Hacia una relectura del mito de Adán y Eva

 In Sexualidad Humana, Teología y Cultura, Violencia de Género

Desde hace siglos la teología se ha valido de diversos mitos para definir pautas de comportamiento humano, y muy recientemente la psicología la ha emulado; eso, en sí mismo, no tiene nada de malo, porque las historias y los símbolos tienen un gran valor pedagógico debido a su rica semántica; no obstante, debemos reconocer que dichos mitos pueden ser opresores o liberadores; son lo primero cuando se usan para reforzar conductas de sometimiento, represión y humillación a las personas; por el contrario, son mitos liberadores cuando ayudan a los individuos a liberarse de toda forma de opresión. En este estudio quiero examinar el mito bíblico fundacional de la cosmovisión hebrea y de la cristiana, el cual ha sido usado ad infinitum en sentido negativo, y ha terminado por convertirse en un argumento ad nauseam; mi propósito es purgarlo de toda su carga opresiva y resaltar su gran valor positivo y liberador.

El mito por excelencia de la Sagrada Escritura es el de Adán y Eva, no sólo por ser el primero que aparece en sus páginas, sino, sobre todo, por ser el que define la antropología bíblica, y con ella, la visión del ser humano que se ha heredado a la cultura occidental. A continuación analizo y desplazo algunas lecturas tradicionales que se han hecho del relato de los protohumanos, las cuales han resultado nocivas, y pongo en su lugar lecturas liberadoras.

Adán y Eva no son el primer matrimonio de la historia

Por siglos muchos cristianos han interpretado literalmente el pasaje de Génesis y de ahí han derivado la idea de que se está hablando del primer hombre y de la primera mujer, así como del primer matrimonio de la historia; pero esto es incorrecto, el texto habla de la primera humanidad, de ese tiempo metahistórico en que los homínidos pasaron a convertirse en homosapiens, en seres pensantes y conscientes. Tenemos varias claves exegéticas que nos ayudan a confirmar este enfoque: la primera es tzelem elohim, esto es, la imagen de Dios; los seres humanos ya no son bestias, ahora son hijos de Dios, porque llevan su semejanza;[1] no se trata, suponemos, de una semejanza física, sino espiritual, de una que describe las cualidades del nuevo ser que lo distinguen del resto, tales como pensamiento, conciencia, libertad, lenguaje, creatividad, imaginación, sentimientos y moral.

Otra clave que confirma este entendimiento son los nombres de la pareja: “Adán” significa: ser humano, así lo indica Génesis 1:27 en donde dice que Dios creó al hombre (adam) a su imagen; aquí no se refiere al género sexual, sino a la humanidad, porque enseguida se usan otras palabras para distinguir al varón (zakar), de la mujer (nekabah). En cuanto al nombre “Eva” (havah), Génesis 3:20 dice que significa “madre de los seres vivos”; según ciertos estudiosos, significa: “madre primordial”, “madre de la raza”.[2]

Así que si el texto no está hablando del primer hombre ni de la primera mujer de la historia, por obviedad tampoco se refiere al primer matrimonio, sino al hecho de que la humanidad está compuesta por hombre y mujeres, los cuales tienen el mismo valor, pues somos hijos de Dios, y debemos vivir en equidad y en armonía.

Adán no es superior a Eva

Esta ha sido, tal vez, la peor y más nociva de las interpretaciones del pasaje de Génesis, que el hombre es superior a la mujer, puesto que él fue creado antes que ella. Para empezar debemos notar que hay dos relatos diferentes sobre la creación, uno en el primer capítulo, y otro en el segundo; en el primero se dice que Adán y Eva fueron creados al mismo tiempo, en el día sexto, entonces aquí no hay base para la supremacía masculina; además, se afirma que tanto el varón como la mujer tiene la semejanza de Dios.[3] En la segunda descripción, Adán es creado primero, del polvo de la tierra, y después Eva de la costilla del varón; como el segundo capítulo es más prolijo, esto ha dado lugar a que de ahí se derive la subordinación de la mujer, pero esto es incorrecto, al menos por dos razones si se nos permite hacer ensayos con la exégesis del texto:

Primera, porque si armonizamos los dos capítulos vemos que hay una secuencia ascendente, los seres vivos comienzan por los inferiores hasta llegar a los superiores; de modo, que si Eva es la última en ser creada es porque es la cúspide de la creación, el ser humano más perfecto, exquisito y bello. Ahora bien, si no se quiere armonizar dos pasajes atribuidos a diferentes autores y que parecen disímbolos, vamos a limitarnos al capítulo segundo: si se piensa que Eva es inferior que Adán porque fue tomada de uno de sus huesos, entonces Adán es de un grado aún menor, porque fue formado del lodo. En cualquiera de los dos casos no hay lugar para una relación asimétrica en favor del género masculino.

Otros estudiosos han visto el relato de la creación de una manera más positiva; como una enseñanza de armonía y equidad de los géneros; el hecho de que la mujer haya sido formada del cuerpo del varón significa que son de la misma naturaleza. Pero hay más, según Agustín de Hipona, el haber sido tomada de una de sus costillas significa que la mujer no es superior al hombre, pero tampoco su esclava, sino su compañera.[4]

La mujer no es culpable de la caída en el pecado

Esta es otra de las duras acusaciones que se han hecho contra la mujer, basada en una mala lectura del texto de Génesis 3; según este enfoque, Eva estaba sola, no se sujetó a su marido, y fue débil ante la tentación de la serpiente, comiendo del fruto prohibido; esto trajo como consecuencia el extravío de la humanidad. Tertulilano, el famoso líder cristiano de la antigüedad, culpó de esta manera a Eva, y con ella a todas las mujeres, dijo:

«Mujer, debieras ir vestida de lujos y andrajos, presentándote como una penitente anegada en lágrimas, redimiendo así la falta de haber perdido al género humano. Tú eres la puerta del infierno, tú fuiste la que rompió los sellos del árbol vedado, tú la primera que violaste la ley divina, tú la que corrompiste a aquél a quien el diablo no se atrevía a atacar de frente; tú fuiste la causa de que Jesucristo muriera».[5]

Pero la historia que cuenta el texto bíblico es otra: no había tal obligación de que la mujer se sujetara a su “marido”, porque en Génesis 1:28 se dice claramente que la autoridad de la pareja era compartida y se ejercía sobre las bestias, no era, como lo enseña la tradición patriarcal, unilateral y del varón sobre la mujer; además, Génesis 3:16 dice que el sometimiento de la mujer al hombre fue resultado del pecado, porque vino a alterar el diseño original de equidad que había entre los dos géneros.

Eva no estaba sola, como muchos lectores suponen, la narracción sugiere que Adán estaba a su lado, y fue tan débil que no hizo nada por resistir la tentación; una versión bíblica moderna, la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy, traduce así el versículo 3:6: «Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer […] tomó de su fruto y comió. También dio a su marido que estaba con ella, y él comió».[6]

A esto debemos agregar, que en el Nuevo Testamento, cuando el apóstol Pablo habla de la introducción del pecado en el mundo, no dice que éste entró por Eva, sino por Adán.[7]

No debemos, pues, ser puristas ni literalistas a la hora de interpretar los símbolos bíblicos, sino reconocer que éstos son polisémicos; porque anclarse a la letra puede resultar contraproducente; pues si me apuran, yo les podría demostrar que los nombres de los padres de la humanidad, en su versión española, si se leen a la inversa derriban la interpretación machista, porque “Adán” al revés dice “nada”, y “Eva” dice “ave”; pero esto no es sino un simple juego de palabras.

Sirva hasta aquí este ensayo para demostrar que las lecturas tradicionales de la creación no tienen por qué ser opresivas ni machistas, porque en ellas hay suficientes elementos liberadores, para impulsarnos a vivir, hombres y mujeres, en equidad y en armonía.

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[1] Génesis 1:26-28.

[2] Celia Álvarez, Felipe Sen, Mujeres en la historia: Eva (Madrid: Perymat, 2005), p. 20.

[3] Génesis 1:27.

[4] http://www.escuelacima.com/creaciondeadanyeva.html

[5] María Arias, La liberación de la mujer (Navarra: Salvat, 1974), p. 44.

[6] Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (Nashville, Tennessee: Holman Bible Publishers), 2005.

[7] Romanos 5:15-21.

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