Navidad: un Dios escondido, nadie sabía.
A la huella, a la huella
José y María
Con un Dios escondido
Nadie sabía
(Compositores: Ariel Ramires/Felix Cesar Luna)
Esta letra es el estribillo de la canción La Peregrinación, que es parte de la Misa Criolla (obra de música folclórica argentina, que celebra la fe cristiana). Es una canción folclórica que tiene su ritmo en la Huella, una danza folclórica de las provincias Argentinas, nacida entre 1810 y 1820, fue bailada principalmente en Argentina, aunque también su práctica se expandió a Uruguay, parte de Chile y Bolivia.
Con un Dios escondido, nadie sabía. Y son muchos que han hablado del Dios escondido: desde Isaías: “Verdaderamente tú eres un Dios que se esconde, ¡Dios de Israel, salvador!” (Is. 45:15) a Nicolás de Cusa, Lutero, Calvino, Pascal, Barth, Bonhoeffer, Elsa Tamez, entre tantos otro/as. No tuve más remedio que empezar estas reflexiones recurriendo a la poesía, una de las mejores maneras de comunicar la teología, como decía el maestro Rubén Alves. Y no es que Dios no quiera ser conocido o revelarse, pero requiere ser buscado. Como jugaban y juegan los niño/as al juego de la escondida.
Porque por más que uno le dé vueltas a la cosa, en muchas ocasiones no hay más remedio que decir que a Dios no hay quien lo entienda. Su comportamiento es tan distinto del nuestro que nos saca de quicio. Es verdad aquella frase que Dios escribe derecho con renglones torcidos o no será más bien que nosotros denominamos torcido a lo derecho y viceversa
Nos dice Lucas que envió Dios al Ángel Gabriel (significa Dios fuerte) a la ciudad llamada Nazaret. Para encontrar a una joven prometida llamada María. Una aldea ignorada por todo el Antiguo Testamento, incluso por historiadores contemporáneos como Flavio Josefo. Lucas, nos dice que Nazaret pertenecía a Galilea, la provincia menos ortodoxa de todo el país: siempre pronta a revueltas políticas y formada por gente poco observante de la ley de Dios y de las buenas costumbres. Era nombrada despectivamente Galilea de los gentiles. En la aldea de Nazaret vivía un hombre de nombre José (Dios añadirá), que se había comprometido con María (la amada o ensalzada de Yahvé). Ella rondaba los 13 años, edad a la que solían casarse las muchachas de su tiempo. (En una inscripción de la época se habla de una mujer que murió a los 34 años y era abuela de muchos nietos).
Aunque José y María aún no vivían juntos porque habían firmado solo el contrato y podían hacerlo un año después, el Ángel se dirige a María saludándola como si se tratase de cualquier otro gran personaje bíblico. Ella se turbó con aquellas palabras, preguntándose qué saludo era aquel y el Ángel añadió: “no temas María que Dios te ha conseguido un favor, pues vas a concebir y darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús”. A lo que ella objetó cómo sucederá esto si no vivo con un hombre y el Ángel le contestó: “el Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
Dicen los biblistas que el caso de María ‒que concibe sin intervención de varón, según el relato‒ es único en su género. En la Biblia hay otros casos de madres estériles que dan a luz por intervención de Dios, pero siempre con colaboración de varón. Lo de María es nuevo, inesperado, impensado. Con este lenguaje tan extraño, se indica que Jesús nace por entero de Dios y es un proyecto sacado adelante por Dios mismo. Dios y no el ser humano lleva la iniciativa. Una intervención de Dios desconcertante. Dios que se fija en los que no cuentan, en los “Anawin”. Es una palabra en arameo que traduce: “Los pobres de Yahvéh”. Hombres y mujeres de la tierra, que habiendo puesto toda su esperanza en Dios, comprendieron que su única y verdadera riqueza era Dios mismo. Se convertirían en el resto fiel, en el pueblo escogido del cual vendría el Mesías. María y José: aldeanos, gente de la tierra.
José era un hombre justo, carpintero-albañil de profesión “tektón” dice el evangelio. Es el obrero, artesano que hay en los pueblos, que sabe un poco de todo. Ella en sus labores de campesina, de trabajar y cuidar la tierra y la vida. A ellos elije Dios para sacar adelante el más perfecto de sus proyectos. Ya estaba anunciado según los profetas, y según la inspiración que tuvo María en su canto revolucionario del Magnificat ( Lucas 1:39-55 ): Dios derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes. Dios escondiéndose y revelándose en lo pequeño y frágil. Nadie sabía. Sorpresa, desconcierto, cosas de Dios.
Una familia pobre, trabajadora. Y en aquel ambiente austero se educó Jesús. Cuando fue presentado en el templo no pudieron ofrecer a Dios ni siquiera un cordero ‒la ofrenda de los ricos‒ sino solo dos pichones o tórtolas como los pobres.
Esta familia aprendió a peregrinar, a ser peregrinos como dice la canción de la misa criolla. Desde el comienzo peregrinaron, cuando fueron obligados a ir a Belén, y cumplir con el censo que el emperador había decretado. Y según Mateo después del nacimiento y de que los sabios se abalanzaron sobre Jesús para adorarle, José recibió un sueño. El Ángel del Señor le decía que debía tomar a los dos y huir a Egipto, porque Herodes buscaba al niño para matarlo y así se salvó de la matanza de los inocentes. Luego de un tiempo, solo cuando supieron que Herodes había muerto, volvieron a Galilea a una ciudad llamada Nazaret. Para que se cumpliera lo que había sido dicho por los profetas: que el niño habría de ser llamado Nazareno.
Estos peregrinos fueron como dice la canción: por las pampas heladas fueron cortando campo, atravesando desiertos, huyendo de la injusticia y la muerte, andando con el riesgo y el susto a cuestas. Con la confianza en la palabra del Ángel y con la ternura de cuidar a ese niño. Ese niño que traía un nuevo tiempo. Fue cuidado, con solo el amparo de dos alientos amigos, de la luna de la noche y el sol de día.
A la huella a la huella, fueron haciendo camino al andar ‒al decir de Machado‒ exiliados. Peregrinando, buscando a Dios y sus caminos como dice la canción: con un Dios escondido nadie sabía.
De mayor, Jesús obró grandes milagros. Y un gran milagro especial en sí mismo: siendo y habiendo nacido pobre y trabajador: no deseó ser rico y famoso, poderoso. Su vida fue una denuncia de todos los poderosos, los que buscan lo espectacular, lo grande. Como pasa hoy en este mundo real-virtual donde millones de personas buscan ser mirados y exaltados, víctimas de su narcicismo y desamor. Es nuestra sociedad cacofónica, contaminada de ruido virtual y ambiental y de desordenados ruidos interiores, que proclama tan solo la glorificación personal, busca objetivos egoístas y no sabe respetar ni acoger lo que viene de los demás.
Es imprescindible hacer silencio y afinar el oído para escuchar a Dios. Por ello, como nos dice el mismo Jesús en Mateo 11:25: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que hayas escondido esto de los sabios y de los entendidos, y lo hayas revelado a los niños”.
O Pablo cuando afirma en 1 Corintios 1:18: “El mensaje de la cruz es ciertamente una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, es decir, para nosotros, es poder de Dios”.
Una actitud de no saber, de humildad y autenticidad cristiana significa emprender el camino arduo de la búsqueda de Dios, allí donde Dios quiere ser buscado y encontrado. En 1936, en una carta a su cuñado, el pastor, teólogo y mártir cristiano bajo el nazismo Dietrich Bonhoeffer, escribe: “O soy yo el que determina dónde quiero encontrar a Dios, o dejo que sea Él quien determine dónde quiere dejarse encontrar. Si soy yo el que decide dónde lo encuentro, encontraré un dios a mi gusto, que en algún modo me gusta, que pertenece a mi esencia. Pero si es Dios el que decide dónde quiere ser encontrado, ese lugar al principio no corresponderá a mi esencia y no me gustará nada. Ese lugar será la cruz de Jesús”. Es el núcleo de nuestra fe cristiana, predicamos un Mesías, que vivió el amor incondicional del Padre y por ello fue crucificado y luego resucitado.
Buscar a Dios donde quiere ser buscado y como quiere ser buscado puede significar afrontar con valentía la propia interioridad, los caminos desiertos y helados, y desaprender fantasías engañosas sobre nosotros mismos y nuestros objetivos en la vida.
Este tiempo es propicio para ello, y volver a recibir y compartir esa bendita historia: la del nacimiento del Salvador del universo, de ese Jesús de Nazaret, que fue creciendo y su vida fue una invitación a la solidaridad. Como camino para la fraternidad y la justicia, condición que puede abrir humanidad al futuro. Como dice Elsa Tamez en su libro Bajo un cielo sin estrellas: “En el evangelio de Lucas encontramos la narración de la Navidad como la propuesta de un comienzo de vida nueva, opuesta a la vivida en este tiempo. Una propuesta de paz y justicia para todos y todas, empezando con los más desfavorecidos de la sociedad”.[1]
En este tiempo donde nosotros, caminamos en noches difíciles y en caminos riesgosos, en los que no vemos a veces el sendero ni la aurora. También nosotros peregrinamos hacia ese cielo y tierra nuevas, con nuestras penas y luchas pero con la certeza que… “Él vendrá por sendas conocidas o por ocultos rumbos ignorados, y hará justicia a pobres y oprimidos y destruirá los antros del pecado”[2]
Ese es nuestro Dios, que está con y en nosotros, está allí obrando adelante, atrás, al lado y en medio nuestro. Un Dios escondido para muchos, pero obrando apasionadamente… “haciendo nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).
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[1] Elsa Tamez, Bajo un cielo sin estrellas, Costa Rica, Dei, p.72
[2] Canción Sursum corda, Ob. F. Pagura
Abajo la letra de la canción y un link para escucharla en la voz de Mercedes Sosa. https://youtu.be/52v-W9R2Mok
A la huella, a la huella
José y María
Por las pampas heladas
Cardos y ortigas
A la huella, a la huella
Cortando campo
No hay cobijo ni fonda
Sigan andando
Florecita del campo
Clavel del aire
Si ninguno te aloja
¿Adónde naces?
¿Dónde naces, florcita
Que estás creciendo?
Palomita asustada
Grillo sin sueño
A la huella, a la huella
José y María
Con un Dios escondido
Nadie sabía
A la huella, a la huella
Los peregrinos
Préstenme una tapera
Para mi Niño
A la huella, a la huella
Soles y lunas
Los ojitos de almendra
Piel de aceituna
¡Ay, burrito del campo!
¡Ay, buey barcino!
¡Que mi Niño ya viene
Háganle sitio!
Un ranchito de quincha
Solo me ampara
Dos alientos amigos
La luna clara
A la huella, a la huella
José y María
Con un Dios escondido
Nadie sabía
A la huella, a la huella
José y María
La Peregrinación, Huella. Canción de Ariel Ramírez y Felix Luna