¡Decimos NO a la Violencia de Género!
En el año de 1999, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Este día se enmarca en la conmemoración de la triste experiencia de las hermanas Mirabal, quienes fueron brutalmente asesinadas por el gobierno del dictador Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana en 1960. Patria, Minerva y Teresa Mirabal, eran apodadas “las mariposas”, porque era el nombre que usaba Minerva en su activismo político clandestino, labor que las llevó a una cruenta muerte.[1]
En 1981 se llevó a cabo el primero Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en la misma fecha en la que murieron las hermanas Mirabal, con el fin de conmemorar sus vidas y promover la no violencia. Posteriormente en 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la violencia en contra de la Mujer, gracias a este fatídico hecho.
Este acontecimiento marcó la historia, ya que hasta ese momento la violencia en contra de las mujeres había permanecido como un acto privado y no legislado, pero este acto abrió el camino para que se visibilizara la opresión y violencia histórica a la que las mujeres hemos estado sometidas, e hizo responsable al Estado por la seguridad y el bienestar de las mujeres en todos los contextos, o al menos eso aspiraba.
Lo interesante es que a pesar de la relevancia histórica de esta fecha y de lo que significó para las mujeres de todas las edades y especialmente para las futuras generaciones, en las iglesias esta es una fecha que pasa desapercibida, y en realidad el tema de la violencia de género ha quedado fuera de las preocupaciones e intereses de parte de la gran mayoría de los líderes religiosos en América Latina.
Los discursos sobre el orden divino de Dios, el rol que deben tener hombre y mujer, la sobrevalorada y romantizada idea de la maternidad, siguen siendo la bandera de muchas iglesias cristianas. Curioso es que aunque en muchos temas las diferentes denominaciones no se ponen de acuerdo, este es un punto que tienen en común, seguir promoviendo que las mujeres deben cumplir un papel determinado, a partir de una inconsistente interpretación bíblica. Aunado a esto, cuando comienzan a surgir personas o grupos con un pensamiento divergente, inmediatamente son silenciados, excluidos y en algunos casos expulsados por contravenir con la tradición de la iglesia en cuestión.
La realidad es brutal, al menos en el contexto mexicano entre 10 y 11 mujeres mueren todos los días y algunas de esas mujeres forman parte de nuestras comunidades de fe. A pesar de ello, son contadas las iglesias que entre sus programas de atención ofrecen apoyo integral a mujeres que sufren violencia, que hablan del tema, vaya, que se pronuncian en contra de la violencia que sufrimos las mujeres todos los días. Por alguna extraña razón a los líderes les cuesta hacer la siguiente conexión: la mayoría de sus feligresas son mujeres y a las mujeres nos están matando.
Por supuesto que habrá quién pueda decir, “en mi iglesia no han matado a nadie”, y ¡qué bueno! Pero que estamos esperando, ¿qué ocurra un hecho fatal entre nuestras más cercanas para interesarnos en el tema? Pues lamento escribir, que la violencia feminicida no es el único tipo de violencia que experimentamos las mujeres de fe. Resulta ser que si escarbamos tan solo un poco la superficie, nos vamos a dar cuenta que la mayoría de las mujeres hemos padecido algún tipo de violencia dentro de la Iglesia. No ahondaré en el tema, puesto que he escrito al respecto en artículos anteriores, no solo de los tipos de violencia, sino de las que considero son las principales causas en el contexto de la fe. Lo que quiero es narrar una serie de testimonios de mujeres mexicanas, cristianas y en su mayoría pertenecientes a la Iglesia Metodista.
Todos los testimonios fueron recogidos de reuniones de estudio bíblico, en donde hacemos relecturas de la Palabra con un lente de la hermenéutica de la sospecha, tratando de centrarnos en los personajes menos comunes, en las cuestiones cotidianas, en el rol y lugar de quienes estaban en la base de la pirámide social, en los aspectos y en las personas que Jesús se enfocaba para darles libertad, amor, justicia y paz.
En ese proceso, hemos ido hilvanando una relación que nunca pensamos que podría darse, que todas necesitábamos, pero que no sabíamos que tantas otras también anhelaban. Y con tristeza puedo decir, que lo que quizá pensamos que solo nos había ocurrido a alguna de nosotras, se convirtió en una experiencia común. El maltrato de parte de quienes afirman seguir a Dios, en los mejores casos, y de quienes lo sirven a través del ministerio o la enseñanza, en los peores.
A continuación, comparto testimonios reales y anónimos de acoso y violencia:
- Un hermano de la iglesia me quería acompañar al Metrobús porque ya era de noche, le dije que no, le puse mil pretextos y me insistió varias veces hasta que no me quedó de otra que decir que si, mientras me insistía ponía su cuerpo bastante cerca de mí, y yo me sentía muy incómoda. Me lo hizo en 2 ocasiones.
- Un líder de alabanza me llevaba a mi casa al finalizar el ensayo, y en una de esas ocasiones, antes de que me bajara del carro, tocó mi rodilla y me dijo “me gustaría que tú y yo fuéramos más amigos”.
- Hace tiempo, el Pastor de la iglesia a la que asiste mi hermana le dijo, “si no me hubiera casado con mi esposa, ¿hubieras querido ser ni novia?”. Le agarró la mano y después se fue.
- El seminarista que estuvo como Pastor de jóvenes en la Iglesia, siempre que me veía me saludaba de abrazo y acariciaba toda mi espalda al hacerlo. Él tenía 26 años y yo 16, me sentía muy incómoda, pero no sabía cómo decirle que parara.
- Cuando me despedía del pastor, él me daba besos en la mejilla, yo intentaba soltarme porque me incomodaba mucho que lo hiciera, nunca le dije nada por pena y porque pensaba que era porque me tenía aprecio, luego me di cuenta de que sólo lo hacía cuando estábamos solos.
- Un pastor joven oró por mí en una misión, cuando terminó de orar por mí me abrazó con tanta fuerza que me tiró en la cama donde estábamos sentados. Me quedé inmóvil esperando que se diera cuenta que no estaba aceptando el acercamiento, gracias a Dios, después de unos segundos solo se levantó y salió de la habitación.
- Un compañero pastor, cuando me saluda, siempre me abraza muy, muy fuerte de manera prolongada y se repega. Es un fastidio siempre intento evitarlo.
- En mi tiempo como estudiante del seminario, tuve un compañero Pastor ya casado que continuamente se acerba a mí, cuando finalmente me confesó que le gustaba, yo me sentí muy incómoda, le dije que esto no podía suceder porque éramos amigos y él estaba casado. Finalmente, un día me besó a la fuerza, lo aparte como pude de mí, y le pedí que se fuera. Después de eso me sentí culpable, traicionada, enojada y sucia.
Los ejercicios me permitieron ver que tenemos un largo camino por delante en las comunidades de fe, porque las enseñanzas que hemos recibido con respecto a las relaciones de género, de alguna manera se han convertido en una excusa para justificar, sostener y apoyar la violencia en contra de las mujeres. Quizá algunos siguen pensando que las mujeres tenemos menos valor por haber sido la segunda creación (Gn 2:22). Tal vez algunos piensan que las mujeres merecemos el maltrato por ser las “culpables de la caída” (Gn 3:6). O quizá algunos piensan que aunque merecemos respeto, no merecemos ser consideradas para el ministerio, porque Pablo lo dice muy claramente “no le permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Tim 2:12).
Todas estas enseñanzas salidas del contexto crearon un monstruo que parece tan difícil de vencer, sin embargo está en nosotras y nosotros generar el cambio. Iniciemos la conversación, aunque sea incómodo, aunque tengamos miedo de ver la dimensión de lo que se esconde bajo la superficie. Que nuestra meta sea que nuestras comunidades de fe sean zonas seguras para todas las mujeres. En medio de un contexto en donde nos están matando, que nuestras iglesias se conviertan en lugares de amor, gracia, justicia, esperanza y vida.
¡Digamos NO a la Violencia en contra de las Mujeres en todas sus formas!
[1] http://derechoshumanosbc.org/sites/default/files/genero.pdf
Fer, gracias por compartir este articulo. Estoy contigo cuando dices que deberíamos de visibilizar la opresión y violencia histórica a la que las mujeres han sido sometidas. No solo las iglesias, pero las comunidades en lo general, deberían de ser instruidas en este tema. La narrativa patriarcal que se discute en las iglesias ha hecho mucho daño. Que pena que este tema quede afuera de muchas iglesias y que éstas piensen que no es su responsabilidad. Necesitamos tener un acercamiento y una teología más holística; no solo que se enfoque en tradiciones y rituales espirituales, sino en el bienestar físico, economico, mental, cultural, ecologico, etc. del ser humano y de toda la creación incluyendo el planeta tierra y todas las especies de animales. Gracias por compartir esos testimonios. Me que de sorprendidos con ellos. Tenemos que ser educados en este tema!