Jesucristo libertador: su misión y llamado hoy
En este tiempo de semana santa, que es una de las celebraciones que unen e identifican a los cristianos de todo el planeta, recordamos la Pascua de Jesús de Nazaret. Su paso de muerte a vida, ocurrido en esa celebración de la pascua judía, hace más de dos mil años. Como iglesias cristianas hacemos memoria de Jesús, en esa última semana de su vida y ministerio en la Tierra.
En la tradición cristiana y en la de los pueblos originarios de América, esperanza y memoria van de la mano. Y ejercitar la memoria se dice en nuestro idioma: “RECORDAR: del latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón”, como nos recordara el escritor uruguayo Eduardo Galeano. No es poca cosa volver a pasar cosas por el corazón, en este tiempo de desesperanza e incertidumbre global.
Así recordamos a Jesús, no como un viejo dato sino reviviéndolo en nuestros corazones y en cada comunidad. Guardamos, en la memoria y en la fe, la entrega de Jesús por amor a todos/as nosotros/as en su vida y en la cruz, y en lealtad al proyecto de Dios. Porque creemos que el centro de nuestra fe y acción no parte de axiomas o reflexiones filosóficas sino de la persona de Jesucristo. Encarnado, crucificado y resucitado vemos a Dios. Como afirma esa frase teológica antigua: “Dime cuál es tu cristología (tus creencias sobre Jesús de Nazareth el Cristo) y te diré cuál es tu modelo de ser humano y sus relaciones, tu modelo de iglesia, etc”.
Recordemos entonces cómo Jesús comenzó su misión en el evangelio de Lucas. Luego de ser bautizado por Juan en el río Jordán (Lc. 3:21-22), Jesús es confirmado en su vocación y comienza su ministerio. Sin embargo, Satanás le hizo varias pruebas que, en realidad, eran tentaciones (Lc. 4:1-13) basadas en estrategias de poder, utilizando textos de la Escritura sagrada hebrea. Siempre ha sido parte de sus engaños: seleccionar textos para citar lo que le puede dar la apariencia de piedad a sus proyectos, pero en realidad son trampas. Aún hoy sucede eso. Por eso la importancia de leer la Biblia, pero más aún: estudiarla y hacerlo en comunidad.
Repasemos, primero la estrategia de proporcionar una prosperidad milagrosa: cambiar piedras en pan. Luego, la tentación basada en la misión como conquista y dominación: “Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países”. Finalmente la tentación basada en la misión como una muestra de poder sobrenatural: “Tírate abajo desde el templo”. Jesús resistió a cada tentación, citando la Escritura y manteniéndose firme en su confianza en su Padre .
A lo largo de la historia encontramos a muchos que no pudieron resistir tentaciones como estas. Nos encontramos con intentos de convertir a las multitudes con promesas de prosperidad y riquezas. Hay intentos de convertir a la gente por el poder militar, del colonialismo o de la dominación imperial-hoy en gran parte a través de las redes digitales- . Hay intentos de ganar seguidores mostrando algún pretendido poder sobrenatural. Todo esto lo encontramos a lo largo de la historia.
Pero Jesús, ¿cómo va a ordenar su misión? Como dijimos, no va a fundamentar su misión en estas tácticas sugeridas por el diablo. Encontramos la respuesta inmediatamente después de las tentaciones. Jesús entra en la sinagoga y selecciona otro texto que expresa más fielmente la voluntad de Dios: (Lucas 4: 16 en adelante) .
«El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor.» Lucas 4:18-19.
Muchos han notado cómo se dio esa recepción del proyecto público de misión de Jesús, en su Galilea. La reacción de la gente fue favorable en el inicio. Pero después de entender lo que implicaba este texto –que incluye una misión a los excluidos, los rechazados, aún a los paganos– los que al principio apoyaron comenzaron a enojarse. Estaban tan enojados como para intentar destruir a Jesús.
Después de esto, Lucas nos ofrece lo que muchos biblistas afirman: que toda esta sección del Evangelio funciona como un resumen de la misión de Jesús. Sus hechos fueron: sanar personas de varias enfermedades mentales y corporales, hasta dando vida al hijo de una mujer viuda. Luego, en el capítulo siete, Juan el Bautista, quien había bautizado a Jesús como señal de su vocación mesiánica, envió a sus seguidores para preguntarle a Jesús si él era realmente el Mesías. Y Jesús les responde:
“Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia el mensaje de salvación.” (Lucas 7:22).
El Jesús que libera/liberta desde la gracia (el amor incondicional de Dios) es el que promete vengan porque “ yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (en Juan 10:10) . Tanto el texto de Lucas 4:16–21 y este de Juan son herederos de la tradición profética y comparten afinidad con la cosmovisión hebrea y bíblica de Shalom y el año del Jubileo. Esta tradición profética, que Jesús hace suya en casi todos los textos de los evangelios, es lo contrario al sistema imperante hoy en el mundo globalizado.
El actual modelo de desarrollo capitalista, centrado en la productividad y el consumo individual no deja lugar a la solidaridad, a compartir bienes con justicia y respeto a la vida. Como dijimos antes; el centro de nuestra fe y acción no parte de axiomas o reflexiones filosóficas sino de la persona de Jesucristo. El centro y medida de nuestra fe es el que dijo, también en Lucas :
“…..Felices los pobres, pues el reino de Dios pertenece a ustedes, felices los que ahora tienen hambre, pues van a ser satisfechos; felices ustedes los que ahora lloran, pues después van a reír. Pero pobres de ustedes, los ricos, porque ya han tenido su alegría; pobre de ustedes los que ahora están satisfechos, pues van a tener hambre”. (Lucas 6: 20-26)
El centro y la medida de nuestra fe hizo claro (en Mateo) de qué lado se encuentra en las divisiones entre los seres humanos- con los que tienen hambre, sed , con los despojados, los huérfanos, los enfermos, los presos. Y añade: “el que no sirve a estos mis hermanos pequeños, ni a mí me sirve” (Mateo 25:31).
Los pasajes podrían multiplicarse. La conclusión ha sido expresada inequívocamente por el teólogo K. Barth- uno de los mayores teólogos cristianos del Siglo XX:
“Dios se ubica siempre, incondicionada y apasionadamente, de un lado y de uno solo: contra los poderosos y a favor de los humildes, contra los que usufructúan de derechos y poder y a favor de aquellos a quienes se despoja de ellos y se les niegan.”
La consecuencia es clara: quien no está con aquellos con quienes Cristo está, mal puede estar con Cristo, aunque sea el más “religioso” de los humanos. La Iglesia que no está con aquellos con quienes Cristo está, no está con Cristo…por más templos que levante y ceremonias que realice y palabras piadosas que pronuncie. Sobre este mundo y en esta historia hay una sola manera de estar con Jesucristo – y es estar junto a aquéllos con quienes él se ha colocado para siempre: al lado de los pobres, de los que tienen hambre , de los encarcelados.
El gran teólogo latinoamericano José Míguez Bonino en su obra Espacio para ser hombres (Aurora, BsAs, 1975, libro que este año cumple 50 años), afirma: “El símbolo central de la fe cristiana, la cruz, es la afirmación más rotunda de esta decisión de Dios de estar con los seres humanos. Tan en serio ha tomado Dios su compromiso con el ser humano en la realización de este proyecto, que no vacila en arriesgarse en participar de la vida humana aun en su pobreza y su fragilidad, incluso hasta la muerte, para restaurar la sociedad con el ser humano. El Dios de la Biblia es Dios para los otros y no para sí mismo. Es un Dios que sufre, que se juega, que correo riesgos en su proyecto de crear un mundo. Cuando mencionamos a Jesucristo estamos hablando de esto, de una “apuesta” que Dios hizo a favor del ser humano, colocándose a sí mismo como garante. Y dio su vida. …Este Dios cristiano, “de carne y en la carne”, como decía un pensador español, este Dios apasionado que se deja golpear e insultar, y crucificar, para sellar una voluntad de transformación del mundo, solo éste es, en términos cristianos, el Dios verdadero.” (P.19-20).
Sirvan estas pinceladas de palabras para detener el tiempo y preguntarnos cómo es nuestra relación con Jesucristo. En Marcos 8:27-33 Jesús hace preguntas :
“Jesús sale con sus discípulos hacia Cesarea de Filipo. En el camino, Jesús les pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?. Ellos le responden: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Jesús les pregunta: “¿Y ustedes, qué? ¿Quién dicen que soy yo?”.
¿Quién es Jesús para mi, para vos? Hagamos una pausa y respondamos esta pregunta. Y nos encontraremos con Jesucristo. Un encuentro que nos confronta con nuestros propios reinos egoístas, con nuestras miserias y pecados personales y sociales. Un encuentro que nos libera desde el perdón que nos ofrece Jesucristo desde la cruz. Un encuentro que nos hace vivir nuestra pascua. Que nos descansa, renueva y prepara para continuar su misión hoy. Salir al encuentro de los cuerpos crucificados de hoy, compartiendo el amor de Dios en gestos y palabras. Hagamos espacio y tiempo para ese encuentro transformador con Jesucristo, nuestro Hermano Mayor que camina con nosotros/as por su Espíritu. Nuestro Salvador, Señor, Amigo y Maestro libertador. Y con certeza seremos renovado/as, para seguirle con mayor amor y esperanza.