡Aleluya!

(¡Aleluya! ¡Aleluya!)

3.

El cielo canta alegría, ¡aleluya!

porque tu vida y la mía

proclamarán al Señor.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

¡Aleluya! ¡Aleluya!

(¡Aleluya! ¡Aleluya!) [8]

__________________________________

[1] Joerg Rieger, Gracia bajo presión, Buenos Aires, Aurora, 2015, p.49

[2] Op. cit., p.29

[3] Op. cit., p.83

[4] Juan Wesley, Obras de Wesley, Tomo II, Tennessee, Providence House Publishers, 1996, p.81ss

[5] Op. cit., pp.98-99

[6] Ver  Justo González, Juan Wesley. Desafíos para nuestro siglo, (Buenos Aires, Aurora, 2004)

[7] Concepto que utiliza el teólogo Joerg Rieger, ver en su blog religionandjustice.org.

[8] Música: Carnavalito de origen aborigen. Es la primera canción folclórica para culto cristiano que se conozca del cono sur. Compuesta por pastor, músico  y poeta Pablo Sosa para una celebración en 1968, de la iglesia metodista Argentina. Ver versión en youtube https://youtu.be/2Mp520SmGO4

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