Repensar al dios masculino

 In Sexualidad Humana, Violencia de Género

Durante siglos las religiones del tronco abrahámico han estado enseñando una teología machista, que presenta a un dios masculino; sus repercusiones en la práctica han sido la supremacía del varón y el sometimiento de la mujer; sostengo que dicha doctrina es una herejía y que debe ser superada para abrir paso a un entendimiento diferente sobre Dios. En este estudio cuestionaré directamente dos conceptos que han apuntalado ese falso entendimiento, y sacaré a la luz textos bíblicos que revelan una teología liberadora.

“Dios Señor”

Uno de los vocablos bíblicos que por antonomasia describe a Dios es el de “Señor”, ya sea en su forma hebrea: adonai, o griega: kyrios. Esto, desde luego, ha llevado a que por milenios se conciba a Dios como un varón, la prueba más clara es pensar por un momento en qué imagen visual se tiene en mente cuando se dirige una oración a Dios; la mayoría le concibe como un anciano con luenga barba, de rostro adusto y sentado en una nube.

Bajo la imagen de un dios varón, las personas que han sido educadas en las tradiciones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam) practican una religiosidad sexista y machista; ven a Dios como un ser de género masculino, y al concebirlo así, mezclan lo carnal con lo espiritual produciendo extrañas relaciones con lo sagrado, si son varones practican una espiritualidad homosexual porque aman a un dios varón; y si son mujeres llevan una religiosidad heterosexual, amando a un ser que es el “varón perfecto”. Llegados a este punto, es importante aclarar que no se está haciendo un juicio de valor sobre la homosexualidad o la heterosexualidad, sino simplemente indicando la rareza de que estas experiencias humanas definan la relación con lo divino.

Pero si examinamos la Biblia sin esos anteojos sexistas, podemos descubrir una visión muy diferente. Jesús enseñó que Dios es espíritu, y en espíritu hay que adorarlo.[1] Así de sencillo, así de claro; con unas breves y sabias palabras, el nazareno derribó toda teología sexista, Dios no tiene género sexual, no es un varón ni es una mujer, sino el espíritu universal, o, como dirán después los teólogos más sofisticados, el ser absoluto, el ser en sí.[2]

Así que no debemos relacionarnos con Dios como si se tratara de un varón o de una mujer, sino como el espíritu universal; para muchas personas religiosas este enfoque resultará un hueso duro de roer, porque no pueden concebirse a Dios más que en términos sexuales. Hay que reconocer que esto tiene un peso de sentido sumamente grande, porque todas las personas con las que nos relacionamos tienen un género sexual (no cabe aquí la polémica si es de nacimiento o adquirido, porque en cualquier caso se asume uno de los dos, ¡o los dos!); así que ¿cómo dirigirnos a un ser sin género sexual? Ante esta reacción, uno se siente tentado a decir que entonces cada quien puede concebir a Dios como le dé la gana, como hombre o como mujer, según su gusto; pero si decimos tal cosa, seguimos empantanados en una religión sexista. Mejor sería decir que podemos relacionarnos con Dios mediante las personas; así, a veces la divinidad asumirá una personalidad masculina, y otras veces una femenina; sabiendo que al honrar a los seres humanos, honramos al ser universal.

También, en la devoción personal, como la oración, se pueden substituir los términos masculinos, por otros que, si no son del todo neutrales, al menos atemperen la carga sexista, como “espíritu”, “deidad”, “divinidad”, “providencia”, “amor”, “vida”, “bondad”, “verbo”, etc.

Los títulos o nombres divinos también ayudan a desarticular la carga machista de la religión. “Elohim”, por ejemplo, significa literalmente: “dioses”, hace referencia a una pluralidad en la deidad, sin una connotación sexista. Más aún, el vocablo “Yahveh”, que muchas personas toman por el nombre propio de Dios, significa “el ser”, otra vez, desligado de toda identidad sexual.[3]

¿Debemos, entonces, desprendernos del término “Señor”? Pienso que no, que es un concepto positivo si se usa para resaltar la soberanía divina y para desarticular el absolutismo; dicho de otra manera, para dejar en claro que Dios está por encima de todos los poderes de este mundo, y que ninguna autoridad humana es absoluta, sea rey, gobernador o líder. Pero no es conveniente si su uso nos remite a un dios sexuado, masculino.

“Dios Padre”

El segundo término que tiene un gran peso sexista es el de “Padre”, en cualquiera de sus variantes idiomáticas presentes en la Biblia (ab, abba, pater), ya que proyecta la imagen de un patriarca supremo, y genera una teología androcéntrica. Hay al menos dos problemas con esta doctrina, el primero tiene que ver con la concepción que se tiene de Dios mismo; el segundo, con las repercusiones sociales que derivan del patriarcado. Examinemos cada uno.

No es erróneo vincularse con la deidad según la filiación, o la relación padre-hijo, el problema es cuando se concibe al ser divino como uno dotado exclusivamente de los rasgos de un padre, dejando de lado los aspectos maternales. Dicha teología enfatiza en Dios propiedades como la autoridad y la fuerza, pero deja de lado virtudes como la fuente vital y nutriente, la ternura y la sensibilidad. Esta teología resulta, lastimosamente, en una espiritualidad anquilosada.

Pero la Biblia contiene suficientes elementos para tener una perspectiva diferente de la deidad, de entrada está la enseñanza de Génesis de que el varón y la mujer son imágenes de Dios, de lo cual se entiende que en Dios deben estar contenidas las cualidades tanto masculinas como femeninas. Aquí hasta podemos sentirnos inclinados a hablar de Dios como un ser “andrógino”, pero caemos en la trampa de seguir usando términos sexistas para definir al espíritu universal.

Si seguimos adelante por los textos bíblicos, descubriremos, además, que los hagiógrafos no sólo representaron a Dios con imágenes masculinas, sino también, aunque pocas veces, con referencias femeninas, más específicamente maternales. Por ejemplo, el profeta Isaías compara a Dios con una mujer parturienta (42:14), con una mujer embarazada (46:3), con una madre compasiva (49:15), y con una madre consoladora (66:13). Por su parte, el salmista expresó su anhelo por Dios, como un bebé que desea a su madre  (Sal 131).

Este descubrimiento de los aspectos maternales de Dios, ha llevado a que algunas personas religiosas ensayen nuevas maneras de referirse a la divinidad; por ejemplo, la señora Mary Baker Eddy (1821-1910), fundadora del movimiento Ciencia Cristiana, explicó que la primera sentencia de la Oración del Señor significa: «Nuestro Padre-Madre Dios, del todo armonioso».[4]

El hecho es que más que desear una operación transexual en la divinidad,[5] lo que se busca es una teología que equilibre en la concepción de Dios, las cualidades paternales con las maternales.

El segundo problema que presenta el concepto de “Dios Padre” es que legitima el patriarcado, el cual lleva a la entronización de la masculinidad como figura de autoridad social, a la cual debe estar sometida la otra mitad de la humanidad, es decir, las mujeres, paradigma que se convierte en un óbice para el progreso humano.

La teóloga Mary Daly ha descubierto con claridad esta problemática al decir: «La tradición judeo-cristiana ha servido para legitimar la sexualmente desequilibrada sociedad patriarcal. Así, por ejemplo, la imagen de Dios Padre, inseminada en la imaginación humana y sostenida como verosímil por el patriarcado, ha ayudado a este tipo de sociedad permitiendo que sus mecanismos para la opresión de las mujeres parezcan correctos y adecuados. Si Dios en su cielo es un padre que dirige a su pueblo, entonces está en la “naturaleza” de las cosas y de acuerdo al plan divino y al orden del universo que la sociedad sea dominada por el sexo masculino».[6]

Afortunadamente, la Biblia cuenta con varios pasajes que muestran que los planes divinos no incluyen sólo a los varones, sino también a las mujeres, baste mencionar dos ejemplos: el éxodo y la nueva creación.

La liberación del pueblo de Israel del yugo egipcio tiene como primeras protagonistas y heroínas a las mujeres. Dos parteras egipcias desobedecen la orden del faraón de ejecutar a los bebés hebreos en el alumbramiento; luego, traspasando las barreras sociales, la madre y la hermana de Moisés, entran en un convenio con la hija del faraón para criar al infante que llegará a ser el caudillo del éxodo.[7]

En la nueva creación generada por Jesucristo, también tenemos la participación activa de las mujeres; ellas acompañan al nazareno en la crucifixión, mientras que los hombres le han abandonado; después, en la resurrección, las mujeres, y de manera especial María Magdalena, reciben el apostolado, esto es, la comisión de ser enviadas a predicar el evangelio de la vida nueva.[8]

La teología, pues, debe ser purgada de todo elemento machista que distorsiona la concepción de la divinidad; presentándonos a un Dios que es espíritu y que contiene elementos paternales y maternales. En la práctica, esto ha de conducirnos a una espiritualidad inclusiva, el reino de Dios debe ser un lugar libre de machismo y de cualquier forma de opresión, un espacio en donde todos y todas caben, y en donde podemos ser, como en el principio, una unidad con Dios.

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[1] San Juan 4:24.

[2] Cf. especialmente las obras de Paul Tillich.

[3] Cf. Génesis 1:26 para Elohim; y Éxodo 3:14 para Yahveh.

[4] Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (Boston, Ma: The Writings of MaryBakerEddy, 1995), p. 16.

[5] Me valgo aquí del término usado por Mary Daly, en: Mary Judith Ress; Ute Seeibert-Cuadra; Lene Sjorup (eds.), Del Cielo a la Tierra: Una antología de Teología feminista (Chile: Sello Azul, 1994), p. 119.

[6] Mary Daly, en: Mary Judith Ress, et al., op.cit., p. 98.

[7] Libro de Éxodo, capítulos 1 y 2.

[8] Mateo 27:55-56; 28:1-10.

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Showing 2 comments
  • Santos A. O'Neill

    Angel, me encanto tu articulo. Hace mucho queria decirtelo. Como bien dices, tenemos que mantener una teología que equilibre la concepción de Dios. La narrativa de un patriarca supremo es muy común y muchas iglesias no se atreven discutir el tema por los que es problemático. El androcentrismo está sembrado en tantas interpretaciones que no nos damos de cuenta que mucho nos ha afectado.

    • Ángel Sanabria

      Hola Alex, muchas gracias por tu comentario, me animan tus palabras; es mi deseo también que la teología cambie y sea más inclusiva y compasiva con todos; te envío fraternales saludos.

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