Misión de Dios: misión desde los márgenes

 In Liberación e Historia, Teología y Cultura

Una de los consensos teológicos en teología de la misión hoy es afirmar que la misión de la iglesia es participar del envío de Dios comprendido en su misterio trinitario, cuyo fundamento es el amor divino por toda la humanidad, revelado cabalmente en la encarnación de Jesús de Nazaret. Él es el centro del envío de Dios, y la misión que le corresponde sigue sus pasos.

En este sentido, misión es más bien una acción divina que de la iglesia. Misión es missio Dei. Dedicada, ésta coparticipa de la misma obra de Dios en el mundo, obra que pretende salvar y liberar a la humanidad y a la creación de todas las opresiones. Su tarea como enviada es ver, oír, llamar, orientar, apuntar, ayudar y volverse solidaria como parte del testimonio de la obra de Dios. La misión apunta hacia el horizonte del reino de Dios.

Las tensiones y diversidad de modelos y métodos misioneros no son algo nuevo. Desde que Jesucristo envió a sus discípulos con una misión a los pueblos antiguos o Pablo y Silas a los pueblos del Medio Oriente, Europa y Asia, hemos considerado que somos parte de una gran misión, pero: ¿cuál es esa misión?…

Desde Mateo 28:18-20, o como redescubrió y afirmó Juan Wesley que el mundo era su parroquia, el mundo y la tierra entera pasó a ser parte de la misión de la Iglesia. En la realización de dicha misión es necesario tener una visión amplia del mundo, no estamos solos ni encerrados en las cuatro paredes del templo, estamos abiertos y expuestos a todo el acontecer cotidiano en nuestra casa común, la tierra.

Hay que saber interpretar lo que está sucediendo más allá de nuestras congregaciones y tener una actitud de compromiso con aquellos que sufren hoy los efectos de la globalización del sistema mamónico financiero y sus injusticias, raciales, de género, social, etc. Partimos de la realidad de carne y hueso, como planteaba el filósofo Miguel de Unamuno.

Volviendo a las tensiones y diversidad de modelos y métodos misioneros, desde la teología bíblica muchas veces se ha pensado que cada nueva misión o modelo significa desconocer las anteriores, que cada nuevo mandato clausura una etapa, deja atrás un tiempo y supone un comienzo sin continuidades. Sin embargo el ministerio de Jesús, como modelo de la  misión de Dios encomendada a la humanidad y a su iglesia, resulta de asumir cada uno de los mandatos anteriores e integrarlos en la proclamación. Jesús, como el Cristo de Dios, dialoga con la creación toda (‘¿quién es este que aún el viento y el mar le  obedecen?’, Mc 4:41), busca restituir a su pueblo (‘No soy enviado sino a las ovejas  perdidas de la casa de Israel’, Mt 15:24), procura justicia a los pobres y alimenta al  hambriento (2Co 9:9-10), es en sí mismo la presencia del Reino mesiánico.

Dice el teólogo y biblista  Nestor Miguez en relación a esto de la misión como sumatoria de mandatos bíblicos:

«Una lectura de toda la Biblia, y no solo una selección de pasajes como “textos misioneros”, abre el horizonte de la misión y compromete en una tarea total. Así, la iglesia es llamada a participar activamente con el conjunto de la humanidad en la misión del  cuidado de la creación, a reconocerse como parte de la obra del creador, pero a la vez  como responsable de la casa común que habitamos. En cada lugar, la misión cristiana  reconoce la identidad y dignidad de cada pueblo y cultura, participa de su vida y alienta su  dignidad, afirma su derecho a su tierra, a sus lenguas, a sus familias y organización como nación. Y en cada contexto una comunidad misionera se identifica y hace suyo el clamor de los pobres, entendidos no solo como los que viven la penuria económica, sino de todos  las mujeres y varones, niños y niñas que sufren en el prejuicio, en el abandono, en el  hambre calculado, en la violencia de las “víctimas colaterales”, en los despojos de todo  sistema opresivo. Y así anuncia la presencia del Mesías Jesús en nuestra vida, se hace  testigo de su reino, descubre entre las oscuras nieblas del pecado que abruma y despoja  aquél que es la luz del mundo, sabe de los quiebres de la historia humana, y sabe que  esta no llega a su fin por el deseo irrefrenado de los ideólogos del poder, sino que busca  su culminación en el Reino que Dios ha prometido, en la eternidad que anticipa en su  Resurrección. Así, toda nuestra Biblia se hace testimonio de la Palabra de Dios y sostiene  la misión que Dios encomienda a los suyos.»[1]

Varias voces teológicas ecuménicas desde el sur global plantean que la misión de la fe cristiana hoy en América Latina, y agregó también en América del Norte, es hacerlo desde los márgenes.  El designio de Dios para el mundo no es crear otro mundo sino recrear lo que Dios ya ha creado en amor y sabiduría. Jesús comenzó su ministerio afirmando que estar lleno del Espíritu es liberar a los oprimidos, restaurar la vista a los ciegos, y anunciar la venida del reino de Dios (Lucas 4: 16-18). Emprendió el cumplimiento de su misión optando por los que están en los márgenes de la sociedad, y no ya a partir de una caridad paternalista, porque sus situaciones daban testimonio del pecado del mundo y su ansia de vida se conjugaba con los designios de Dios.  Jesucristo se relaciona y acoge a quienes están más marginados en la sociedad con objeto de impugnar y transformar todo lo que niega la vida, incluidos las culturas y los sistemas que generan y mantienen la pobreza, la discriminación y la deshumanización generalizadas, y explotan y destruyen a las personas y la tierra. La misión a partir de los márgenes es un llamamiento a entender las complejidades de las dinámicas de poder, los sistemas y las estructuras mundiales, y las realidades contextuales locales.  La misión cristiana se ha entendido y practicado a veces en formas que dejan de reconocer que Dios optó por quienes son empujados sistemáticamente hacia los márgenes. Así pues, la misión desde los márgenes invita a las iglesias a volver a pensar la misión como una vocación que nos inspira el Espíritu de Dios que obra por un mundo en que la plenitud de vida sea posible para toda persona.[2]

Asumir esta clave hermenéutica-teológica de  la misión desde los márgenes nos empuja a desafíos vitales y misioneros fundamentales. En ese sentido se plantean cuatro desafíos: incluye cuidar y disfrutar los bienes de la creación, trabajar en la construcción de un pueblo digno, con acuerdos y conflictos, comprometerse en la búsqueda de justicia social, de género  y económica en el continente, que soporta la más desigual y distribución de la riqueza y así proclamar y vivir en diálogo abierto con los otros/as… pueblos originarios, mujeres y sus voces y tantos otros excluidos- un testimonio de nuestra esperanza en la vida que recibimos por la gracia de Dios Creador, Jesucristo el Mesías y el soplo vivificante del Espíritu-Ruaj, la comunidad de la divina trinidad que inspira la comunidad humana.

Veremos en próximas entregas algunos de esos desafíos, que brotan de las prácticas comunitarias y misioneras, desde los márgenes de nuestra América.  Que como supo definir poéticamente Eduardo Galeano “sus venas siguen abiertas”.

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[1] Néstor O. Míguez, La misión evangelizadora hoy: fundamentos bíblicos, Junio de 2011. Allí plantea que la misión de la Iglesia (que existe en “las iglesias”) incluye el cuidado de la creación, la preservación de la identidad de los pueblos, el sentido profético de la justicia tanto como la proclamación del tiempo mesiánico y la irrupción del Reino. Ver https://nestormiguez.com/wp-content/uploads/articulos/

[1] Ver VV.AA., “Juntos por la vida y la teología contemporánea latinoamericana”, en Kenneth R. Ross, Jooseop Keum, Kyriaki Avtzi, Roderick R. Hewitt y Néstor Míguez (eds.): Nuevas concepciones de misión y los cambios de contexto, vol 3, Perspectivas, (Buenos Aires: La Aurora, 2017), p. 266

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