Contemplación, acción y confinamiento: Thomas Merton

 In Caminando en Justicia, Liberación e Historia, Teología y Cultura

Con las medidas impuestas por la pandemia hay más tiempo para leer en casa, y gracias a esta oportunidad inesperada he vuelto a uno de los clásicos del siglo XX: La montaña de los siete círculos (1948), de Thomas Merton (1915-1968). A pesar de haberse criado entre Europa y Estados Unidos y estudiado en las mejores universidades de Inglaterra y Estados Unidos, y aunque tenía un grupo de amigos que le apoyaban con cariño a la vez que le estimulaban intelectualmente, en el período de entreguerras el joven Merton se encontraba profundamente vacío. Al final de una larga trayectoria de experimentos existenciales se dio cuenta de que su dolencia era espiritual. Identificado su mal y visto el remedio, tardó pocos años en refugiarse en un monasterio Trapense en Kentucky, el conocido Getsemaní.

La decisión de recurrir a la clausura para él fue ineludible y le trajo una paz profunda, pero no fue fácil. Merton había sido muy activo en el mundo: escritor, profesor y trabajador voluntario en la Friendship House de Harlem, Nueva York, donde fue profundamente impactado por la injusticia racial. Entonces, ¿cómo podía llegar a comprender y aceptar que Dios le llamase poco después al claustro, donde por lo visto no iba a seguir contribuyendo a las luchas por la justicia en el mundo? Confinamiento ya de por vida…¿y si al final la solución que había encontrado para el profundo egoísmo que se autodiagnosticaba no era más que una justificación para poder cultivar esa misma orientación egocéntrica? El abate de Getsemaní le mandaba seguir escribiendo: sería una manera de obedecer y a la vez mantener el contacto con el mundo, pero esa actividad solitaria también le diferenciaba y le aislaba de los otros monjes. Le hacía “especial,” cuando él lo que buscaba era ahogar sus afanes de protagonismo en el servicio anónimo. ¡Cómo nos acordamos de nuestra querida Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa, batallando con el mismo dilema al final de su vida! A Merton le atacaban los escrúpulos: iba a irse del mundo y dejar de servir allí, y tampoco viviría con la humildad necesaria para encajar en el monasterio.

Las últimas páginas de La montaña de los siete círculos son una meditación sobre estas cuestiones. Repasa las diferentes evaluaciones de la acción y contemplación desde los orígenes del cristianismo y reconoce que aún en la vida activa, es necesario cultivar la oración y buscar el conocimiento experiencial de Dios. La contemplación, es decir, la unión transformadora que tiene como objetivo el convertirse uno en otro Cristo, para que su vida sea no vida propia sino vida de Cristo (Gálatas 2:20). Merton aceptaba que el significado último de su propia existencia le era desconocido, y se entregaba enteramente a Dios, aceptando las instrucciones divinas de dejar todo atrás y buscar la profunda soledad y silencio. Al mismo tiempo, utilizando una comparación que recuerda el caminar en justicia, Merton sentía que Dios había atado a su pie la mitad de Nueva York, como unos grilletes. Sabiendo que hacer los votos en el monasterio que le prometía una vida de contemplación solitaria también significaba comprometerse a obedecer a un abate que le pediría continuar ejerciendo de autor para el público, Merton sufrió con esta tensión hasta el momento en que definitivamente hizo esos votos, cuando reconoció que lo que Dios quería era que dejara de pensar en sí mismo y quién era él – si profesor, escritor, trabajador social o monje – y que se centrase en meditar sobre quién era Dios.

Oía que Dios le decía que le iba a llevar por una vía que no iba a entender, en la que los demás le rechazarían y toda la creación le abrasaría, hasta que se quedara solo y depurado, pero que su soledad daría fruto en las almas de gente que nunca conocería sobre la tierra. Le dijo Dios que probaría – gustaría – de su sufrimiento y de su pobreza (los de Cristo), hasta que se hiciese hermano de Dios y conociese al Cristo de los hombres quemados. Éstas son las últimas palabras de la obra maestra de Merton.

La montaña de los siete círculos es quizás su libro más famoso, pero solo marca el principio de su trayectoria. Entregado a Dios, viviendo en soledad y contemplación, esos hombres quemados (¿de Hiroshima? ¿de Nagasaki?) y la mitad de Nueva York que tenía atada a su pie (¿sus hermanos en Harlem?) siguieron a Merton toda su vida. Si los pies representan la belleza, vulnerabilidad, corazón, justicia y movilidad de Dios,[1] fue por medio de su pie vulnerable que le entraron la gracia transformadora de la santificación y el crecimiento constante que no dejan lugar al egocentrismo, pero que tampoco son compatibles con la inacción y la inercia.[2] Al aceptar no aferrarse a una sola identidad, mirando sólo hacia Dios y no a sí mismo, Merton rezaba y actuaba, buscando a Dios en la oración para poder ser instrumento de su amor,[3] y no dejó nunca de transformarse.[4]

Cambió mucho a lo largo de los años. Como San Juan de la Cruz, admiró la Orden de los Cartujos, y llegó a preguntarse si ésa habría sido su verdadera vocación. ¿Acaso tendría que haber sido ermitaño en vez de monje? Siguió escribiendo poesía y ensayos pero también continuó dudando de si esa ocupación que le traía tanta fama era la mejor para su ego. Se identificó como anarquista. Después de estudiar budismo, confucianismo, taoísmo, hinduismo, sufismo, jainismo y sikhismo, dialogó con líderes de otras religiones, promocionó la no-violencia en la lucha por los derechos civiles y en las protestas contra la guerra en Vietnam. Se hizo más y más radical, criticó a la jerarquía de la Iglesia Católica por colaborar con los poderes del mundo y apoyó la teología de la liberación. En cuanto a su vocación, llegó a una resolución lógica aunque insólita: terminó viviendo como ermitaño en el recinto del monasterio.

Durante los años que habitó como monje/ermitaño en el monasterio de Getsemaní, chocó con algunos de los abades por su deseo de dejar periódicamente la comunidad para reunirse con sus contactos internacionales. Se operó de la espalda, estuvo hospitalizado, se enamoró de su enfermera y tuvo una relación con ella, aunque al final lo dejaron. A finales de 1968, había un nuevo abad que le autorizó una gira por Asia, en la que conoció al Dalai Lama, junto con otros budistas prominentes de la tradición zen. Murió al asistir a un congreso monástico en Tailandia en circunstancias algo sospechosas, supuestamente electrocutado por un ventilador en la casita donde se alojaba.

¿Qué lecciones podemos sacar de la vida de Thomas Merton? Entre otras cosas, salta a la vista que la oración – la contemplación – es el compromiso con las mociones del Espíritu Santo. Y ese Espíritu, atento y amoroso, tiende a mover nuestros pies por caminos inesperados, chocantes y del todo misteriosos si aceptamos crecer en la docilidad a sus inspiraciones. Como decía Cristo, tenemos que velar y estar preparados para el cambio.

Denise DuPont se doctoró en la Universidad de Yale (1993) y es catedrática de literatura española en Southern Methodist University (Dallas, Estados Unidos). Su investigación actual se centra en la teología, la mística, el feminismo y la llamada universal a la santidad en los siglos XIX y XX en España.

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[1] Jonathan D. Sánchez, “Caminando juntos. Una reseña Teológica.” Caminando en Justicia. June 1, 2019. https://caminandoenjusticia.com/caminando-juntos-una-resena-teologica/.

[2] Pablo Oviedo, “Ser Metodista: viviendo en la gracia y llamados a ser cuidadores de la vida.” Caminando en Justicia. July 1, 2020. https://caminandoenjusticia.com/ser-metodista-viviendo-en-la-gracia-y-llamados-a-ser-cuidadores-de-la-vida/

[3] Fernanda Casar, “¿Estamos ante el final del mundo?” Caminando en justicia. July 2, 2020. https://caminandoenjusticia.com/estamos-ante-el-fin-del-mundo/

[4] Para más detalles sobre la vida de Merton, ver Paul Elie, The Life You Save Could Be Your Own: An American Pilgrimage, una biografía en conjunto de cuatro escritores católicos que caminaban en justicia: Thomas Merton (diálogo entre las religiones), Dorothy Day (justicia social, pacifismo, Movimiento del Trabajadores Católicos y amor al prójimo con las Casas de Hospitalidad), Flannery O’Connor (discapacidad física y atención a cuestiones raciales) y Walker Percy (raza y soledad espiritual).

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