Masculinidades liberadas y liberadoras: perspectiva bíblica-teológica. Parte II
Continuamos con algunos ejemplos bíblicos que venimos considerando y nos enfocamos en Jesús: no sólo el criterio central de la fe y de la teología y espiritualidad cristiana sino modelo máximo de humanidad y de una masculinidad contracultural y contra hegemónica a su época. «Jesús lloró» nos dice Juan en el capítulo 11, cuando muere su amigo Lázaro. Pero a la vez fue firme y duro con los mercaderes del templo. En el evangelio de Juan que es atravesado por la tradición del discípulo amado, vemos a Jesús promoviendo la amistad en igualdad entre hombres y mujeres discípulas, una novedad revolucionaria: que un Rabí acepte y promueva discípulas en su movimiento.
También en la defensa y lucha de Jesús por la igualdad de género en diferentes textos de los cuatro evangelios, en Juan 8 frenando el apedreamiento a la mujer descubierta en adulterio; en el encuentro con la mujer sirofenicia; con la mujer samaritana, etc., entre tantos otros. Quizás el texto más paradigmático sobre la Igualdad fundamental de género lo vemos en Marcos 10.1-12 en la discusión del divorcio, donde Jesús pone en juego su hermenéutica bíblica y no queda atrapado en la ley mosaica sino que amplía el marco hacia el Génesis y condiciona la ley con el planteo igualitario de dignidad (varón–mujer) de la creación. Hace bien recordar que Jesús fue un gran cuestionador del sistema familiar patriarcal de su época, donde el páter familia era el dueño absoluto de las demás personas. Por ello su frase “el que no me ama más a mí y a mi causa que a su familia no puede ser mi discípulo” o “los que oyen la palabra de Dios y la obedecen, ellos son mi familia” .
En esa línea, la parábola del hijo pródigo en Lucas 15, es un texto de sentido central no sólo en el mensaje de gracia revolucionario de Jesús, sino en esta imagen que promueve de un padre no dominado por la autoridad y poder patriarcal sino por el poder de la compasión.
En su agonía en Getsemaní, Jesús declara «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad» (Mc. 14, 34) expresa la disposición a compartir emociones de fragilidad y de relación de cuidado emocional, como también la disposición a promover una masculinidad no centrada en la violencia o en la fuerza física, cuando le responde a Pedro “el que a hierro mata a hierro muere.” (Cuando Pedro corta la oreja del criado ante el inminente arresto, Mateo 26:52).
En definitiva el texto paradigmático de Jesús sobre las relaciones humanas de poder “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor,” Marcos 10: 43ss, es el claro ejemplo no sólo del carácter contracultural del mensaje y vida de Jesús al poder hegemónico de los poderosos de su tiempo, sino en particular contra el sistema patriarcal de su tiempo. No sólo para la masculinidad heterosexual, sino que hay relecturas desde biblistas que abogan por la diversidad sexual, desde la teología queer, así como relecturas de historias bíblicas del AT y otras del Nuevo.
Debemos mencionar a Pablo, ya que varios de sus textos han sido utilizados para el sometimiento de las mujeres. No nos detendremos en detalle, simplemente diremos que algunos/as biblistas ven en la conversión de Pablo el paso de una masculinidad dominante y hegemónica patriarcal a rasgos de una masculinidad alternativa en sus cartas: el tema de la hermandad como una condición de posibilidad de la vivencia de una eclesialidad alternativa, donde no tengan cabida estructuras de poder dominante y patriarcal. “En Cristo no hay varón ni mujer” afirma Gálatas 3:28 y en muchos momentos aparece Pablo trabajando de igual a igual con mujeres líderes de las nuevas iglesias. Soy consciente de las cartas atribuidas a él o a una de sus escuelas, como las de Tito, Timoteo, Colosenses, Efesios, etc., que son escritas a finales del Siglo I y son marcadamente patriarcales en sus recomendaciones parenéticas.
Algunas consideraciones de antropología teológica
Las imágenes de Dios han sido elaboradas desde posiciones androcéntricas y sexistas a lo largo de la historia de la antropología y la teología cristianas y la reelaboración de nuevas imágenes de Dios que ha tenido lugar desde la hermenéutica bíblica feminista y desde las luchas y experiencias de las mujeres es algo que hay que profundizar y promover: hablar de Dios como Padre Maternal, o como Padre y Madre entre otras imágenes femeninas (recuerdo que el vocablo Ruaj=espíritu en hebreo, es femenino), hacen justicia a la identidad de Dios y a la experiencia de las mujeres.
En ese sentido rescatar la Trinidad como concepto clave de la identidad de Dios es central, como vienen haciendo varias teologías en el mundo. La clave hermenéutica de llamar a Dios trinidad es que la identidad de Dios (Uno y Trino) es una relación de amor en igualdad- diversidad, son tres personas (Padre, Hijo y Espíritu) unidas en amor eterno (perijoresis le llamaban a esa relación los teólogos antiguos) y ese Dios nos hace partícipes de ese amor, a toda la humanidad y su creación. Que nuestra fe cristiana confiese esto es un llamado a cuidar nuestras relaciones y comunidad, no marcadas por las jerarquías de poder y el sometimiento, sino guiadas por el amor y la igualdad, la mutualidad e interdependencia.
Por otro lado, la centralidad de la encarnación de Jesús es un tema central, ya que viene a reforzar el tema teológico del imago Dei, donde varones y mujeres son imagen de Dios y tienen la misma dignidad humana en derechos e igualdad, responsabilidad por creación, y en Cristo se ratifica esto. Que Jesús se haya encarnado en un varón en ese tiempo histórico no es porque Dios sea varón o porque el varón tiene más autoridad que la mujer en la representación humana de Dios. No sería un objetivo para nada absurdo si prestáramos atención sistemáticamente a la centralidad de la encarnación en la economía trinitaria de la salvación. Tal vez una manera de hacerlo sea rescatar la categoría de la haecceitas o la “estidad” que aparece en la tradición, por ejemplo, en la teología de Juan Escoto Erígena como modo de pensar la particularidad o la singularidad sin por eso dejar de lado la universalidad (u horizonte normativo) que se ancla en el camino de Jesús. Eso nos permitiría respetar la particularidad de cada persona como algo asumido por el Hijo en su propia particularidad (lo que no ha sido asumido no ha sido salvado), que a la vez se conecta con todas las demás particularidades en el horizonte de la esperanza en la nueva creación, por lo que no cae en el individualismo fragmentario a la manera de la modernidad tardía.[1]
Concluyendo: Así como hubo y hay personas que han entregado su tiempo y trabajo para acompañar y suplir necesidades de todo tipo durante la pandemia (como los trabajadores esenciales de la salud, que murieron muchos en estos casi dos años de pandemia), también se ha consolidado una irresponsabilidad individualista, desprecio y odio que se manifiesta de diferentes maneras. Sospecho que esta irresponsabilidad y crueldad no es nueva, lo que ha hecho es desnudar lo que ya existía. De hecho hay analistas como Rita Segato que sostienen que el sistema dominante en su fase actual en occidente, se basa, entre otras cosas, en una pedagogía de la crueldad, que nos inhibe de percibir a los/as otros/as como personas y nos amputa la empatía. Por ello, pregonar que la empatía y la responsabilidad afectiva son dañinas socialmente, es arrancarnos las herramientas para resistir la dominación mamónica y patriarcal y para construir otra forma de relacionamiento. También sostiene que esta pedagogía imperante se basa en la irresponsabilidad de los sujetos en relación a los otro/as.[2]
Si miramos a Jesús como modelo de nuevas o alternativas masculinidades, que es el criterio central y último de la teología y modelo clave de humanidad, no es tan nueva, pero si ante la situación que vivimos es Nueva en el sentido de novedad bíblica y de buena noticia relevante para la situación hoy: muchos varones estamos en crisis, ante la lucha revolucionaria y avances de la mujeres, muchos quedan paralizados, pasivos, otros incomodados, enojados, otros recrudecen su machismo (con los micro machismos) y su crueldad patriarcal en la violencia hasta llegar al femicidio, es el tema ético junto a la pobreza estructural y coyuntural de América Latina y el Caribe y desprecio a la tierra más importante a enfrentar.
El modelo hegemónico tradicional caracterizado en irresponsabilidad y crueldad, en una errónea idea de fuerza, está centrado en sí mismo, su mayor problema es el egocentrismo, en cambio Jesús como modelo (y varios aspectos de otros varones bíblicos) de masculinidad está centrado en el evangelio del Dios trino de la vida, y su modelo de masculinidad es en el servicio liberador, en la mutualidad, la interdependencia en la tensión creativa del amor a Dios, al prójimo, a la tierra y a sí mismo. Debemos centrarnos en Jesús y su modelo de masculinidad liberada y liberadora, centrado en la comunión mutua en el amor ágape y la justicia.
Uno de los aspectos más esperanzadores del evangelio de Jesús es precisamente la posibilidad de la conversión y del cambio de cualquiera: no hay nadie que esté fuera del alcance de la gracia: “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Juan 3:2); “todos seremos transformados” (1 Cor. 5:51b) ¿Será que algunas de esas obras tendrán que ver con una revisión de nuestro pensamiento y de nuestra praxis acerca de la igualdad del género? ¿Será posible que conectemos de manera fructífera la teología de la gracia (y no la doctrina del pecado) con nuestra realidad de seres rigidizados por el machismo patriarcal?[3] Para mí ha implicado hacer ese éxodo de aquellas imágenes dominantes de Dios y del varón a unas imágenes mucho más humanas y liberadoras, que he intento día a día construir en mi vida cotidiana como esposo, padre, hijo y compañero de otros muchos varones que pasan y hacen pasar a otras/os por experiencias dolorosas. E intentar en la vida diaria transformarlo en experiencia de mayor realización humana, donde se viva a mayor plenitud la alegría de ser liberados en la cruz de Jesús. Creo que el machismo no es algo con lo que los varones nacemos. Es algo que aprendemos, que vemos, que nos enseñan y que también podemos desaprender (los micro y macromachismos) y aprender a llenar de sentido la masculinidad que queremos habitar. Esa transformación se da cuando pasamos de la culpa a la responsabilidad. Porque la culpa inmoviliza; la responsabilidad es hacerse cargo de quién fuimos, de quiénes somos y de quiénes seremos. Como el mensaje de gracia liberadora de Jesús que nos centra en la responsabilidad y no en la culpa. Para evitar un discurso disociado de prácticas genuinas debemos ir a Jesús, es el modelo principal de masculinidad y debemos volver allí vez tras vez. Y empezar o profundizar estas conversaciones incomodas y transformadoras en los grupos de reflexión de nuestras comunidades.
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[1] Ver Bedford N. Sexualidad y género desde una perspectiva teológica, Charla en ISEDET 4/8/11, p.8 https://bibliotecaisedet.files.wordpress.com/2011/08/sexo-y-gc3a9nero-desde-una-perspectiva-teolc3b3gica.pdf [2] Ella trabaja desde una perspectiva feminista esta pedagogía de la irresponsabilidad en el ámbito carcelario, y define la cárcel cómo una escuela que produce y reproduce una comunidad moral de sujetos irresponsables. Ver Segato, Rita. (2003). El sistema penal como pedagogía de la irresponsabilidad y el proyecto “Habla preso, el derecho humano a la palabra en la cárcel” Serie Antropología (Nro. 329). Departamento de Antropología, Universidad de de Brasília. Disponible en: http://www.lanic.utexas.edu/project/etext/llilas/cpa/spring03/culturaypaz/segato.pdf [3] Bedford, ibíd., p.7.