Jesús y los Fariseos

 In Caminando en Justicia, Teología y Cultura

Hoy tuve una muy interesante conversación con un querido amigo que hace mucho no veía. Hablamos por horas sin darnos cuenta de qué tan rápido pasaba el tiempo. Hablamos de temas tan personales y profundos, en un ambiente de confidencialidad, entendimiento y respeto. Durante la conversación hablamos sobre nuestras experiencias de dolor dentro de la iglesia (siendo los dos ministros). Gracias a Dios por la oportunidad de coincidir y de hablar de asuntos nada sencillos, de expresar nuestro sentir, gracias a Dios por los momentos en donde podemos desahogarnos y empatizar con el dolor y la lucha de otros.

Todo esto me llevó a pensar en cómo la Iglesia suele lastimar a los suyos mucho más de lo que alcanza a imaginar, y de formas tan diversas y profundas que son difíciles de sanar. Me hizo recordar Lucas 11:37-53, ¡Vaya palabras de Jesús! Tan fuertes, tan poderosas y llenas de una verdad tan incómoda.

Los líderes religiosos y los maestros de la Ley, fueron fuertemente confrontados por Jesús por estar tan enfocados en los rituales, en el cumplimiento vacío de la Ley, en sus formas y tradiciones, que no podían ver quién estaba frente a ellos.

El mensaje de Jesús les fue tan insoportable por denunciar el estatus quo, que la mejor salida que encontraron fue conspirar en su contra para matarlo.

Pero ¿quiénes eran estos personajes y a quién se asemejan en nuestros días? Los fariseos eran un movimiento político y religioso que surgió en el siglo II B.C.E.

“Por otra parte, aparece el partido fariseo (“separados”), que algunos relacionan con los hasidim (“piadosos”). Se trata de un partido más integrista, que busca el cumplimiento de la Ley, que va desarrollando una piedad vinculada al estudio de la Torah. Este estudio requiere la alfabetización del pueblo, y tiene lugar en las “sinagogas”, una institución comunal que va arraigando en el pueblo.”[1]

Durante el período de los Macabeos jugaron un rol principal al ser el grupo que luchaba por mantener la identidad y pureza del pueblo ante la invasión del helenismo. Sin embargo, bajo el dominio del imperio Romano, buscaron conspirar para al fin tener una dinastía hasmonea, pero todo terminó saliéndose de sus manos pues Herodes se encargó de eliminar los residuos de esta dinastía y terminaron siendo gobernados por los mismos Romanos.

Lo interesante de todo esto, es que los fariseos, que nacen como una facción que busca mantener la conexión y la pureza con Dios, terminan dominados por el temor de volver a pecar al punto de una invasión, y se vuelcan en una incesante obsesión por cumplir la Ley “al pie de la letra”.

Llama mucho la atención cómo es que para el tiempo en que Jesús inicia y realiza su ministerio, quienes resultan más afectados por sus enseñanzas y prácticas son justamente los fariseos y los maestros de la Ley. Jesús llega pronunciar las palabras más duras de las que tenemos registro a estos sectores político-religiosos, y continuamente confronta su hipocresía, falta de amor y la imposición de cargas insoportables a los más vulnerables.

A los fariseos les dijo que dentro de sí estaban llenos de codicia y maldad, los llamó necios, les dijo que la única forma de quedar limpios era que dieran a los pobres de lo que tenían. Les reclamó pasar por alto la justicia y el amor de Dios. Los encaró al decirles que amaban la fama y el trato especial, y los llamó hipócritas, sepulcros que no se ven, por donde pasan los hombres sin saber que dentro hay algo muerto. Y entonces ofendidos por sus palabras, los maestros de la ley le reclamaron por la dureza de sus palabras, y Jesús les respondió… les reclamó por imponer sobre otros, cargas que ellos no eran capaces de llevar. Les reclamó edificar sobre los sepulcros de los profetas que ellos mismos habían matado, y les recordó que su sangre les sería demandada, desde Abel hasta Zacarías. Finalmente les reclamó haber quitado la llave de la ciencia y estar obstruyendo en la puerta, sin entrar y sin dejar que otros pasen. (Paráfrasis de Lc 11:37-53)

Pocas veces al leer estos pasajes nos ponemos en el lugar de los fariseos y maestros de la Ley, pero de vez en cuando es un buen ejercicio, para evaluar qué tanto aprovechamos nuestros privilegios como “amigos de Dios”, “líderes”, “pastores” o “maestros”.

Tenemos que cuidar nuestro corazón de tal manera que procuremos actuar siempre cargados del amor de Cristo y no de otra cosa, porque la tentación es latente y la línea es muy delgada. Es fácil caer en este tipo de malas prácticas, cuando sobreponemos nuestro deseo de mantenernos puros ante los demás, a mostrar el amor de Dios.

Definitivamente no estamos llamados a hacer juicios en contra de los demás, a creernos superiores por los años de experiencia dentro de la iglesia, por los años de conocer a Dios o ejercer algún ministerio. Nada molestaba más a Jesús que el abuso de poder, la opresión y la corrupción de quienes se supone que estaban ahí para mediar, acompañar y dirigir al pueblo en su caminar con Dios. Eso no ha cambiado.

Así es que hoy tomemos un tiempo para pensar en todas las veces que hemos maltratado a otros/as bajo el argumento de mantener “la sana doctrina” la “santidad”, o de tener el celo de Dios. Dios no puede estar más lejos de esas prácticas carentes de amor, y llenas de prejuicios y odio.

Y a todos los que en algún punto han sido lastimados, desechados, pisoteados, oprimidos y demás por los líderes de las iglesias, sepan que lo sentimos mucho. Junto con ustedes estamos en el camino aprendiendo, y muchas veces errando más de lo que nos gustaría.

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[1] Diego Piay Augusto. Homogeneidad y heterogeneidad en el judaísmo: el debate entre Neusner y Sanders. Gallaecia No.23, 2004. Pág. 9

 

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Comments
  • Santos+A.+O'Neill

    Fer gracias por compartir este articulo. Muy triste al abuso que sucede dentro de la iglesia entre líderes contra sus peregrinxs. Creo que es cierto lo que dijistes, es un buen ejercicio de vez en cuando ponernos en el lugar de los fariseos. Tenemos que reflexionar en nuestras acciones y cómo a veces aprovechamos nuestros privilegios como “amigos de Dios”, en otras palabras, justificamos nuestras acciones por medio del liderazgo eclesiástico.

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