MISIÓN DE DIOS HOY: COMUNIDADES EN CRECIMIENTO INTEGRAL PARTE I
Recordamos como venimos haciendo en esta serie de artículos sobre la misión de Dios hoy que uno de los consensos teológicos en teología de la misión actualmente es afirmar que la misión de la iglesia es participar del envío de Dios Trino, cuyo fundamento es el amor divino por toda su creación, revelado cabalmente en la encarnación de Jesús de Nazaret. Él es el centro del envío de Dios, y la misión que le corresponde sigue sus pasos. En este sentido, misión es más bien una acción divina que incorpora a la iglesia, más que de la iglesia misma. Misión es missio Dei.
Y una de las preocupaciones más grandes que encontramos hoy, no solo en las nuevas generaciones sino en todas personas que participan de una iglesia local o comunidad de fe (incluso cualquier grupo de comunidad), es el alto individualismo que existe. Fruto del sistema económico globalizado en el que vivimos, agudizado con la pandemia y con la creciente influencia de las nuevas tecnologías digitales. Y si a esto le agregamos el fenómeno cultural de descreimiento en las instituciones y el religioso de los últimos 30 años llamado de “espiritualidades a la carta” o “cuenta-propismo religioso”[1], donde cada persona arma su propio menú de creencias y practicas espirituales, la situación se complejiza más aún. “Las nuevas generaciones son cada vez menos creyentes, pero también más espirituales. Una contradicción que se explica por el individualismo, la posmodernidad y la preocupación por la salud mental. No buscan a Dios en las pequeñas cosas, se buscan a sí mismos”, dice una nota reciente, titulada: La espiritualidad más allá de Dios: los católicos confían en el karma y los ateos encuentran paz en la oración.[2]
Esto se presenta como un obstáculo que dificulta una de las tareas primordiales del ser Iglesia cristiana: ser y formar comunidad testimonial de discípulos/as de Jesucristo. Lo que sigue son el simple compartir de algunas preguntas y herramientas para ello. Frente a estos desafíos y como bien resumió Jonathan Sánchez en reciente ensayo de nuestro blog (en //caminandoenjusticia.com/retos-del-cristianismo-mundial-con-el-contexto-misionero-de-los-eua-1/2022): “el cristianismo se entiende como un movimiento que tiene 3 características específicas: no posee un territorio geográfico particular, no tiene lengua oficial, y es policéntrico.”
El cristianismo como movimiento mundial tiene estas características que lo llevan a contextualizar el mensaje del evangelio de una forma muy particular a cada contexto tanto geográfico como cultural.[3] Y eso hace que las iglesias o comunidades de fe locales sean una expresión contextual fundamental del cristianismo. Como dice esa frase popular antigua del movimiento misionero: “lo que no sucede en la iglesia local, no sucede en ningún otro espacio de la iglesia”.
En términos teológicos lo dice Cardoza Orlandi “las teologías de la misión —como cualquier otra teología— tienen su fundamento en la praxis de las comunidades cristianas en su determinado contexto”.[4] En el mismo libro, el teólogo y misionólogo Carlos Cardoza-Orlandi, al hablar de la misión nos explica que “Dios es el protagonista de toda actividad misionera; la misión es una actividad comunitaria; el pueblo de Dios es objeto y sujeto de la misión de Dios; y la actividad misionera de Dios se realiza en el mundo”.[5] El autor propone varias metáforas sobre la iglesia como comunidad que han estado presentes en los últimos modelos misioneros. El rol de la iglesia en la Misión ha cambiado con el tiempo y sus circunstancias. El autor expresa estos conceptos a través de metáforas:
La iglesia como un bote salvavidas que salvaría al mundo de la industrialización explotadora, de la pobreza y el subdesarrollo. La misión eclesiocéntrica era proclamar el evangelio a toda criatura, en espera de la segunda venida de Cristo, y llevar adelante una misión civilizadora para que el reino de Dios se estableciera en la tierra. Presente entre iglesias y sociedades misioneras que se desarrolló en el ámbito protestante desde mediados del siglo XIX y principios del XX.
La iglesia como signo del Reino de Dios, a partir de 1950 por el trabajo de Hoekendijk al postular la concepción teológica Missio Dei, y bajo la influencia del Concilio Vaticano II. Esto desplaza la visión eclesiocéntrica y la misma no es ya el centro de la actividad misionera.
La iglesia en matriz misional. La Trinidad y la missio dei. La misión es dentro de la comunidad, y pertenece a ella, el agente de la Misión es Dios Padre, creador, Dios Hijo Jesucristo el redentor, y Dios Espíritu Santo, el sustentador. La iglesia participa en la misión acompañada y guiada por el Espíritu Santo. Esta misión es transcultural, intercultural y desde el proceso de inculturación, inherente al cristianismo. Esta relación interdependiente en la Misión entre la trinidad, la comunidad de fe y el mundo se denomina “pericorética” de mutua interdependencia a imagen de la Trinidad divina. La iglesia es a la vez sujeto y objeto de la misión.
Luego desarrolla dos conceptos interesantes para la tarea misionera de la iglesia: Misión como transmisión y misión como recepción. “Por el lado de la transmisión los asuntos misionales están enfocados en la actividad misionera, en la persona que va y hace misión…Por el lado de la recepción los asuntos misionales se concentran en quienes son misionados”.[6] Y luego aclara en detalle los procesos y dinámicas que conllevan cada una de estas dimensiones de la de misión: evangelización, iglesia para y con otros, diaconía, testimonio profético de liberación, reconciliación, dialogo interreligioso y contextualización.
En esa dimensión de la misión llamada contextualización se busca que el evangelio sea pertinente en el contexto donde se transmite y en la misma hay dos prácticas y aspectos teológicos de la misión que la alimentan: por un lado, la misión como inculturación y la misión como teología en la misión: “En la misión como inculturación la fe cristiana comienza echando raíces en el contexto misional…se da en la medida en que usa su lengua vernácula para la vida de la fe, sus recursos culturales, su historia, su cosmovisión…y es un proceso que debe ser evaluado por el mismo proceso de transmisión del Evangelio en su contexto y por el propio pueblo de ese contexto”.[7] De esta forma la misión como inculturación testifica sobre el poder del Espíritu santo que se da en el proceso de recepción de la comunidad de fe. La misión como inculturación es un instrumento por el cual las comunidades cristianas toman el control del significado del Evangelio en sus vidas y proveen a la comunidad más amplia una interpretación de la fe cristiana arraigada en su identidad social y cultural. Por otro lado, la misión como inculturación implica que el evangelio comience a tener un matiz particular, el matiz de la vida del pueblo en ese contexto particular. “El evangelio encarnado por ejemplo en Jamaica pasa por un proceso de “jamaiquinización”. No hay evangelio sin particularidad y no hay particularidad que no interactúe con el evangelio una vez que toca su contexto”.[8]
Y en la misión como teología el autor afirma que la tarea teológica es siempre contextual. No existe tal cosa como la teología universal. Todas las teologías son contextuales por tanto son iguales (no hay superiores e inferiores) en la conversación las unas con las otras. Y en ese sentido la misión como teología recupera un acercamiento crítico con los mejores recursos académicos disponibles dentro de nuestra tradición cristiana y del mundo secular, que ayuden a la comunidad de fe a discernir su coparticipación en la misión de Dios.
La teología enfocada en la misión usa los recursos clásicos de la teología y como práctica misional le recuerda a la comunidad de fe que toda buena teología es teología contextual ya que está basada y centrada en la experiencia de Dios y de la comunidad en un contexto particular. La vocación de la teología no es solo para cuidar la integridad del Evangelio en los procesos de contextualización sino para acompañar al pueblo en su discernimiento y coparticipación en la inmensa y sorprendente misión de Dios.
“La teología como ejercicio intelectual abstracto ha agotado su curso. Las teologías que se limitan a tal tarea y que ponen de manifiesto una actitud rígida de exagerada objetivación no tienen espacio en el que hacer teológico del siglo XXI. Una buena teología de Misión, es decir una buena teología, nace de un contexto donde la fe es vital”.[9] Para nuestro tema, y como decíamos al comienzo, que una de las preocupaciones en muchas comunidades de fe es como generar y potenciar comunidades, es importante recordar estos conceptos que nos vienen de esta saludable teología de misión. Podríamos preguntarnos: ¿cómo nos estamos encarnando, inculturando en nuestros barrios, ciudades, culturas, subculturas? ¿cómo estamos respondiendo a los reales desafíos, preguntas y necesidades de las personas de nuestro contexto? entre tantas otras, etc.
Generar y potenciar comunidades evangélicas que crezcan en fe, vida, amor y esperanza en acción es un desafío ineludible en cada contexto en el que vivimos. Y lejos de buscar recetas de otras latitudes o de copiar métodos y modelos ((que pueden servir de inspiración, pero la mayoría de las veces son verdaderos negocios y no tan santos), quizás como comunidades contextuales deberíamos buscar en nuestros propios recursos espirituales, humanos y teológicos que tenemos a mano. Reunirnos cara a cara y desde nuestro caminar y vivencias de fe, preguntarnos y encontrar respuestas teológicas auténticas. Uno de los textos bíblicos que nos pueden ayudar a alimentar ese proceso es el de los caminantes de Emaús, Lucas 24:13-35. Desde nuestras luchas y tristezas individuales y comunitarias, escucharnos y en momentos dejar de hablar, prestar atención mientras nos abrimos para recibir lo que es bendito. Veremos probablemente al Señor, que nos dará una confianza nueva, una esperanza nueva, aun una manera nueva de recordar. En este texto tanto Cleofas y su compañero somos nosotros. Ellos saben mucho. Se preocupan mucho. Ellos piensan y están entristecidos por sus esperanzas reducidas para sí mismos y para el pueblo. Incluso, no saben que sus ojos están cerrados hasta que, de repente, se abren. No podemos controlar cuándo y cómo es que se abren los ojos. Pero de esta historia, encontramos la esperanza de que Jesús camina con nosotros. Encontramos esperanza de que abriendo el corazón y al compartir el pan con El (24:35), vemos y reconocemos al Señor y nos muestra qué hacer para nuestra vida y nuestra comunidad.
PARA IR A LA PARTE II DEL ARTÍCULO HAS CLICK AQUÍ.
______________
[1] Ver http://www.ceil-conicet.gov.ar/2019/12/creer-y-dejar-de-creer-segunda-encuesta-sobre-creencias-y-actitudes-religiosas-en-argentina-programa-sociedad-cultura-y-religion/. Si bien habla de Argentina refleja un fenómeno global, al menos de las grandes urbes de América.
Ya lo planteaban hace tres décadas entre otros José María Mardones en Hacia dónde va la religión. Cristianismo y religiosidad en nuestro tiempo, Sal Terrae, Barcelona, 1996
[2] Ver La espiritualidad más allá de Dios: los católicos confían en el karma y los ateos encuentran paz en la oración, diario El País, Madrid, E. Alpañes, 08 ABR 2023 – 00:21. Si bien habla de España refleja un fenómeno global.
[3] Citando a Carlos Cardoza-Orlandi: Ángel Rosa Vélez (ed.), La Fe que dialoga. Encuentro Interreligioso. Una Fe que busca entendimiento. (San Juan, Santo Domingo. Isla negra Editores), 28
[4] Carlos Cardoza-Orlandi, Una introducción a la misión, (Nashville, Abingdnon Press, 2003), p.74
[5] Ibid., p.88-92
[6] Ibid, p.84
[7] Ibid, p.90-91
[8] Ibid, p.91
[9] Ibid, p.92