Lingüística Antropológica – Considerando el lenguaje inclusivo
El pensamiento y lenguaje están entrelazados mutuamente. Por ejemplo, si digo la palabra ‘avión’ pensarás en un vehículo volador motorizado con alas fijas y que se desplaza en el aire. Esta descripción hace sentido porque has visto un avión y probablemente has tenido la oportunidad de haber viajado en un avión. Es por esto, que para ti el concepto ‘avión’ es muy fácil de percibir: lo has visto, sabes su función, y lo has experimentado. Como ya has sido expuesto, en algún momento de tu vida, a un tipo de avión, por entendimiento de su función y descripción, existe en tu lenguaje por medio de la palabra ‘avión’. Sin embargo, supongamos que no todxs en el mundo han visto un avión. Imaginemos que existe una tribu indígena llamada Setnarongi que nunca ha sido expuesta a los avances tecnológicos de un avión. En este caso, el concepto ‘avión’ sería inconcebible, ya que dicho término no existe en su realidad y por ende no ha surgido la necesidad de crear la palabra ‘avión’ ni su descripción. Obviamente, es muy difícil tener una palabra para describir algo que para ellxs no existe y nunca han visto. Es por eso, que muchos de nuestros procesos de pensamiento están limitados a nuestro lenguaje. Esto es conocido como la hipótesis de la relatividad lingüística.
La hipótesis de la relatividad lingüística fue construida por los antropólogos Edward Sapir y Benjamin Whorf. De acuerdo a Sapir y Whorf, nuestro lenguaje es conducido por nuestra realidad.[1] En otras palabras, de la forma que nosotrxs nos relacionamos con algo, depende mucho en las numerosas maneras y palabras accesibles para describirlo. Gran parte de nuestra percepción de la realidad es construida por nuestro lenguaje. Como los lenguajes cambian a través de las culturas, es razonable que existan diferencias de percepciones entre culturas. Lo que es importante para una cultura, no lo es para otra; esto se manifiesta mucho en sus lenguajes. Por ejemplo, en algunos siglos atrás, misionerxs cristianos que viajaron a Asia estaban sorprendidxs al saber que la palabra ‘pecado’ no existía en algunos idiomas locales. En ese preciso momento y lugar geográfico en la historia, las culturas chinas no habían estado expuestas al concepto del ‘pecado’ y todo lo que conlleva su significado bajo la religión cristiana. En otra ocasión, misionerxs en África fueron asombrados al darse cuenta de que la mayoría de los pueblos no tenían una palabra en su lenguaje vernáculo que expresara la idea de un Dios (singular) todopoderoso, ya que en muchas de sus culturas tradicionales se cree en el politeísmo y animismo. Antropólogxs se han percatado que los piraha, tribu en las amazonas de Brasil, carecen de palabras para expresar números mayores que dos.[2] Así como estos ejemplos, se pueden apreciar muchos más, donde la distinción de percepciones entre culturas, a través de sus lenguajes es evidente.
Ahora bien, ¿Qué tiene que ver la hipótesis de la relatividad lingüística con el lenguaje inclusivo? Y aún más importante, ¿Cómo podemos utilizar esta herramienta como hermenéutica dentro de nuestras teologías y estilo de vida? Bueno, comencemos con la continuación de términos del pasado que pueden ser limitantes y oprimentes para muchxs en nuestra sociedad actual. Cuando analizamos el trato hacia la mujer en décadas previas, podemos observar las limitaciones que tenían, simplemente por el hecho de ser mujer: no podían votar, no podían ir a la escuela, no podían trabajar, entre otras cosas. Incluso, desafortunadamente todavía se ve muchas limitaciones que la sociedad le impone a la mujer simplemente por ser mujer. Esto quiere decir, que como las mujeres no eran permitidas en hacer muchas cosas, la mayoría de sustantivos, especialmente aquellos relacionados con autoridad y alto rango eran descritos con un sustantivo masculino. De acuerdo a la hipótesis de la relatividad lingüística no había necesidad en describir estas posiciones de privilegio y poder con un sustantivo femenino por que no existía tal cosa. Por eso, muchos idiomas tienen género gramatical y a consecuencia se desarrollaron estereotipos y socializaciones con los géneros y sus “debido” comportamientos.[3] Sin embargo, esta ya no es nuestra realidad. Hoy en día las mujeres ejercen posiciones de alto prestigio y autoridad, por lo tanto, el lenguaje y la retórica del pasado no debería de seguir orientando nuestro pensar, nuestro vocabulario, ni nuestro comportamiento. La escasez de mujeres en ciertos tipos de trabajos no ha sido por falta de capacidad o de interés, sino porque han sido desanimadas ya que dichos trabajos nunca han sido descritos de tal manera que las mujeres puedan ser consideradas o capaces de hacerlo. Por ejemplo, la gente solía pensar en ciertas ocupaciones como específicas de género: enfermeras, asistentes administrativas y maestras a menudo se referían como ella; mientras que los médicos, ingenieros y presidentes a menudo se llamaban él.[4]
Por estas razones es muy importante usar un lenguaje inclusivo, y si no supiéramos qué pronombre es el correcto, diríamos él o ella. Desde una perspectiva práctica pastoral, estas herramientas se pueden aplicar en nuestras iglesias y ministerios; podemos empoderar ambos géneros en ser utilizados por Dios sin exclusiones. Un lenguaje inclusivo debería de ser implementado cuando leemos e interpretamos la biblia, desarrollamos líderes, y servimos a la comunidad, para no limitar la obra de Dios.
Nuestro vocabulario y lenguaje debería de ser más preciso a nuestra realidad. Mientras más diversos somos, más alternativas tendremos en nuestra comunicación. ¿Por qué seguir utilizando un lenguaje del pasado cuando no se relaciona con nuestro presente? Si cambiamos nuestra manera de hablar, cambiamos nuestra manera de pensar. Como dice mi gran amigo Jonathan Sánchez, “si el lenguaje sigue reflejando y reforzando patrones de poder, y relaciones de desigualdad social, de clase, económica y de géneros, entonces debe ser reconfigurado”.[5] La tarea de innovar nuestro lenguaje para que sea más apropiado a las diversidades del siglo XXI es una muy retante, sin embargo es una que debemos de considerar. Términos como Latino/a, Latinx, LatinX, Latine, Latin@ son utilizados tanto en lo académico, como en lo social para crear inclusividad. El lenguaje inclusivo tiene muchos beneficios para nuestro proceso de aprendizaje y para nuestra sociedad: nos libera de la opresión del pasado, considera y empodera a las mujeres, nos ayuda a ser más diversos, y cambia nuestra percepción de lo que nos rodea.
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[1] Robert W. Greene and Jon M. Shepard, “Sociology and You”, (New York, NY: McGraw-Hill Education, 2014). Teacher Resources: Language and Culture.
[2] Greene and Shepard, “Sociology and You”, (New York, NY: McGraw-Hill Education, 2014). Teacher Resources: Language and Culture.
[3] “Understanding Psychology”, (New York, NY: McGraw-Hill Education, 2014). Teacher Resources: Language.
[4] “Understanding Psychology”, Teacher Resources: Language.
[5] Jonathan Sánchez, “Epistemología Latina – Repensando el lenguaje inclusivo”, https://caminandoenjusticia.com/epistemologia-latina-repensando-el-lenguaje-inclusivo/. Accedido 03/09/21.
Muy buen articulo! Al darle nombre a algo no solo lo identifica si no que tambien le da/quita poder.