Ser uno, ¿será posible?

 In Caminando en Justicia, Historias, Teología y Cultura

“—Maestro —dijo Juan—, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo impedimos porque no es de los nuestros. —No se lo impidan —replicó Jesús—. Nadie que haga un milagro en mi nombre puede a la vez hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor de nosotros. Les aseguro que cualquiera que les dé un vaso de agua en mi nombre por ser ustedes de Cristo no perderá su recompensa.”

Marcos 9:38-41

Si pudiera narrar todas las veces que he sido discriminada por ser o pensar diferente, o por actuar de una manera que traspasa lo convencional, necesitaría mucho más espacio. Lo más triste y doloroso es que la mayoría de las veces que he sido censurada, difamada e incluso castigada por promover la libertad de pensamiento, ha sido en el contexto de la iglesia. Pareciera ser que el celo por mantener las formas establecidas va más allá del amor que podríamos mostrar a nuestras hermanas y hermanos en la fe. Y es aquí en donde las palabras de Jesús hacen eco.

La tendencia a la exclusión existe desde los primeros indicios del cristianismo, antes de que se convirtiera en un movimiento como tal, cuando los discípulos aún caminaban a lado del Maestro. Parece ser que hay algo que habita en nuestra naturaleza humana : exclusión de la otredad, de todo aquello que se percibe o huele extraño o diferente. Si lo pensamos instintivamente puede tener cierta explicación con el principio de supervivencia, y con la incansable necesidad de sentir que navegamos sobre tierra firme, por más paradójico que esto suene.

Con tristeza veo que hoy día enfrentamos una guerra entre conservadores y progresistas. Parece que cada vez es más difícil percibirnos como hermanos pues son tantas las diferencias y divergencias de pensamiento e interpretación del texto bíblico, que la gente que nos observa desde afuera, de verdad piensa que somos unos lunáticos. Por eso resulta de suma importancia que podamos reflexionar en las palabras de Jesús “El que no está contra nosotros está a favor de nosotros.”, y en las actitudes que esta frase refleja: apertura, aceptación a la diversidad y no al monopolio de la fe.

Ya lo decía Justo L. Gonzáles, que en los cambios que experimentó la iglesia por allá del siglo II, surgieron dos grandes amenazas a las que la iglesia tuvo que hacer frente. Por un lado el sincretismo, “el peligro de que el cristianismo quedase reducido al nivel de un ingrediente más en la mezcla espiritual de los tiempos.”[1] En aquel entonces, similar a lo que vivimos hoy, la sociedad en la que la Iglesia se desarrollaba, tenía la peculiaridad de ofrecer un sinfín de variedades para atender la necesidad espiritual de la gente. Los cultos, prácticas y religiones eran tan variadas que el cristianismo luchaba en contra de ser un platillo más en el menú, luchaba por mostrarse relevante, tal y como lo hace hoy. En ese sentido, para poder llegar a más personas, el cristianismo comenzó a adaptarse a ciertos aspectos de las culturas en las que se estaba enraizando, y la amenaza se hizo cada vez más real. ¿Qué pasaría si en el intento de ser relevante, el mensaje se diluyera tanto, al punto de perder su esencia?

Ante ese temor, se desarrolló una segunda amenaza que se gestó de manera paralela al sincretismo, el sectarismo.

“Como el nombre lo indica, una secta es un grupo que toma un sector de la realidad y de la experiencia como si fuese el todo. El término <<secta>> por sí mismo no dice nada acerca de la verdad o falsedad, ortodoxia o heterodoxia de las enseñanzas de un grupo. Lo que quiere decir es que un grupo, no importa cuán ortodoxo sea, yerra en cuanto considera que su propio sector de la realidad, su propia perspectiva limitada, son toda la realidad o la única perspectiva posible… en cuanto se considera a sí misma como la única ortodoxia posible se vuelve sectaria.”[2]

Interesante es la definición anterior, pues nos revela que una secta no necesariamente tiene que salirse de todo lo que conocemos y ser una creencia herética, sino que el sectarismo se puede gestar dentro de nuestras propias creencias, iglesias, denominaciones o tradiciones cristianas, y al igual que el sincretismo es una amenaza real y latente.

Debido a que en ese momento no existían suficientes herramientas para determinar qué sí y qué no era cristianismo, el mecanismo de defensa para no errar fue levantar muros y cerrar filas, de manera muy similar a lo que vivimos hoy. Ante la amenaza de que el cristianismo se mezcle al punto en el que deje ser, las iglesias (principalmente históricas) están virando hacia el sectarismo. Las libertades cada vez parecen más ilusorias y el establecimiento de doctrinas y reglamentos para pastores y maestros, se están convirtiendo en una manera de censurar y silenciar a quienes difieren en algún punto con la interpretación de la realidad y de las Escrituras, de quienes ostentan el poder.

En aquel momento de la historia, la iglesia respondió a estas amenazas con tres elementos: el canon, la autoridad episcopal y el credo. Aunque pareciera que estos elementos combaten el sincretismo, en realidad procuraban eliminar también al sectarismo. En el Canon por ejemplo, se admitieron 4 evangelios, y contrario a la postura de Marción de solo tomar un evangelio en cuenta para no tener conflictos con las diferencias entre sí, el Canon admitió 4 como una señal de la admisión de la diversidad de puntos de vista. Quizá para algunos de nosotros hubiera sido más sencillo tener una sola perspectiva, pero esta medida nos muestra las manos de Dios en la historia que interfieren y demuestran que se vale tener más de un punto de vista, que esto enriquece y revela una parte de sí mismo: un solo Dios en tres personas.

La autoridad episcopal pareciera ser una medida para combatir las herejías, pero también sirvió para declarar apertura. Significaba poner límites para que nuevos maestros no inventaran nuevas doctrinas, pero al mismo tiempo significaba que cualquier doctrina que pretendiera venir de la sucesión apostólica, tenía que ser juzgada por el testimonio de todos los obispos de todas las iglesias.[3]

Finalmente la creación de Credos que, aunque sirvieron para combatir herejías, debemos aclarar que los credos más antiguos fueron minimalistas, en el sentido de que no pretendían resumir toda la doctrina cristiana. Eran básicos y trinitarios; y locales-regionales, “no pretendían ser universales, sino desarrollar respuestas específicas a los retos de un tiempo o lugar.”[4]

En este momento en donde experimentamos esta tendencia al sectarismo, vale la pena mirar a la historia para no cometer los errores del ayer, y para no perder de vista que como iglesia estamos llamados a ser una luz que se pone en lo alto para alumbrar en medio de la oscuridad. No estamos aquí para luchar unos contra otros, sino para dar testimonio del más grande amor que lo dio todo, y para mostrar a Jesús a través de la manera en la que nos amamos.

Sin duda los retos son grandes, y será nuestra tarea determinar los mejores elementos para combatir las amenazas de nuestro tiempo, pero sin perder de vista que lo principal debe ser el amor al prójimo, no importa quién sea, ni qué piense.

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[1] Justo L. González. “Mapas para la historia futura de la iglesia”. Buenos Aires: 2001. Editorial Kairos. Pág. 92

[2] Ibid. Pág. 93

[3] Ibid. Pág. 96

[4] Ibid. Pág. 98

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