Seguir al Jesús que incomoda

 In Liberación e Historia, Política y Justicia Económica

“Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”

Recuerdo hace más de treinta años leí un librito que se llamaba Cristo me dejó preocupado. El autor afirmaba – como muchos han dicho sobre Jesús – que él es el personaje histórico más influyente en la historia, que sigue fascinando, seduciendo. Pero a la vez nos da miedo y sigue incomodando, preocupando. Y cada vez que escucho esta pregunta ¿quién es Jesús? Para la gente o para mí, me sigue despertando esta inquietud.

El texto que acabamos de mencionar en Mateo 16:13-20, sitúa a Jesús en Cesarea de Filipo, localidad de fuerte influencia helenística (donde antiguamente se adoraba al dios Pan, el dios de la fertilidad) y un lugar de mucha significancia religiosa. Era el lugar del nacimiento del río Jordán y por ello toda la antigua fe del judaísmo y de la historia de Israel se respiraba en el aire. Sumado a ello, había un gran templo de mármol dedicado a la divinidad del César, que Herodes había construido en su honor. Allí se veía también el poder opresor de la civilización romana.

Este es el dramático escenario donde se encuentra el carpintero de Galilea. Sin dinero y sin hogar, con doce seguidores, donde sectores de la dirigencia judía ya están conspirando para detenerle por ser un hereje peligroso. En ese lugar Jesús les pregunta a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? y luego a ellos: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Las respuestas van desde Juan el bautista, Elías, Jeremías o algunos de los profetas … y esas respuestas eran ya un reconocimiento importante para la época, ya que la expectativa mesiánica de ese tiempo hace que lo vean como un anunciador o precursor del Mesías.

El relato en su contexto literario está entre la advertencia de Jesús de cuidarse de la levadura de los saduceos y fariseos (la incoherencia e hipocresía religiosa) y el relato donde Pedro (luego de su confesión de fe de Jesús como el Cristo), reprende a Jesús para no aceptar la cruz luego del anuncio de su muerte.  Ya esto nos enseña algo muy cierto sobre la revelación de Dios en Jesucristo y sobre cuál es la verdadera confesión de fe que Dios espera, cuál es la fe y el auténtico seguimiento de Jesús el Cristo.

En primer lugar, el Dios que revela Jesús no lo encontraremos en el dogma religioso que busca a Dios, pero que no está dispuesto a aceptar a Jesús como la revelación de la Palabra de Dios a la humanidad, como el centro de la fe. En segundo lugar – que nos puede suceder a nosotros – creemos en Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías, Señor y Salvador, pero no estamos dispuestos a seguirle en nuestro estilo de vida. Lo alabamos y reconocemos como el centro de nuestra fe cristiana pero no queremos aceptar el costo de seguirle, como le sucedió a Pedro. Si nos centramos en esta pregunta: Quién es Jesús para nosotros hoy, o dicha de otro modo: ¿qué imagen de Jesús tenemos y decimos seguir? El texto nos desafía e incomoda.  La fe cristiana no es individualista sino comunitaria, pero esta pregunta fundamental y personal debemos afrontarla solos. No se trata de dar una mera opinión, sino de pronunciar, desde nuestro mismo ser, un “sí” o un “no” a Jesús y su programa.  Nadie puede forzarnos a reconocer que Jesús es el Mesías, pues lo que sinceramente confesemos sobre él solo puede brotar de la esencia de nuestro ser. No se trata solo de responder desde nuestros credos, confesiones de fe o doctrinas, sino desde la sincera convicción interior. Quienes han oído hablar de Jesús, de una forma u otra, tendrán que preguntarse acerca de él. Como otros han dicho, preguntarnos por su identidad es plantearnos también, si es él quien resuelve la incógnita sobre quiénes somos. En palabras del teólogo y filósofo danés Søren Kierkegaard (1813–1855): “Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí”.

Como planteó A. Schweitzer luego de escribir su libro fenomenal sobre el Jesús histórico “Investigación sobre la vida de Jesús”, donde afirmaba que la teología tantas veces había proyectado en Jesús sus propios prejuicios y ambiciones. Entonces reconocerle como “el Hijo de Dios” solo puede hacerse sin “domesticarle”, sin desfigurarle o disfrazarle con proyecciones nuestras que no le pertenecen. No todos los que decimos creer en él nos referimos a la misma “idea” de Jesús. Una cosa es seguir a Jesús, y otra, fabricarnos un Jesús que sirva a nuestros propósitos personales. Como le sucedió a Pedro, que esperaba en Jesús un Mesías guerrero que liberara al pueblo, a través de la violencia, del poder opresor romano. Aunque acertado al reconocerle como Mesías, Pedro no entendió el programa mesiánico de Jesús y no lo entenderá hasta la resurrección del mismo.

Seguramente hoy muchos cristianos mantenemos ideas erróneas acerca de su mesianismo y por ello se nos abre aquí esa vivencia de que Jesús nos deja preocupados, nos incomoda y hasta le tenemos miedo a él y su seguimiento.

Dietrich Bonhoeffer fue uno de los primeros teólogos que llamaron la atención acerca de la centralidad del seguimiento en los evangelios, en su libro el Precio de la gracia. Citando varios textos de los evangelios, plantea que el discipulado no es tanto la confesión explícita de fe en la divinidad de Jesús, sino el cambio de vida y la opción por seguirle en su ministerio. Uno marcado por el servicio a los excluidos y de cuestionamiento de los poderes que generaban injusticia y mal.  El seguimiento es acción, no simple confesión de fe verbal. Bonhoeffer hizo ver además que el seguimiento a Jesús en medio del mundo es “una necesidad y un precepto para todos los creyentes que viven en el mundo”[1]. Uno de los que mejor ha aportado al tema desde la teología de la liberación ha sido Jon Sobrino, en su doble dimensión: el seguimiento exigido por Jesús de Nazaret y el seguimiento en la actualidad, afirmando que el seguimiento de Jesús hoy es “el principio estructurante y jerarquizador de toda vida cristiana”, que consiste en “proseguir en la historia la dinámica y estructura de la vida de Jesús: encarnación, práctica, cruz y resurrección” [2]

Para terminar entonces, sigue resonando la GRAN pregunta: ¿Quién es Jesús para mí, para vos, para nuestras comunidades? ¿Quién es Jesús para tantas personas en esta pandemia? Y le agregamos: ¿estamos dispuestos a seguirle por los caminos a los que nos puede llevar hoy?

 Varios plantearon que Jesús si estuviera hoy en esta pandemia, hubiera sido un trabajador esencial solidarizándose con los que más sufren[3]. Personalmente así lo creo y también esta pregunta me sigue incomodando y desafiando cada día, porque cuando siento o pienso que ya sé quién es Jesús y creo poseerlo, él se encarga de incomodarme en mi orgullo y desafiarme a cargar mi cruz, a seguirle y a entregar la vida para encontrarla. Que podamos responder la gran pregunta con una fe auténtica, cierta, y especialmente que podamos seguirle allí con los que más sufren y necesitan del amor de Dios, de pan y solidaridad.

[1] D. Bonhoeffer, El precio de la gracia. Salamanca, Sígueme, 1968, p. 25.

[2] Jon Sobrino, Cristología desde América Latina. Esbozo a partir del seguimiento del Jesús histórico.

México D. F., CRT, 1977, 2a. ed.; p. 130

[3] Concepto que utiliza el teólogo Joerg Rieger , ver en su blog religionandjustice.org.

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